Escucho las primeras canciones de Tweedy aun cuando no tienen forma de disco y son, apenas, la banda de sonido dispersa de una imagen que se presume como futuro arte de tapa. Uno de los responsables del proyecto es el protagonista de la instantánea pero, al aparecer en carácter de niño endiablado, bien podría estar hablando de o representando a su socio circunstancial. Porque, lejos de esa referencia visual añeja, uno de los Tweedy -Jeff- no es otro que el jefe de esa hermosa fábrica de canciones llamada Wilco. Mientras que el segundo -Spencer- es nada más ni nada menos que el hijo del primero, quien, con dieciocho años, ha demostrado ser un tremendo baterista y se ha ganado por valía propia la referencia mutua en lo que estaba destinado a ser un proyecto solista de su progenitor.
Sigo escuchando, descubriendo, y no puedo dejar de pensar en el Tweedy famoso como un tipo increíble. Su banda de siempre es una de las mejores de su generación, un clásico solapado de la música estadounidense y uno de esos artistas de culto que te ganan el corazón y se convierten, para siempre, en una grata compañía. Nada hubiera hecho pensar que un disco en solitario de Jeff hubiera tenido un destino muy diferente y, de hecho, lo que se escucha tiene obvias conexiones con el variado, clásico-y-progresivo-a-la-vez, atrapante cancionero de Wilco. No obstante, y pese a que los noventa demos que escribió Tweedy padre hayan sido pensados originalmente para un nuevo disco de su proyecto principal, el resultado final registrado en “Sukierae” aparece como bastante más que un ejercicio exhaustivo de composición individual.
Con el álbum como producto terminado, veinte tracks divididos en dos discos y más de una hora de música, esa sensación primaria se ha fortalecido. Tweedy es, claramente, un dúo entre Jeff y Spencer. Las canciones del padre tienen no solo el toque austero, sólido y sobrio del hijo, sino también un condimento emocional que las convierte en un trabajo cargado de sensaciones extra-musicales. Además, si bien pueden ser asociadas a distintos registros dentro de la discografía de Wilco, muestran un complemento exquisito entre la experiencia y la juventud, entre dos generaciones unidas por la sangre y también por la música. Porque Spencer profundiza los climas pensados por Jeff y aporta, también, una energía particular desde la batería. Puede tocar fuerte y desplegar ritmos propios de un disco de Radiohead; puede ser sedoso y casi imperceptible cuando la desnudez de la canción así lo pide; puede aportar la precisión y el espíritu necesarios para un llenar tres minutos de radio memorables. En definitiva, puede ser un excelente compañero para la variedad de colores y texturas que distinguen a su papá como un compositor fino y siempre inquieto.
Por eso, pese a ser excesivamente largo y por momentos repetitivo, “Sukierae” tiene un brillo especial. Hits casi instantáneos como ‘Low Key’, ‘Flowering’ o ‘Summer Noon’, aventuras espaciales y distorsionadas (´Please Don’t Let Me Be So Understood’, ‘Diamond Light Pt. 1’, ‘World Away’), medios tiempos y baladas terapéuticas (‘High as Hello’, ‘New Moon’, ‘Nobody Dies Anymore’) o pequeñas joyas testimoniales (‘Pigeons’, ‘Fake Fur Coat’) conviven en un disco sin una dirección clara desde lo musical pero sí desde lo afectivo. Lo que trasciende, lo que traspasa las fronteras de los lenguajes artísticos, es la sensación de que ese tándem padre-hijo ha dado vida a una obra profundamente conmovedora pero para nada alejada del día a día de una casa en movimiento. El sonido elegido en la mayoría del álbum refuerza esta sensación planteando una atmósfera viva y acogedora. Allí, las guitarras eléctricas y acústicas, la batería, el piano y el resto de las colaboraciones suenan tamizados por una envoltura casera, sin grandes artilugios, apelando a la energía más pura y a las imperfecciones de la vida real. Sin embargo, lejos de ser una metáfora o una búsqueda conceptual, el registro que hace de “Sukierae” un experimento hermoso no es más que una consecuencia lógica. Una familia atravesada por la aventura de hacer canciones no podría resumirse de mejor manera que en un disco compartido. Instrumentos, un estudio a disposición, ganas de hacer música, no demasiada premeditación, tiempo libre y 1, 2, 3, 4…