Algunos añas atrás, después de una serie de singles feroces y la edición de su primer álbum, “Antidotes” (2008), Foals había dado forma a una de las expresiones más finas del revival del post-punk de la primera década del siglo XXI. La hipnótica y permanente batalla melódica entre sus dos guitarristas, los ritmos laberínticos y cambiantes y una paleta sonora ampliada gracias a la ayuda de Dave Sitek hablaban de una banda que buscaba generar una estética propia a partir de un diálogo hilarante entre el histriniosmo del math rock, el groove del funk y las influencias africanas y una mirada sutil sobre la pista de baile. Sin embargo, el camino artístico desarrollado por la banda pareció protagonizar un punto de inflexión a partir de la edición de “Total Life Forever” (2010), un segundo álbum que, a pesar de alejarse de las raíces del grupo, lo hacía para abrazar una dirección mucho más estandarizada.
Dicha referencia es inevitable para entender cómo, tras cinco años de trayectoria, Foals parece haber olvidado gran parte de su impulso inicial. Si “Total Life Forever” bajaba la velocidad y desplegaba una serie de atributos que acercaban a la banda a un espíritu más nocturno y liviano (con ‘Miami’ como ejemplo más claro), después de escuchar “Holy Fire” queda claro que aquel segundo álbum funcionó como una suerte de transición en la que el grupo comenzó a despojarse de muchas de sus características iniciales. Allí, el fluido de las líneas de guitarra quedaba opacado ante la presencia cada vez mayor de efectos de ambiente (reverbs y delays) y el rol de la base rítmica encontraba un lugar menos arriesgado y, al mismo tiempo, más prominente. Aún así, en retrospectiva, gran parte de “Total Life Forever” sigue siendo barroco en comparación a “Holy Fire”. Evidentemente, la música de Foals parece haber encontrado un nuevo horizonte.
De hecho, el comienzo de “Holy Fire” ofrece señales interesantes en ese sentido. ‘Prelude’ y sobre todo ‘Inhaler’ dan cuenta de un proceso que la banda viene encarnando desde hace tiempo. En ambas, las guitarras retoman la línea de “Total Life Forever” y aportan fluidez en lo rítmico sin dejar de construir una atmósfera a partir de repeticiones y ecos de una misma línea melódica. Sin embargo, en cada una florecen nuevos matices que sorprenden y rompen con lo esperable. La distorsión aparece y gana cada vez más lugar en la textura de fondo de ‘Prelude’ y en ‘Inhaler’ el mismo efecto sirve para generar un punto de quiebre instantáneo en la carrera del grupo. A partir de la explosión del estribillo de esa segunda canción, “Holy Fire” no puede ser aprehendido como una simple continuación del sonido trabajado por Foals hasta el momento. Por primera vez, la banda suena más cerca de Rage Against The Machine o Limp Bizkit que de Bloc Party o Battles. Y si bien el final de la canción ofrece un juego de platillos que recuerda algunas de las sensaciones de ‘Antidotes’, la distancia entre un momento y otro sólo deja lugar a la simple reminiscencia.
De todas formas, después de esa reafirmación identitaria, “Holy Fire” navega en la indeterminación y en la duda. ‘My Number’ recrea el espíritu de los momentos más bailables de “Total Life Forever” y se transforma en un aggiornamiento bastante efectivo del soul negro más histriónico. Pero inmediatamente después, ‘Bad habit’ y el clímax de ‘Late Night’ parecen recordar de manera unívoca al Billy Corgan más lánguido y confesional. En ese sentido, la producción a cargo de Flood y Alan Moulder (pareja responsable del sonido distintivo de los Smashing Pumpkins de la segunda mitad de los ’90) deja una huella difícil de ignorar. Consciente o inconscientemente, el sonido de “Holy Fire” se acerca a la pomposidad de bandas como The Killers o U2, y aunque Foals siga siendo un grupo de instrumentistas lúcidos, con suficientes armas para destacarse sobre la media, el disco cae más de una vez en zonas demasiado conocidas, carentes de personalidad propia.
Por eso, quizás, no hay otra canción del álbum capaz de generar el mismo impacto de ‘Inhaler’. En este sentido, el pequeño solo de ‘Late night’, la sección cargada de percusión de ‘Out of the Woods’ y la rítmica irregular y los efectos del final de ‘Providence’ son momentos que suenan aislados. Salvo esas excepciones, la generalidad de las canciones mantiene un mismo registro de principio a fin y cae en una monotonía que opaca cualquier intento de renovación. Esa es la debilidad fundamental de “Holy Fire”. Frente a la exuberancia de “Antidotes” y a la riqueza estilística de “Total Life Forever”, este nuevo álbum queda relegado a un tercer lugar cómodo en la escala de valores de la discografía del grupo. Y esto porque, pese a algunos indicios de una valentía estética incuestionable, esta parece ser la música más conservadora que el quinteto de Oxford sea capaz de hacer alguna vez.