“Ser arquitecto es como ser psicólogo de los clientes”, dice el arquitecto Juan Carlos Baumgartner. “Hay que interpretar lo que quieren, conocer el perfil emocional de su empresa… Muchas veces ni ellos lo saben”.
Juan Carlos Baumgartner es un arquitecto mexicano considerado uno de los mexicanos más creativos por la revista Forbes y un apasionado de su trabajo. Fundó en 1999 su despacho, Space, que ha hecho el diseño de grandes corporativos como Alsea, AllSteel, Google México, Red Bull y 7-Eleven; así como centros educativos como el Colegio Maguen David o la Universidad Panamericana.
Todos sus trabajos son diferentes, pero tienen cierto aire de familia: con curvas, lúdicos, siempre presencia de colores. ¿Cómo se establece un estilo en la arquitectura?
Para Baumgartner no se trata de estilos sino de filosofía: “Nuestra filosofía no siempre encaja con ningún estilo. Creo que hablar de estilos en la arquitectura contemporánea son ya difíciles de establecer por la velocidad del cambio. Los estilos acaban pareciéndose más al arquitecto que al cliente que lo contrata”. Y eso para Baumgartner es un punto en contra de los estilos.
El arquitecto habla de filosofía, de modos de pensar y de entender. “Mi trabajo es como un regalo para el usuario, esa es la filosofía de Space. Nuestra filosofía siempre ha sido un modo de ver el mundo. Nosotros entendemos al cliente y le hacemos un traje a la medida y buscamos siempre que el proyecto se parezca más al cliente que a mí”, explica.
Baumgartner ha creado una teoría estandarte de su trabajo: Design for Happiness, basada tanto en la propia arquitectura como la neurociencia-Baumgartner es un apasionado del tema- que se basa en estudios de la Universidad de Harvard y la universidad holandesa de Delft. La idea es esta: pensamos tanto con la mente, con el cuerpo, y de manera muy importante: con el espacio que habitamos.
“No nos afecta el espacio, sino que somos espacio”, dice. “Nuestro cerebro hace su proceso cognitivo con el espacio. Entonces la primer diferencia conceptual al espacio es que no estamos haciendo (como arquitectos) una cosa ajena al ser humano que lo va a influir, sino que estamos ‘hackeando’ al ser humano. La responsabilidad es enorme”.
La neurociencia, obsesión de Baumgartner, explica que el ser humano tiene modos de conocer a partir de las herramientas que diseña o de los espacios que construye. “Pensemos en los humanos que en las cavernas encontraron la piedra y la convirtieron en herramienta, un cuchillo, un arma, en ese momento ese cavernícola comenzó a pensar diferente. Los futuros posibles de ese ser cambiaron radicalmente antes y después de la herramienta. Si haces un mapeo cerebral te das cuenta de que el cerebro se empieza a transformar de acuerdo a las herramientas a las que tienes acceso”.
Y aquí es donde entra el Design fo Happinnes: si las personas en sus lugares de trabajo o aprendizaje tienen herramientas útiles y placenteras, su felicidad aumenta y también sus resultados productivos. “Digamos que alguien empieza a experimentar pequeñas frustraciones a lo largo del día. Por ejemplo, no puede abrir una lata: parece una cosa simple pero si estas frustraciones se van acumulando a lo largo del día estallan después. Así no se puede ser feliz en el trabajo”.
Para Baumgartner, la felicidad es clave en todo lo que hacemos y por eso los espacios que diseña están claramente enfocados en dar bienestar a los usuarios. “La arquitectura es una de las herramientas más poderosas para cambiar el modo de hacer y pensar. Si tú quieres que alguien piense en modo lógico-matemático y secuencial, lo comprimes en su espacio, le bajas el plafón del techo y sus pensamientos también se comprimen, se vuelven más abstractos. Si en cambio si levantas el plafón, la persona se vuelve más libre, más creativa”.
En Space, su despacho, Baumgartner ha aplicado su filosofía. En Space no hay horarios, ni jerarquías en cuanto a las oficinas, ni barreras. “Es como un kínder: espacios súper abiertos, sin privados”. Si alguien quiere trabajar a distancia, puede hacerlo. Si no quiere ir los viernes, su agenda se adecua a ello.
“La felicidad no es una cosa esotérica, mágica. En la Universidad de Harvard se creó hace 20 años el centro de estudio de las ciencias de la felicidad. Hacen estudios, en fin, casos, conversaciones con científicos, etcétera. Cada vez que se menciona la felicidad, el espacio está presente. Yo tuve la oportunidad de estudiar en Harvard las ciencias de la felicidad, y me quedó claro que el espacio y la felicidad van juntos, y que hace falta crear puentes entre la arquitectura y la neurociencia”.
El espacio y el comportamiento son gemelos. Para Baumgartner eso es evidente después de sus estudios no solo en arquitectura y diseño, sino también los de neurociencia. “Si yo logro modificar tus comportamientos, puedo modificar tu bioquímica. Si yo identifico cuales son los comportamientos que pueden modificar de manera positiva tu química, puedo crear espacios que modifiquen, por ejemplo, el nivel de cortisol, la hormona del estrés”.
El trabajo y el espacio no están necesariamente correlacionados, explica. Él mismo se considera un nómada digital, alguien que puede estar en contacto y trabajar desde cualquier lugar. Por eso piensa que, tras la pandemia, los lugares de trabajo serán híbridos: parte a distancia y parte presencial. “Ya no habrá esta obsesión con que los trabajadores vayan todos los días a los lugares de trabajo, la gente va a poder diseñar sus horarios”.
“El primer espacio que va a sufrir una gran revolución post-pandemia son las oficinas, al grado de que ya no sé si les vamos a seguir diciendo oficinas”, dice. Para él, será un llamado a enfrentarnos a la adversidad y salir victoriosos. “El espacio público es un regulador de muchas cosas, no es solo un lugar al que vas a sacar la talacha. Nosotros los llamamos espacios resilientes, que ayudan a construir culturas resilientes”.