Estamos hablando de música y estamos hablando de la dueña de la tercera cuenta de Twitter con más seguidores en todo el planeta. Estamos hablando de una intérprete mayúscula y megalómana, y también de uno de los mayores íconos de la industria moda en los últimos años. Estamos hablando de polémicas, de pensamiento empresarial, de aplicaciones interactivas para teléfonos y de una artista que dice representar a un ejército de pequeños monstruos desencantados con el mundo desde la más absoluta cima del mercado. De todo eso hablamos cuando hablamos de Lady Gaga y su última supuesta declaración de principios: “ARTPOP”.
Por eso, a la hora de navegar por las quince canciones del tercer álbum de Gaga es imposible (e imprudente) intentar abstraerse de su realidad como estrella del pop y del mundo del espectáculo a nivel global. Como Justin Bieber, Katy Perry o el momentáneo Psy, el personaje construido por Stefani Joanne Angelina Germanotta puede ser encontrado en un ranking de ventas de discos, en noticieros con diferentes niveles de amarillismo o en la tapa de la revista Forbes, indistintamente. Al mismo tiempo, su popularidad edificada a base de singles poderosísimos –’Poker Face’ o ‘Bad Romance’, sin ir tan lejos- la ubica en un lugar incómodo: su obra difícilmente sea juzgada como la totalidad que es, sino a partir de aquellas piezas que parecen invadir cada pedazo de espacio público donde haya una canción sonando. Escuchar un disco entero de una artista de lo efímero es, entonces, un desafío en sí mismo.
Pero lo cierto es que, fuera del concepto de álbum popularizado desde “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band” en adelante y en contra de lo que podría suponerse frente a un título tan ampuloso, “ARTPOP” no termina siendo nada cercano a una redefinición de los límites de la música pop ni tampoco una profundización autoral de su creadora. Por el contrario, se trata de un conjunto de canciones trabajadas aisladamente, con productores y conceptos diferenciados, aunque con un objetivo común: lograr el mayor rendimiento (estético y financiero) de las capacidades espectaculares de Gaga. No obstante, a costa de esto, es ella misma quién queda encerrada en una realidad que se reafirma con el final del álbum. Salvo contadas excepciones, “ARTPOP” es un rejunte de músicas y palabras sin personalidad, de libreto. La imponencia de la imagen de Gaga o su impronta tanto para declarar públicamente como para defender ciertas causas minoritarias no se traducen en una propuesta desafiante, que genere un ida y vuelta genuino con quién está del otro lado. Lo que se escucha, en definitiva, es una serie semi-aleatoria de piezas que podrían estar cantadas por alguna Cristina Aguilera, Ashlee Simpson o Sky Ferreira (y aquí el orden de los factores no alteraría prácticamente el producto).
Lo que sí encontramos es, una vez más, el modelo de la industria discográfica tradicional en plena vigencia. Un puñado de canciones diseñadas para la pista de baile, con todos los trucos conocidos provenientes de esa cruza entre electrónica dura, house y hip-hop que caracteriza a los últimos grandes éxitos todoterreno; y por otra parte, material de relleno, que no hace la diferencia en la consideración que el gran público pueda tener de Gaga pero tampoco aporta nada nuevo al conjunto. En definitiva, algunos hits instantáneos –arrolladores, deliciosos, eso sí- que retoman a Daft Punk (‘Do What You Want’), Michael Jackson (‘Sexxx Dreams’) o David Guetta (‘Fashion!’, que incluye la participación del DJ más renombrado del mundo), resaltan las cualidades interpretativas de Gaga y subsidian el resto de un álbum que, de no ser por la responsable detrás de su creación, pasaría desapercibido como música de fondo de cualquier club nocturno.
De todos modos, “ARTPOP” no deja de ser un álbum necesario para el estado actual de la música pop. Más allá de su probable intrascendencia estética y de su dudosa grandilocuencia, el disco funciona como la defensa de un status-quo industrial que no se resigna a dejar de lado la idea de estrellato individual e iluminado. Pero en verdad, la presencia cada vez más diluida de Gaga como compositora –su piano y su corazón hecho voz son fundamentales apenas en ‘Dope’- convierte a “ARTPOP” en apenas un gran eslogan publicitario. Detrás del ícono no hay, entonces, algo que sustente verdaderamente su entronización en el olimpo de la música masiva. Ni siquiera, como en el caso de Madonna o Beyoncé, una búsqueda con intenciones de usufructuar tendencias subterráneas. Apenas un conjunto de canciones dispersas que tienen más que ver con visualizaciones y re-tweets que con emociones y sensaciones transformadas en un pedazo de materia sonora que está ahí para ser descubierto.