(III)

Calificación

7.0

Crystal Castles

Universal Republic

// Por: Juan Manuel Pairone

vie 7 diciembre, 2012

Artista: Crystal Castles

En cierta forma, podría decirse que los Crystal Castles vienen haciendo el mismo disco desde 2008. Tanto su debut de aquel año como su segundo álbum -de 2010- y su reciente tercer intento coinciden en un detalle que no es menor. Muestran el mismo vacío en el casillero correspondiente a “título” y, para distinguirlos, es necesario hacer referencia al orden en el que fueron publicados: “I”, “II” y “III”. Sin embargo, no hace falta una comparación exhaustiva para darse cuenta de que, en realidad, esa idea de obra en serie esconde, al menos, tres conceptos distintos de lo que puede ser la música electrónica hoy. Porque, si bien podría trazarse una continuidad lógica entre los tres discos, las diferencias en cuanto a la materialidad del sonido y a la forma de trabajar con los estímulos concretos suponen tres caminos distintos entre sí.

En este sentido, “III” vuelve a generar lo mismo que en su momento logró “II”. Con apenas dos años de distancia respecto a su antecesor, el tercer álbum de la banda reincide en el hecho de significar un distanciamiento explícito con el pasado reciente. Las texturas agudas y las referencias permanentes al 8-bit de “I” o el sonido más pulido y electro de “II” están lejos de dominar el horizonte estético de “III” y, de hecho, esas características parecen haber quedado minimizadas en la música actual de Crystal Castles. Por eso, si bien puede haber cierto contacto con las atmósferas de “II” en particular y -en general- con el espíritu permanentemente subversivo que respira “I”, el tercer álbum del dúo canadiense logra lo que evidentemente se propone: ser algo más que la continuación de las huellas presentes en sus discos anteriores.

En verdad, eso queda claro a partir la decisión de trabajar con instrumental analógico y prescindir de las computadoras a la hora del registro; o en el hecho de tratar de captar todo en primeras tomas, conservando la energía más primitiva de la interpretación. Sin embargo, no se trata de algo casual. Los sintetizadores y los pedales de efectos han ido ganando cada vez más espacio en la música del productor Ethan Kath y la vocalista Alice Glass, al punto de que, esta vez, esa presencia se convierte en algo tan protagónico como perturbador. Con composiciones más orientadas al pop en cuanto a estructuras y melodías -un rasgo heredado del salto de calidad que había significado su segundo disco-, los timbres que disparan los teclados y las máquinas se encargan, también, de romper con la linealidad de la canción ideada para la pista de baile. Lejos de ser detalles o pinceladas de color, esos sonidos son trabajados desde su potencial rítmico y no sólo concentran la mayor parte de la atención, sino que son capaces de trastocar la percepción de los demás elementos del plano.

De hecho, es esa función desestabilizadora la que define gran parte del sonido del disco y confirma el interés que tiene el dúo en generar ese tipo de sensaciones. Sobre todo durante la primera parte del álbum (‘Plague’/’Kerosene’/’Wrath of God’) y hacia el final (‘Telepath’/’Mercenary’), las notas de los teclados actúan sincopadamente con las bases, a manera de respuesta al estímulo de cada golpe. Gracias a esa combinación y a la predominancia de los graves, el componente melódico de la música se convierte en una sustancia que flota en el espacio y nunca termina de caer a tierra. De esta manera, las repeticiones del bombo funcionan como propulsores de esos sonidos que juegan en contratiempo con la trama percusiva y dan forma a un efecto sensorial que remite, en términos audiovisuales, al contraste que se genera entre el disparo inicial de una serie de fuegos artificiales y el momento en el que estos estallan en el cielo.

No obstante, esa característica no alcanza a encandilar otros momentos que forman parte del álbum. “III” es, también, el hogar de varias canciones que suponen un refinamiento absoluto del estilo con el que el dúo intenta abordar el formato de single-de-tres-minutos. La hermosa ‘Affection’, ‘Pale Flesh’ y ‘Sad Eyes’ son ejemplos concretos de esa idea. En cada una de esas canciones, lo que subyace es el espíritu pop de una banda que se anima cada vez más a transitar esos caminos pero lo hace a partir de una interpretación absolutamente personal. Por eso, lo que deja en claro “III” es que Crystal Castles es un grupo en movimiento, con ambiciones estéticas claras (pero no cerradas) y con una búsqueda que pareciera no tener techo al menos en un futuro cercano. La violencia intermitente de los teclados -que muchas veces parecen subir y bajar de volumen abruptamente, al ritmo del pulso de la canción-, el tratamiento esquizofrénico de la voz de Glass y la idea misma de terminar un disco así de contundente con un momento tan apacible como el que genera ‘Child I Will Hurt You’ muestran ese instinto y también mucho más. Son elementos tangibles de una fuerza expresiva que crece y se metamorfosea en cada nuevo intento.