Desde un primer acercamiento se pueden apreciar los puntos altos, bajos e influencias de Joaquín García, uno de los cantautores más interesantes y completos, aunque rezagados de la Ciudad de México. Él volvió este viernes con un disco que hace aun más evidentes sus influencias.
Tras cinco años creando música para un público de nicho, interesado en la fidelidad, la naturaleza y la sinceridad de las canciones, Joaquín García lanzó su segundo disco de estudio, un álbum que desde su título redirige directamente a una de sus mayores influencias. The Riverman (2018) es un larga duración de ocho canciones de un folk precioso, lleno de detalles en su instrumentación y de melodías emotivas que relatan historias de lucha y superación, repletos de up-tempos y de detalles en cuerdas e instrumentos de aire que hacen que una escucha atenta valga por completo la pena.
Al igual que su padre espiritual, “el riverman” Nick Drake, a Joaquín no parece importarle en lo más mínimo lo que se haga en la actualidad dentro de la industria musical de nuestro país, y ¿por qué debería? Su discurso introspectivo y espiritual combina a la perfección con el sello del cual es parte, Pedro & El Lobo, uno de los colectivos más interesantes de la industria nacional.
Es gracias a aquel colectivo que sus duces susurros y aullidos intensos pudieron ser complementados por la batería de Santiago Mijares de Big Big Love, quien por momentos da muestras de su talento con ritmos jazzísticos que son bien complementados con el saxofón del compositor galés, Elis Williams.
En general es un disco precioso, muy bien producido y repleto de canciones que pueden ser parte integral de la vida de alguien. Su aspecto introspectivo y melodías detalladas lo convierten en un lanzamiento indispensable de la industria independiente.