Para esta edición se habilitó un escenario por fuera del Parque Simón Bolívar: La media torta. Su mística proviene de ser un escenario clásico; allí se realizó el festival en sus primeros años, y ha sido también el de Hip Hop al Parque y de conciertos de artistas internacionales desde hace más de 50 años.
Allí abrió el bogotano Juan Pablo Vega y lo siguieron los mexicanos de Volcán, luego la banda distrital Danicattackal que vimos interpretar un pop electrónico que recordaba, a la vez, a Cerati y Draco Rosa. Después, el primer plato fuerte del día: la argentina Juana Molina seguida de Globos de aire, rock-pop ‘sigurosiado’ que no deslumbró mucho al público. Hacia las cuatro y media de la tarde se subió Hoppo!, la banda de Rubén Albarrán (Café Tacuva) y el chileno Rodrigo Aros. Esta transmitió energía, alegría y la nostalgia del folclor latinoamericano. Con versiones de canciones como ‘Alfonsina y el mar’ (con la que cerraron magistralmente), Hoppo! le rinde homenaje a la Nueva Canción latinoamericana sin perder la fuerza del rock and roll. Ya hacia las 6 de la tarde, y con una leve lluvia enmarcada en los cerros orientales de Bogotá, llegó al escenario Edson Velandia. Siguiendo un formato similar al de sus primeros conciertos, Edson, además de ser un gran letrista, palabrero y músico, dejó clarísimo que es un gran director de orquesta. Entrada la noche apareció Gepe, el chileno representante de una nueva generación de pop latinoamericano, acompañado de dos chicas: guitarrista y tecladista; y otras dos: bailarinas con trajes pintorescos a las que era imposible quitarle los ojos de encima. Para cerrar, hacia las ocho de la noche llegó Esteman, con la Esteband, a deslumbrar a una fanaticada muy enérgica. Fue evidente que se ha hecho a un público que no es fácil, y que anoche le devolvió algo de la euforia que la música misma transmite. Son canciones fáciles, envueltas en la dulzura del pop y la potencia de excelentes músicos (Pablo Escallón, Juanita Carvajal). Un cierre envidiable para un día de sonidos latinoamericanos novedosos.
Mientras tanto, en el Simón Bolívar (cuya programación del sábado estuvo dedicada exclusivamente al metal) dos show especiales rendían tributo a las bandas más relevantes de la escena metalera nacional, conformados por miembros de estas agrupaciones tocando sus temas más emblemáticos. Estas dos presentaciones junto con las de las populares Ingrand y Neurosis, repasaron la historia del metal nacional, mientras que bandas nuevas como Patazera, Deep Silence y Headcrusher (escogidas mediante convocatoria), continuaban escribiéndola. Es claro que para el rockero nacional resulta más sencillo digerir música que ya conoce (¿tal vez para cualquier persona?). Lo que hace que las bandas escogidas por convocatoria tengan una recepción menos poderosa que las bandas ya establecidas. Sin embargo, la capacidad del festival como plataforma para fomentar nuevos talentos se ve reflejada precisamente en la popularidad de esas bandas establecidas: todas ellas pasaron por lo mismo hace veinte o diez años: se enfrentaron a público que no los conoce en estos mismos escenarios.
Entre los invitados extranjeros abundaron el metalcore, el death y el thrash: con bandas como Memphis May Fire, Exodus y Nile, estos últimos deleitaron a la audiencia con un bloque de sonido tan denso como un ladrillo, y que contrastaba con las escalas exóticas que suelen utilizar. Uno de los momentos cumbres del día llegó al final de la noche en el escenario Bio, en donde se escuchó a la multitud gritar “Killswitch” una y otra vez. A los integrantes de la banda les llamó la atención el contraste de la zona de invitados y prensa con el resto del público, felicitando a los de más atrás por su disposición para bailar y cabecear, mientras que desdeñaron la actitud pasiva de fotógrafos y periodistas preguntándoles “¿están en su p$&# periodo?”.
La frialdad de los tres masivos escenarios del Simón Bolívar contrastó con la calidez que se siente en la Media Torta. Aunque en ambos escenarios se vivió al máximo la fiesta musical más grande de la ciudad.