Un mundo nuevo. Así suena, así se siente. Eso es, después de todo, “6 Feet Beneath the Moon”, primer LP de King Krule y definitiva declaración de principios a cargo de Archy Marshall, el chico maravilla del que todos empiezan a hablar. En efecto, este primer álbum consigue establecerse como un salto cualitativo necesario y esperado después de una serie de singles y EPs oscuros, conmovedores y sorprendentes. Pero, además, el disco hace foco en la intrigante singularidad creativa de Marshall y muestra no solo su versatilidad como compositor e intérprete, sino también su personalidad como artista contemporáneo. Alguien definitivamente capaz de entregar una bitácora intimista de historias y fantasías transformadas en una música dispuesta a vencer el tiempo.
Dicho esto, no hay que tener miedo a la grandilocuencia. “6 Feet Beneath the Moon” es, casi automáticamente, uno de los discos del año apenas estrenados sus primeros cincuenta y dos minutos de existencia en nuestra memoria auditiva. Volver a escucharlo resulta automático y necesario. Sus canciones son una confirmación de lo trazado anteriormente por King Krule y, al mismo tiempo, se bifurcan en nuevas direcciones. Solo con su guitarra, en formato banda o atravesado por programaciones, Marshall edifica un repertorio que ya no es simplemente un conjunto de pinceladas originales y atrevidas. Hay, en efecto, una decisión madura y consciente respecto a qué mostrar y a cómo hacerlo. Así, el caleidoscopio de alter-egos que proyecta Marshall encuentra finalmente un lugar común en este álbum, el cual no deja de revelar ninguna de sus aristas como creador multiplataforma.
Por eso, la decisión de regrabar y reinterpretar algunas de las canciones publicadas bajo el nombre iniciático de Zoo Kid es una de las apuestas más interesantes detrás del proceso creativo del disco. Tanto ‘Out Getting Ribs’ como ‘Ocean Bed’ o ‘Has This Hit?’ no pierden la frescura original y ganan en fidelidad y sentimiento. El último ejemplo de esa pequeña lista muestra, de hecho, la ambivalencia permanente de la música que nace, crece y se reproduce en cada nueva canción de King Krule: atmósferas atestadas de reverberancia y guitarras suciamente limpias no se anulan; se potencian. Es la idea. Son formas aprendidas en momentos y situaciones diferentes, pero forman parte de un mismo bagaje. Como se encargó de aclarar el propio Marshall, en “6 Feet Beneath the Moon” puede encontrarse un pequeño resumen de su vida musical, con canciones de pubertad y adolescencia -ensayo y error- pero con la impronta actual de un productor superdotado que sabe lo que quiere y es capaz de grabarlo con sus propias reglas. De hecho, a pesar de estar hablando de un artista en construcción (cantautor punk-DJ-poeta suburbano) que festeja su cumpleaños número diecinueve con la edición de su álbum debut, lo que queda en evidencia es la maduración del proyecto originalmente casero de Marshall. Ya a mediados de 2012, el single “Rock Bottom/Octopus” (2012) había mostrado un crecimiento y una elasticidad manifiesta respecto al escueto pero deslumbrante “King Krule EP” (2011). No obstante, la llegada del primer larga duración representaba un desafío en sí mismo para un músico en desarrollo, acostumbrado a trabajar de manera fragmentada. Afortunadamente, “6 Feet Beneath the Moon” consigue por sí mismo que esta serie de datos sean prácticamente irrelevantes. Sus catorce piezas están recubiertas de un aura especialmente cálida, fuera de lo común. Y canciones como ‘Easy Easy’, ‘A Lizard State’, ‘Border Line’ o ‘Neptune Estate’ son, directamente, explosivos que se activan y estallan en la primera escucha dejándonos sin opción de escape. La onda expansiva es profunda e instantánea. Incontrolable.
Gracias a ese tipo de sensaciones -lo que se experimenta cuando algo se siente igualmente ajeno y propio, familiar y desconcertante-, King Krule es capaz de lograr algo que apenas unos cuantos artistas consiguen alguna vez. Cada nuevo paso, cada nuevo experimento a su nombre representa algo más: el descubrimiento de una capacidad desconocida o, simplemente, un alumbramiento más preciso de algunas de sus virtudes. Su interpretación como guitarrista y cantante es, en este caso, aquello que se erige como fundamental. El grano de su voz y el brillo de su Stratocaster ya son marca registrada. Sin embargo, pensar en Marshall por fuera de su vínculo con la electrónica británica, el hip-hop o la tradición negra del jazz y el soul resulta imposible e imprudente. Quizás por eso “6 Feet Beneath the Moon” sea el disco perfecto para entender que la música, hoy más que nunca, no tiene límites y es producto de la imaginación libre y desprejuiciada. Casi como un nueva forma de lenguaje que Marshall pareciera comprender y vivenciar naturalmente.