El síndrome del tercer disco

// Por: Staff

lun 29 abril, 2013

Publicado en WARP Magazine no. 55

Son conscientes de que se la juegan con “Holy Fire”. Como tantas otras bandas a lo largo de la historia, Foals afronta un momento clave en su trayectoria. Yannis Philippakis y los suyos saben que no pueden vivir siempre del revival post-punk (al que llegaron tarde), y que solo hay dos opciones: reinventarse o morir. No son los primeros que se encuentran en un encrucijada que, con mucha frecuencia, se ha convertido en la tumba de una banda.

¿Quién no ha oído hablar del “difícil tercer disco”? Como todos los tópicos del rock, tiene algo de cierto. Que se lo pregunten a The Strokes, que no han levantado cabeza desde “First Impressions Of Earth” (2006). Y no son los únicos, aunque ese mito sobre el alarmante descenso de calidad que suele coincidir con el tercer álbum tiene su origen en los tiempos en que la industria vivía sus momentos de esplendor, una época en que los sellos funcionaban según unas reglas que parecían diseñadas, precisamente, para que las bandas tropezaran en el tercer escalón.

El proceso era el siguiente: un grupo se pasaba varios años grabando demos, actuando en clubes y buscando su oportunidad, hasta que algún cazatalentos se fijaba en ellos, les ofrecía un contrato y lanzaba su primer álbum. Si la banda valía la pena, ese debut tenía muchas posibilidades de convertirse en un gran éxito. Hay que tener en cuenta que reunía diez o doce canciones escogidas entre las muchas que la formación había compuesto durante sus primeros años de vida. De hecho, a menudo esos discos son una colección incontestable de hits.

No es una ciencia exacta, pero es bastante probable que, con el apoyo promocional necesario, el disco logre los resultados esperados. Como consecuencia, la banda se lanza a la carretera para actuar sin descanso. La gira puede durar un año, como mínimo. Y, lógicamente, si los conciertos funcionan, el público no tardará en pedir material nuevo. Es entonces cuando los músicos y los ejecutivos discográficos se dan cuenta de que ha sido imposible tocar durante un año entero y, además, componer un disco nuevo. Así que para el segundo se recurre a esas canciones que no entraron en el primero, pero que mantienen cierto nivel. ¿Cuántos segundos discos se pueden definir diciendo: “Es como el primero, pero un poco peor o menos novedoso”?

Lo normal es que el público se sienta satisfecho. Al fin y al cabo, recibe más de lo mismo. Y la gira siguiente alcanza lugares a los que la banda ni siquiera imaginaba que podría llegar nunca. Y el rock and roll way of life se impone con facilidad, porque los músicos son jóvenes, tienen éxito y no van a privarse de ningún capricho. En lo último que suelen pensar es en ponerse a escribir nuevas canciones. Pero llegará un momento en que tendrán que grabar un tercer disco. Y solo disponen de apuntes tomados en mitad de los viajes, de esbozos escritos en hoteles, apenas unas pocas ideas garabateadas con prisas. Y con eso entran en el estudio. Un productor de renombre suele ser la opción para dar un poco de coherencia al conjunto, pero no resulta sencillo. Así que es fácil que el resultado sea disperso, que trate de buscar nuevas direcciones sin éxito o que, sencillamente, no encuentre el rumbo. La industria ha cambiado mucho y los plazos ya no son los de antaño, pero tengan cuidado con los terceros discos: La ecuación se cumple más veces de lo que parece.