Después de ver a Stone Sour en vivo uno desea dos cosas: 1. Comprar cualquier disco suyo y 2. Que éste te rompa los tímpanos como la banda hizo en concierto. Al menos con este nuevo lanzamiento sucede, pero con un dejo de languidez. Es decir, como que le falta una raya más de poder. Y es que, y tras varias escuchas, uno no se puede desprender de la sensación de que la voz limpia de Corey Taylor (Slipknot) en ciertos ritmos relajados suena más a pop que a rock duro –metalero la más de las veces. Así que hay una dualidad semejante a la que ocurre en la portada: como si metiéramos algo incendiado al agua –un ser humano, digamos, que busca desesperadamente extinguirse– y éste siguiera encendido aún dentro de ella. Toda una fatalidad. O algo único, por qué no. Porque este disco, eso sí, no lo deja a uno insatisfecho: se queda ese sabor agridulce (dual, repito) de que gustó mucho, pero del que se eliminarían ciertos acordes, ciertos minutos de ciertas canciones, y se dejaría, tal vez, el material más cañero, adornado eso sí, por aquel –lo menos– que tuviera algún paisaje pianístico/acústico/dramático.