Los ataúdes apuntaban al público desde las alturas, como cañones que en cualquier momento dispararían. El comando de hombres enfundados de negro pronto izó las escaleras plegables y, desde cada uno de los flancos, subieron para controlar el ataque ahí arriba.
Tenían listo el arsenal completo.
Esperaron la señal para que la oscuridad se adueñara del lugar. Sería entonces cuando atacarían. Mientras tanto, lanzaron al ruedo a otro grupo para que se enfrentara contra todos ellos. No eran las fuerzas de élite, pero Koltdown había demostrado su resistencia en una competencia previa; se enfrentaron contra otras tropas que los igualaban en número, y de ahí salieron vencedores.
Cumplieron con su misión.
Al escucharlos, la multitud enardecida se abalanzó hacia ellos. Por alguna razón la valla soportó el embate. Fue entonces que los escucharon con atención. La música del grupo mexicano tenía el objetivo de calentarlos. Y si no los dejaron ardiendo, al menos les dieron tiempo de replegarse y prepararse para lo que venía.
Pasó casi una hora para que por fin la luz desapareciera y sonara el himno de la inminente guerra: “Ecstasy of Gold”.
Hombres y mujeres, todos, se lanzaron al frente. En sus puestos, cada quien con su armamento, ya los esperaba Metallica. Hetfield a la guitarra y al micrófono, Ulrich en su batería color naranja, Hammett en la guitarra solista y Trujillo al bajo, quienes alguna vez fueron llamados los cuatro jinetes del Apocalipsis. Ahí estaban para reafirmar ese mote, casi a la misma distancia que ellos; se podían mirar a los ojos, tocarse las manos. Se movían en todas direcciones, el sitio en el que estaban parados estaba preparado para el asedio, para que todos pudieran verlos con claridad.
Pero la banda quería que la muchedumbre se destruyera entre sí, por lo que iniciaron el ataque con “Creeping Death”.
La ola humana arrastró con todo a su paso. Ninguno pudo asirse con la suficiente fuerza para impedir que la corriente se lo llevara. ‘For Whom The Bell Tolls’ provocó que el suelo se cimbrara por los saltos conjuntos de los miles allí reunidos para pelear. Y ‘Fuel’, simplemente hizo claudicar a los más débiles, quienes se echaron hacia atrás bañados en su sudor y de los otros; o quemados por las llamas que del escenario surgieron.
Pero fueron muchos más los que pudieron resistir, pese a que ‘Ride the Lightning’, ‘One’ y ‘Cyanide’ sonaran una tras otra. El bombardeo en la canción que tiene como videoclip un fragmento de película de Dalton Trumbo, fue incesante. Las explosiones provenían de todas partes. Los estallidos retumbaban crispando los nervios y estremeciendo espaldas y oídos. Fue cuando los fantasmas de soldados en el campo aparecieron ahí, caminando con el rifle a cuestas.
Sin embargo, y tras ‘The Memory Remains’, ‘Wherever I May Roam’, ‘Sad But True’, ‘Welcome Home (Sanitarium)’ y ‘…And Justice for All’ la banda comenzó a padecer problemas en su estrategia que hasta entonces parecía perfecta. El sonido fue el primero en fallarles. Los hombres que surgieron de pronto en el escenario para armar los restos de la Señorita Justicia, decayeron. Lo peor vino cuando Hetfield, Ulrich, Hammett y Trujillo se autosabotearon y todo aquello que pendía del techo se vino abajo: el montaje de una catástrofe que en principio parecía verdadera, los aniquiló.
La gente de México soportó todas las acometidas de un enorme espectáculo que lanzó bombas letales: ‘Fade to Black’, ‘Master of Puppets’ —canción en la que las cruces de la portada de aquel disco cobraron vida, surgiendo como decoración en el campo de Arlington—, ‘Battery’, ‘Nothing Else Matters’, ‘Enter Sandman’, ‘Seek & Destroy’… Además del cover a Misfits, ‘Die, Die My Darling’.
Ante la resistencia, a Metallica no le quedó más que reiterar su profundo amor por México. Que a nadie le quepa duda de ello. Porque en el primer round de una pelea de ocho encuentros, quienes estaban en la pista y en las gradas, vencieron a los del escenario.