// Por: Staff
jue 4 junio, 2015
Por Julián Woodside
@julianwoodside
Aclaración 1: Lo aquí expresado no es una apología o defensa del sistema político y electoral mexicanos. Yo, como muchos, considero que los procesos en México son ineficaces y que urge cambiar el marco legal que los legitima.
Aclaración 2: Tampoco defiendo una postura moralista y/o sumisa sobre el voto. Al contrario, hay que actuar, y de frente. Simplemente creo que es necesario dejar de deslindarnos de estos procesos.
En fechas recientes, y como en cada periodo electoral, se debate mucho sobre si es mejor votar, no votar o anular, siendo uno de los principales argumentos el de “es que no me convencen / gustan / representan los candidatos”. Sin embargo, desde lo legal, para el INE no hay debate: la abstención no tiene repercusión negativa, mientras que la anulación puede impactar, si acaso, a los partidos pequeños, aunque no influirá en el proceso mientras no se cambie la ley que lo regula.
La ineptitud de las autoridades –para con la sociedad, pues son bastante capaces cuando se trata de beneficiarse–; así como la impunidad y violencia que reinan en el país –y de las que muchas veces somos partícipes– hacen, obviamente, que la decepción crezca. Ante este panorama poco alentador desentenderse no es opción, sino el fomentar la participación mediante el empoderamiento horizontal y cotidiano. ¿Cómo? Detonando micro “sabotajes” civiles; realizando “actos de ciudadanía” (Isin & Nielsen, 2008). Estos actos son distintos a lo que conocemos como “ser buen ciudadano” (no tirar basura y esas cosas), pues consisten de acciones que rompen con el “deber ser” político (como la de Los Supercívicos de retirar propaganda ilegal, candidaturas independientes como la de Pedro Kumamoto, o balconeos como la iniciativa de #SeBuscaFuero de Animal Político). Lo anterior es urgente sobre todo en este país donde “hacer respetar el orden social” implica fomentar la corrupción como forma de ser “buen ciudadano” (el típico “el que no transa no avanza” o, como Claudio Lomnitz describe, “para mis amigos, todo; para mis enemigos, la ley”).
Las elecciones son un concurso cínico de popularidad (y rumores). Obvio. Siempre lo han sido y en México se ha visto con Fox, Peña Nieto, Manuel Velazco y aquellos que “si han robado, pero poquito” o quienes “ahora sí trabajarán” (*sobre el tema de la imagen y la predisposición electoral se puede revisar el caso de Kennedy vs. Nixon aquí, aquí y también aquí, no sin antes aclarar que el impacto mediático suma a las percepciones y el boca en boca, pero no son definitorios en la percepción total de la imagen de un político). Por más absurdo que sea para los idealistas, cada candidato explotará múltiples formas para “caerle bien” a la gente. Así es y ha sido siempre en la política global. Entonces, ¿por qué la indignación cuando un futbolista, un empresario, una actriz o un payaso anuncian su candidatura? Casos así sobran (recordemos al “Goberneitor” en California o Berlusconi en Italia). Es sencillo: así como un foro abrirá sus puertas a una banda que le asegure público, un partido preferirá a un individuo que le ofrezca seguidores (o si le debe un favor). Jodido, si. Realidad de cualquier proceso político, también.
Deslindarse del proceso electoral por falta de empatía es salida fácil, pues votar no es como elegir un helado donde el gusto marca la decisión. Es, ahí si “idealmente”, una de muchas formas de involucramiento político. No se trata que el “príncipe azul” electoral se aparezca de la nada y llegue a cambiar las cosas. Menos si no generamos una plataforma para que surjan nuevos actores políticos (ni los creamos nosotros). Por esta razón, más que debatir sobre si votar, no votar o anular, pongo sobre la mesa algunos puntos a considerar:
- Las elecciones están prácticamente definidas desde antes (y no necesariamente ilegalmente). Si todos los decepcionados no votaran, o anularan, aún así los principales partidos mantendrían su registro y el PRI probablemente ganaría, pues es el que tiene mayor número de beneficiados, digo, afiliados (aún cuando muchos sean cuestionables o emitan su voto desde ultratumba). ¿Recuerdan aquel episodio de “Los Simpsons” en el que Bart era el más popular en unas elecciones, pero gana Martin? Por ahí va la cosa. Algunos argumentan que “no están dispuestos a fomentar este sistema corrupto”. Completamente válido, pero lo siento, abstenerse sin duda lo fomenta. Por otra parte, anular si tiene repercusión simbólica, pero no legal o política (ojo, me refiero al acto en si de anular, pues acciones complementarias sí pueden tener repercusión). (Como reflexión complementaria resulta pertinente revisar este estudio sobre la correlación del voto nulo con el crecimiento o no de un partido)
- Los que probablemente puedan cambiar una elección son los indecisos. Algunos especialistas consideran que el “voto decisivo” es el que se define el mero día de la elección. Es decir, el voto cambiante detonado a partir de diversas situaciones y que da como resultado un voto de castigo, desesperado, o simplemente puesto en práctica al momento. Sea lo que sea los partidos se están peleando por ganar adeptos pues eso implica futuros presupuestos, alianzas, coyunturas y contratos. Los partidos ven a mediano y largo plazo, mientras que muchos ven el voto como algo inmediato.
- Abstenerse no es un acto simbólico (anular si). La abstención “gana” en prácticamente todas las elecciones en México y el mundo. Claro, cada país tiene distintas formas de lidiar con ella. Sin embargo, no votar NO hará que los políticos digan “chale, tengo que cambiar pues la gente no cree en nosotros”. Al contrario, de hecho en México el abstencionismo beneficia a los partidos parásito, pues reduce el número de votantes netos que necesitan para mantener su registro (y, por lo tanto, tener así presupuesto para gastar en esos spots que tanto nos gustan cuando vamos al cine).
- El INE es una instancia inepta y sus representantes unos cobardes. Seguimos esperando que retiren el registro al Verde Ecologista, pero las instancias de arbitraje en México son tan efectivas como decirle a un gato que no haga algo. Mientras que el Verde ve a las multas desde una perspectiva de costo-beneficio político, la supuesta “autoridad” que debería ser el INE se muestra cobarde, temerosa e incompetente.
Pero bueno, ¿qué SÍ se puede hacer sin importar si votamos o no votamos?
- Consultar las propuestas y perfiles REALES de cada candidato y socializar la información de manera sintetizada (admitámoslo, la gran mayoría de los que nos quejamos no hacemos esa labor, pues es más fácil decir “todo apesta”).
- Presionar a los ganadores, pues en un país donde el “qué dirán” pesa más que la legalidad, balconear hasta el hartazgo podría ser más eficaz, tal vez, que esperar que otras instancias hagan algo (o al menos será más divertido). Aprendamos de la práctica del escrache como forma de empoderamiento político.
- Ejercer un voto estratégico que genere balance en las cámaras, en lugar de votar por partidos.
- Informarnos sobre cuándo es ilegal montar propaganda (y así tal vez hacernos de lonas para la temporada de lluvias).
- Accionar iniciativas locales en las que creemos en lugar de esperar que éstas lleguen a nuestra puerta o de arriba. Ya lo dije, no se trata de esperar al príncipe azul, sino empezar a estimular nuevas plataformas políticas.
¿Lo más importante? Entender que el cambio nunca será inmediato y que el proceso debe ser constante. Confrontemos en lugar de deslindarnos culpando a los “cerdos y corruptos políticos” (que sí, lo son). Ya sea que votemos, no votemos, o anulemos, cualquier decisión requiere de acciones complementarias, pues simplemente votar y ya tampoco es la solución.