Afuera llovía. Una hora antes las calles de la ciudad ya estaban encharcadas. Así llegaron, pues, varios de ellos: con el cabello empapado y los pies congelados por el agua. Entraron, dispuestos a encontrar adentro el calor que afuera les hacía falta. Pero ahí los ánimos estaban igual de fríos. Solo las parejas alcanzaban a romper la barrera del contacto. Estaban ahí, por todas partes, abrazadas. O sentadas, disfrutando de un trago.
Entonces comenzó, quince minutos después de la hora pactada, con ‘Cardio Sapien’. Quien vendía cervezas cruzaba con su charola por los espacios que 700 personas —según organizadores— no llenaron. Los asistentes se mantuvieron en sus lugares, sin tocarse. Los gritos eran dispersos y escasos. “¡Chetes!” Se le escuchaba gritar a alguna joven, sin que alguien le hiciera segunda. El compositor, que portaba gafas oscuras y el cabello peinado hacia su lado derecho, se siguió con ‘Grados Bajo Cero’ y ‘Arena’.
La pantalla dividida en cinco servía como gancho para el espectador: gracias a ella el público miraba al frente. O al baterista, cuya habilidad para golpear los tambores persistió en todo el concierto. Como un pedal de efectos, Chetes usó su mano para sacarle sonido a un tubo de metal; y se sentó al piano para tocar ‘La Ciencia No Es Exacta’ y ‘Efecto Dominó’.
Dio las gracias y entonces tocó lo que varios ahí esperaban: ‘Hombre Sintetizador’, ‘Abre Los Ojos’, ‘Estático’ y ‘Luna’ de Zurdok. Las cosas por fin se endurecieron un poco. Las palmas arriba, los besos de las parejas, abajo. Una nave espacial y la mujer del rostro pintado de negro sosteniendo un clavel, motivó a algunos a mover de menos la cabeza de atrás hacia adelante. “Ya, todo Zurdok. Renuncia”, desgañitó alguien amparado por el anonimato que la oscuridad brinda. Chetes respondió con ‘Completamente’ donde llovieron rectángulos de papel plateado que cayeron hasta en la bebida de algunos. Y fue por primera vez que le gritaron “¡otra!” para luego gritar “Chetes” y tergiversarlo en “Cachetes”. Entonces el anfitrión se quitó los lentes y salió a cerrar con ‘Querer’. De pronto la luz iluminó a los asistentes que todavía no acababan de aplaudir, y en menos de hora y media todo había terminado. Ya acabó, decían. Ni tiempo les dio de secarse. Quizá no importaba. Afuera todavía llovía.