Históricamente, las Artes son eurocéntricas: porque sus cánones, sus parámetros estéticos, sus intereses discursivos y sus juicios se han fundamentado a lo largo de los años por aquello que salga de la hegemonía del viejo mundo.
No es un secreto y tampoco debería ser una sorpresa para alguien, incluso cuando se ha intentado promover que esas mismas Artes son lenguajes universales.
Desde ese punto de partida se derivan industrias creativas que por su naturaleza técnica y conceptual, también coquetean con la clasificación artística; sin embargo, no podemos perder de vista que desde su definición, es eso: una industria… Un negocio.
Que sí, a veces tiene objetivos paralelos vinculados con la expresión de ideas, mensajes y sentimientos; pero la premisa es la de generar un rédito económico a su alrededor.
Dicho eso, cuando marcas europeas -y anglosajonas- se acercan a países de África, Asia y América Latina bajo el argumento del intercambio cultural y el enriquecimiento artístico a partir de la extensión referencial de sus propias inspiraciones, siempre sale a relucir la conclusión de que dicha acción corporativa ayuda a poner dichas regiones sobre el mapa:
Como si antes de su consideración no existieran, como si realmente fuese necesario existir dentro de su propia hegemonía para que tales quehaceres estéticos y artísticos tengan validez.
Y sin embargo, esa fue la respuesta general una vez que se anunció que Maria Grazia Chiuri -directora creativa de Dior- traería la pasarela de su colección Cruise a la Ciudad de México.
Como un paréntesis para que estemos en sintonía: las colecciones Cruise de toda marca de lujo son aquellas compuestas por piezas más casuales y atemporales, pensada prácticamente como cápsulas de línea cuya venta es menos segmentada que las de alta costura.
Maria Grazia Chiuri siempre se ha autodenominado feminista. De hecho, en una entrevista para El País, declaró: ‘’Todo es político. La moda solo fue un mundo de ensueño en el pasado”.
Y bajo esa premisa ha planteado premisas que fundamentan su trabajo en Dior.
Como la famosa playera blanca que en letras negras decía ‘’Todos deberíamos ser feministas’’ que se vendía por 600 dólares.
De manera contradictoria, la italiana también ha protagonizado escándalos que bajo sus mismas palabras, también podrían denominarse políticos: desde el blanqueamiento de modelos en las sesiones editoriales de las colección de invierno 2017 hasta decir que ‘’no todas las mujeres pueden ser modelos porque las tallas extras generan gastos de producción que a la larga no son redituables’’.
El sábado 20 de mayo se desarrolló el anunciado desfile y la ejecución fue, por lo menos, cuestionable.
En lo que incumbre estrictamente a la moda: referencias a los trajes de charros, huipiles y re interpretaciones de bordados mixes. Lo mismo que con Frida Kahlo: los lugares comunes, no porque esa tradición textil no merezca ser celebrada, sino porque es la única que los entes extranjeros celebran.
Y el discurso, aún más preocupante: llamarlo colaboración con artesanos mexicanos sin explicar el proceso de dicha colaboración; y que, a todas luces, fue más un servicio de contratación externa de parte de Dior para que dichos artesanos utilizaran sus técnicas tradicionales para que hicieran lo que Dior no puede, y que de paso, le dieran validez para evitar ser calificado como ‘’apropiación cultural’’.
Como menciona la plataforma de crítica de moda Melodrama MX (@melodramamx):
‘’Una relación que no fue horizontal, porque a los artesanos mexicanos no se les involucró en el proceso creativo, solo se les pidió mano de obra calificada. Extractivismo epistémico para lograr piezas que se venderán en dólares y que no traerán ningún beneficio para esas regiones’’.
Por si no fuera suficiente, Maria Grazia Chiuri y Dior cerraron su evento a través de una exhibición accidentada y poco inteligente de protesta contra la violencia de género y la emergencia feminicida que atraviesa México, con vestidos, blusas y chaquetones que en varios idiomas traían bordadas consignas feministas, acompañadas de ‘’Canción Sin Miedo’’, canción de Vivir Quintana que miles de familias han adoptado como un consuelo en la búsqueda de justicia por la vida de las mujeres que les fueron arrebatadas con sangre.
Y no se menciona por responsabilizar a Vivir Quintana, quien además intepretó la canción en vivo y que seguro solo buscó visibilizar el tema desde la plataforma que se le ofrecía; el problema son las piezas, que, si faltaba aclararlo, también se venderán en dólares; y que no generan ninguna repercusión práctica o discursiva más allá de un efecto mediático en el que personas de otras países ajenos a nuestro contexto se sorprenderán y sentirán que con la compra de esas piezas se solidarizan y ayudan a solucionar el problema.
Al final, México y las regiones mencionadas, vuelven a abordarse desde el morbo y la exotización y no desde el interés genuino por conocernos y vernos más allá de lo obvio o lo escandaloso.
Porque esta reflexión no se trata de destruir todo vínculo internacional por resentimiento, sino de que se lleven a cabo desde el respeto y la horizontalidad en el que lo más importante no sean los dólares ni el saneamiento moral de algunos cuantos.