Una de las figuras dinámicas del cine, parte de círculos artísticos inesperados y una voz divergente para lo concebido como el “cine de arte europeo“. Wim Wenders es una expresión artística con un legado innegable a la cinematografía, pero en muchas sentidos su contribución se ve desmedida por una carrera basada en decisiones fuera de lo ordinario en medio de una comunidad que ya tenía como misión estar fuera de lo ordinario. Un doble negativo.
Más allá de las nominaciones al Premio de la Academia por su trabajo documental, condecoraciones del BAFTA y el Palme d’Or’ de Cannes, aquí lo que nos importa es el legado de Wenders como una voz individual. Lo más valioso dentro de una perspectiva multicultural. La carrera de Wenders tuvo un principio lento, fue estudiante de medicina y filosofía, aspirante a sacerdote y pintor novicio antes de llegar a lo que sería su verdadera profesión. Su inicio en el cine, lo vio como alguien con sensibilidades de visión y movimiento grandes, pero aún en proceso de descubrir su potencial narrativo.
Wenders se encontró justo en medio del gran movimiento del New German Cinema acompañado de figuras como Werner Herzog, Volker Schlöndorff y Rainer Werner Fassbinder entre otros. De manera excesivamente-resumida este movimiento tenía como objetivo arte y crítica sobre todo lo demás . Era una generación de jóvenes cineastas inspirados en movimientos paralelos como el French New Wave, buscando hacerse nombres en el art-house con filmes de autor, de gran sensibilidad y a pesar de un pequeño presupuesto.
Por más importante que fue la educación artística del cineasta, no fue exactamente uno ideal. Dentro de esta revolución europea, la voz de Wenders era la más americanizada en influencias y no siempre tan arraigada en como lo que algunos tomaron a pecho en hacer “cine de autor”. Como es normal en el ámbito del cine, la enorme cuerpo de trabajo y lista de créditos de Wenders puede ser abrumadora para alguien a punto de introducirse, por esto es importante reducirnos a los pulsos importantes en hacer un esquema de valor.
El principio de su carrera es fácilmente ejemplificado por la aclamada “road trilogy”. Su primera parte siendo Alice in the Cities (1974). Película que definió desde un inicio la perspectiva que guía el trabajo de Wenders, así como la manera en traza los temas a explorar y más claro que nada, lo que definitivamente no le interesaba.
Alice in the Cities, relata el estado de vida de un escritor buscando capturar a “América” a través de un largo viaje que termina por dejarlo tumbado en un estado adormecido emocionalmente, un bloqueo de escritor como reacción opuesta a lo que supuestamente debía encontrar. En este estado, termina por emprender un segundo viaje, uno no deseado, buscando regresar a una pequeña niña a su casa. Este viaje muestra a nuestro protagonista una Alemania inesperada, detallada y oculta que reenfoca su urgencia creativa.
El trabajo es un referente inmediato del acercamiento de Wenders y su trabajo con su largo colaborador Robby Müller. Ambos descubren el espacio y los elementos que componen una fuerza imprescedente en la relación emocional dentro de lo visual, sin pelear con la narrativa.
De esta manera, el vehículo natural de este cine se vuelven sus protagonistas humanos recorriendo los ambientes humanos, haciendo cosas humanas. La trilogía road, continua con Wrong Move (1975), donde Rüdiger Vogler continua su rol como la cara de esta trilogía y explora cómo en una versión aleatoria de Alice, el bloqueo creativo mediante la reconstrucción de la identidad. Finalmente, Wenders cierra con la aclamada Kings of the Road (1976), que goza de ser una característica más vulnerable dentro del estilo Kerouac, donde se explora el escape del pasado y la masculinidad.
El éxito de mayor visibilidad de Wenders, llegó con Paris, Texas (1984). Aquí se enfocaría de la misma manera el paisaje como mayor descripción de la emoción, pero relataba una historia más compleja y el rol de las personalidades individuales como el catalizador de la reflexión.
Paris, Texas es una experiencia extraña al ser indudablemente cine de arte. Una perspectiva europea viniendo de un objeto americano. Wenders observa lo absurdo, lo mundano, lo trágico. Delimita los roles familiares y la responsabilidad, el furor de una vida libre y las consecuencias violentas en un mundo que aunque se ofrece espacios para el placer e inocencia, por igual, también es creador de locura. En este trabajo el cineasta mostraría una vez más su facilidad por colaborar, permitiendo a dos americanos escribir el guión de esta película y dándole a Ry Cooder la oportunidad de pintar Texas y el camino a Los Ángeles de la manera más certera.
Wings of Desire (1987) es la favorita de los románticos, aquí al cineasta se mostró tomando un argumento radicalmente diferente y un paisaje más problemático. La historia de los ángeles observando la vida un Berlín dividido y contrastado por un rico movimiento de contracultura es paisaje y narrativa entrometida, pero igual de reveladora. Hay un argumento grande que solo se desarrolla por medio de observar a otros más pequeños. Una ciudad de vida completa, con viejos y jóvenes, franceses y americanos, estrellas y pobrezas, todos observando cuidadosamente el pensamiento de otros. El romance central del filme se consagra en el marco de lo destinado e imposible, trágico pero carismático como solo puede mostrar la serenata de Nick Cave.
Para este momento, la relevancia de Wenders como un especie de ojo entre la sensibilidad europea a la sencilla emocional, la admiración natural, pero también de la fuerza e inmediatez del folclor americano desgarrando la pasividad. Adicionalmente, se crea una oportunidad por elevar la emoción y presentar a la música como un actor propio.
Wenders creó a través de caras como Dennis Hopper, Harry Dean Stanton, Nastassja Kinski y Bruno Ganz, entre otros, un bestiario donde estilo e introspección son irrelevantes. Se reconocen por medio del ambiente. Una perspectiva casi omnipresente de la comunidad social. ¿Qué es un americano en Europa, qué es un europeo en américa? Sin embargo, después de esto, continuó la ruta de Wenders por ser un “bicho raro”, incluso en el nicho de su mercado con la llegada de su composición paisajista y musical en forma documental.
Su trabajo en colaboración con Ry Cooder llegó con las leyendas cubanas de son y bolero, Buena Vista Social Club, en una misión por reunir a este ensamble para presentaciones en Ámsterdam y Estados Unidos, un viaje de reivindicación cultural y ligera sanación política. Con Pina, un trabajo de curaduría visual y tributo al legado de la coreógrafa Pina Bausch, cuya obra es definitiva para el dance theater. Su observación íntima del procesos artísticos del fotógrafo brasileño Juliano Ribeiro Salgado, demuestra las complicaciones pero también la importancia del volver el conflicto objeto estético.
Wenders es una situación por la que muchos artistas no pasan, de ser una persona con una red de interés, influencias y entornos tan específicos que les es imposible caer en los clichés de sus propios aledaños, por una urgencia de expresar esas cosas que sin duda ni se aparecen, ni tienen sentido para cualquier otro. The American Friend (1977) es una exhibición neo-noir que delimita la historia de un enmarcador de cuadros confrontado por su mortalidad y el despecho a un estafador del mundo del arte. El mundo de Wenders vuelve una extensión americana a esta historia ridícula y violenta que vive enfrente de este estafador de arte, un cowboy volviéndose un paranoico y vulnerable a la sensibilidad humana.
La visión de Wenders es agua y aceite molecularmente unidos. Es un cineasta que no corresponde a ninguna de las exigencias culturales y por lo tanto resulta objetivamente destellante en su propuesta sencillamente humana.