¿Cómo es comer en un restaurante durante los días del semáforo rojo?

// Por: Concepción Moreno

lun 18 enero, 2021

Una estampa de la desesperación: sobre Reforma casi esquina con Mariano Escobedo un hombre vestido de modo elegante—la camisa negra bien planchada, la corbata bermellón que combina–, un hombre que uno no imagina que necesite ayuda, que parece todo etiqueta y buen perfil, lleva una pancarta en el pecho: “Soy mesero, no tengo trabajo, ayúdenme”.

Así el panorama del gremio restaurador en la Ciudad de México, donde más de 13 mil restaurantes están en peligro de quebrar debido a la contingencia sanitaria. Al grito de #AbrimosOMorimos, los restauranteros lograron que el gobierno de la ciudad los escuchara y les permitiera abrir al público con medidas de seguridad higiénica extrema, como atender en mesas dispuestas en banquetas, terrazas o espacios de estacionamiento.

Con mesas en las calles, miles de locales de venta de alimentos, desde los de cadena hasta los más exclusivos, de las fondas de comida corrida a los de comida rápida, los restaurante esperan que el público confíe en ellos y apelando al buen servicio y la solidaridad.

En tres tiempos de comida, tres escenas del día en que las mesas salieron a las calles.

Desayuno: que no gane el miedo

 

Dulce es nuestra mesera usual en Los Bísquets de Obregón, sucursal Aragón. El local no tiene mucho tiempo de haberse establecido por estos lados del nororiente suburbial de la Ciudad de México, pero como hay pocas opciones para salir a comer por aquí, mi familia y yo nos hemos vuelto habituales.

Dulce hace varios meses nos contó que tenía miedo de perder su trabajo. Y no porque sus patrones el parecieran abusivos o intransigentes, todo lo contrario: durante las primeras semanas de la contingencia sanitaria por el Sars-cov-2 la empresa respondió a sus empleados pagando el salario de ley (el mínimo durante un mes, según reza a la letra la Ley Federal del Trabajo) y les mantuvieron su empleo.

Pero Dulce temía no por sus patrones, sino por el miedo del público. “Han de pensar que nosotros no nos cuidamos porque trabajamos todos los días”, nos dijo con esa risa con la que la gente trata de ocultar sus sentimientos.

Este lunes 18 de enero, el día que los restauranteros de la ciudad decidieron sacar sus mesas a la calle para volver a dar servicio, Dulce está sirviéndonos café y pan en el estacionamiento del local, donde, de acuerdo con las medidas sanitarias que establecieron la autoridades de la Ciudad y el Estado de México, pueden dar servicio. Está cansada y nos explica que está pesada la chamba. “Nos pusieron a hacer ejercicio”, ríe, “porque tenemos que subir y bajar un montón de escaleras para ir de la cocina a las mesas”. El local tiene además un par de terrazas donde acomodaron mesas en estricto zigzag. En una pequeña sección en el estacionamiento hay espacio para unos 10 convidados.

Poca gente, pero Dulce vuelve a sonreír debajo de la mascarilla: “Ojalá sí vengan”.

Almuerzo: en las calles de Polanco

 

Carajillo es uno de los restaurante más atractivos de Polanco. Ubicado en la primera sección de la Avenida Masaryk, Carajillo atrae a oficinistas de alta gama que pueden permitirse una comida de $500 por persona. Frente al sitio varias mesas obstruyen el paso de los viandantes, lo que crea el efecto de la romería: aunque solo hay un par de mesas ocupadas, el grupo de personas que están detenidas frente a su entrada dan apariencia de gran éxito.

En estos día de pandemia, los meseros, garroteros y baristas de Carajillo tuvieron que estirar sus pocos ingresos para llevar “el chivo” a casa.

El chivo: así le dice al gasto Martín, un bolero todo vestido de Pumas—del cubrebocas auriazul a la mochila estampada con el felino universitario, Martín se siente orgulloso del triunfo de su equipo en la más reciente jornada del futbol mexicano—que vive de darle brillo a los zapatos de las decenas de personas que comen en los restaurantes de Polanco.

Martín pasa enfrente del Vips de las calles de Masaryk y Euler y dice de manera sonora: “¡Ni chamba hay!” y entonces mira hacia Carajillo. “A ver si allá, a ver si sí”. No tiene ganas de conversar, tiene que completar el chivo.

En Porco Rosso, un restaurante de comida asada a la estadounidense, las mesas en la banqueta están vacías. Tanto el anfitrión como los meseros salen a la calle invitando a la gente a pasar a comer. Pocos se detienen.

En el Vips un par de mesas están ocupadas. Como atractivo, Vips ofrece cervezas en la vía pública, así que la experiencia, por estar en la calle comiendo y bebiendo, es muy a la europea. Araceli, mesera, dice que llegó a las 9 de mañana y que el flujo de clientes ha sido constante, aunque no multitudinario. Falta convencer al público de que vale la pena comer al aire libre en espacios que dan la impresión de estar muy limpios al estar expuestos al smog, el olor a basura de algunas calles, etcétera.

La escena por todo Polanco es similar: reporteros buscando nota, meseros atrayendo a los potenciales clientes, transeúntes que tratan de pasar entre mesas y comensales. Araceli se pregunta si la situación continuará así mucho tiempo. “Dígales a las gentes que vengan, que aquí los atendemos con mucho gusto”, me dice Araceli como despedida.

Comida: cuando unos tacos apresurados se convierten en slow food

 

En la colonia Anzures están unos de los mejores tacos de la ciudad: Los Panchos. La especialidad: carnitas de cerdo.

Durante cinco décadas Los Panchos ha sido uno de los punto de reunión para los paseantes de Chapultepec, los empleados de la zona y de personajes como el comediante Manuel “El loco” Valdez o el periodista Abraham Zabludovsky.

Se pensaría que la taquería no tendría que hacer gran despliegue de mesas, sillas y manteles para recibir a sus clientes, pero este restaurante hizo un gran esfuerzo. Con mamparas crearon junto a su estacionamiento un pequeño salón donde atienden a placer.

Lo usual en Los Panchos es comer de pie frente al taquero que pregunta: “¿De maciza, de nana, con cuerito?”. Al menos eso es lo que nosotros hemos hecho casi siempre. Somos clientes del sitio desde hace años, y en este 18 de enero hemos decidido comer unos tacos apresurados.

Pero no: nos quedamos departiendo un buen rato en esta especie de casa de campaña devenida en terraza. No mentiré: es agradable y da la gana de quedarse un rato a tomarse un tequilita.  Es una experiencia de verdadera slow food en el lugar más insospechado.

La tarde cae y es hora de que los parroquianos dejemos la mesas;  el servicio se convierte en solo a domicilio y la mitad de la planta de trabajadores sale. Los trabajadores del gremio, en especial los que viven de las propinas, coinciden al señalar que esta es una solución desesperada, apenas una aspirina, para una situación desesperada.

¿Será que volveremos a comer sin miedo en nuestros restaurantes preferidos? Veremos.