Arturo Vega nació en la ciudad de Chihuahua en 1947. A temprana edad decidió migrar a Estados Unidos, ya que sus esperanzas artísticas eran más grandes que las oportunidades en el país. Llegó a Nueva York y comenzó haciendo hamburguesas para ganarse la vida, cambió varias veces de vivienda pero al final se asentó en lo que ahora es “Joey Ramone Place”, en el Bowery, y esto fue gracias a que un día de 1973, mientras pintaba y escuchaba T-Rex, un hombre se asomó a su puerta (que siempre estaba abierta) y lo invitó a escuchar a su banda en un lugar cercano.
El nombre de aquel sujeto era Douglas Glenn Colvin, mejor conocido como Dee Dee, y su banda eran los Ramones. Des entonces sólo faltó dos veces a una tocada de la banda y vivió el resto de su vida en ese mismo departamento donde él y Ramones habían compartido y hecho historia. Mientras estaba con ellos, quien también fuera conocido como Arty Ramone hizo de todo: desde dirigir las luces en los conciertos, hasta vender las playeras de la banda, claro, éstas incluían el clásico logo de que él mismo creó y que llegó a convertirse en la playera más vendida en la historia del rock a la fecha.
Yo aún no conocía a Arturo cuando un amigo muy cercano me contó que conocería próximamente al manager de The Strokes. Estábamos sentados en un restaurante tomando unas cervezas cuando el llegó y mi sorpresa fue aún mayor, al darme cuenta de que el hombre con el que hablaba no era el manager de dicha banda, sino uno de los iconos del punk más grandes de Estados Unidos. Su vestimenta típica: una cachucha con algún símbolo religioso, ya que estaba fascinado con la mercancía religiosa y mientras mas brillara mejo; él le llamaba a esto “el virus de la fama”, que fue motivo de varias de sus piezas artísticas. Además, dos aretes colgaban de sus orejas y portaba también sus lentes de aviador, tenía la mirada perdida y yo no sabía qué hacer, si preguntarle algo sobre Ramones o quedarme callado y escuchar.
Sin embargo, en aquella plática siempre llegaban las anécdotas, contaba cómo conoció a Bob Dylan, de su amistad con Debbie Harry e Iggy Pop… en fin, anécdotas que te ponían la piel chinita y que sabías que pocos podían contar. Pero la historia de Arty no había acabado con Ramones, él continuó trabajando como artista, siendo uno de los integrantes més conocidos del movimiento antagonista en Nueva York y difundiendo su trabajo en varias partes del mundo hasta llegar a su tierra natal (donde fue recibido con brazos abiertos). También se metió en la música, pero muy poco, hasta que se convirtió en manager artístico por segunda vez con la banda Ánimo, de la Ciudad de México, creando su logo y respaldando su proyecto.
Muchas de las personas que lo conocieron les dirán algo parecido a esto: que Arty era una persona especial sin duda, que iluminaba el cuarto a donde entraba y que acaparaba la atención rápidamente, pero, más que un icono punk, era un artista que continuó creando hasta sus últimos días, amaba México, era trabajador, humanitario, honesto y con un temperamento inolvidable. Arturo dejó su legado muy bien plantado sobre esta tierra y además nos deja un ejemplo de vida para todos los que participamos en este medio tan auténtico, como lo es la música y, por supuesto, lo era él.
Carlos Rodríguez