Un minuto, dos, cincuenta segundos. Y así, cada track de este disco duraba más o menos ese tiempo. El listado de canciones semejaba un disco de alguna banda de grind core por la poca duración de las canciones y su amplio número: 21. Pero se trataba de Guided By Voices. La distorsión acústica de inmediato desengañó al escucha. El álbum pronto dejó de sonar. Tuvo que darle play varias veces hasta acabar de oír cada canción con detenimiento. No, nada de grind core. Esas canciones orillaban a relajarse (o a entristecerse) en vez de arremeter contra alguien en un slam. Jugaban con elementos acústicos, cuerdas, panderos, y voces que entonaban, a veces más suave, otras más estruendosamente, Keep it in motion. Ocasionalmente la distorsión iba a más, pero sin llegar a destripar tímpanos. La voz, la producción, pensó el escucha, sonaba intencionadamente antigua, rasposa, como si se escuchara a través de una pared. O acaso se trataba del poco tiempo que la banda llevaba en escena y que este disco significaba su primer lanzamiento. El escucha se equivocaba. Desde 1983 que GBV hace música, teniendo como único sobreviviente a Robert Pollard. Mucho antes que se le denominara indie rock al indie rock. Un par de años después del nacimiento del grind. Pararon en 2004. Hoy, vuelven con tres discos (éste, además del previo “Let’s Go Eat The Factory” y el póstumo “The Bears For Lunch”) que suenan a rock, a pop, a una concha de mar en los oídos, a banda de antaño, a polvo, a música más vieja que el escucha. Porque eso son.