Si alguien observara en detalle el videoclip del primer single de “Comedown Machine”, ‘All the Time’, seguramente pensaría que se trata de algo coherente con el momento actual de The Strokes. Imágenes de archivo, bastante material inédito de años anteriores y del pasado reciente y una clara falta de preocupación por producir nuevos contenidos audiovisuales podrían relacionarse a la segunda etapa del grupo luego de su anunciado regreso con “Angles” (2011). Sin embargo, lejos de sintetizar visualmente lo que acontece en el quinto álbum de The Strokes, el video de ‘All The Time’ no hace más que reducir la actualidad del grupo a un compendio de imágenes que, en verdad, poco tienen que ver con la variedad y la riqueza que emana de las distintas aristas de “Comedown Machine”.
Y es que, en efecto, este quinto álbum está lejos de ser una continuación anunciada o el resultado de un piloto automático inconsciente. De hecho, todo aquello que había sido mostrado en “Angles” con cierta timidez y falta de arrojo parece haber encarnado finalmente en la idiosincrasia de la banda y ya no puede ser considerado al margen de su estética. Esto son y esto quieren ser estos Strokes. Por eso, “Comedown Machine” seguramente sea el álbum más importante del grupo desde el fundamental “Room On Fire” (2003). Un disco que, antes que nada, encuentra al grupo evidentemente enfocado y espiritualmente renovado, con ganas seguir creciendo artísticamente, sin especulaciones de por medio y con todos los miembros en una misma sintonía (y en un mismo estudio de grabación). O, al menos, eso es lo que se desprende de estas intrigantes once canciones que vienen a cuestionar todavía un poco más la carrera anterior de la banda.
Porque, en definitiva, la cualidad central de “Comedown Machine” pasa por hacer extensivo el espíritu renacentista de Angles y por darle una forma más acabada y concreta, sin el caos emocional que implicó el operativo regreso de un par de años atrás y con la experiencia de haber trabajado con este tipo de materiales de manera grupal. Y eso queda claro desde el inobjetable comienzo con ‘Tap Out’, una canción que recupera las sensaciones de ‘Machu Picchu’ pero lo hace con una soltura y una sutileza que logran conjugar lo mejor de los distintos sonidos y formatos abordados por el grupo. El espíritu sintético de la batería, la pulsión pop conjugada en el vínculo bombo/bajo y la importancia rítmica de las guitarras -no ya desde un rasguido homogéneo sino desde una precisión casi matemática en cada golpe de púa- enarbolan una bandera asociada al mejor pop de los 80, con Michael Jackson y Prince como referencias ineludibles; no obstante, en medio de esa atmósfera se cuela la visión particular de una banda que ha alcanzado un nuevo estadio en su propio camino y la canción sirve, entonces, como disparadora necesaria de todo lo que ocurrirá luego durante el álbum (‘Welcome to Japan’/’Show Animals’/’Happy Ending’).
Por eso, si bien llama la atención que el segundo track sea la mencionada ‘All The Time’ -ganadora absoluta del premio a la canción más plana del disco-, su temprana inclusión sirve para plantear de entrada la multiplicidad de registros como uno de los temas fundamentales de “Comedown Machine”. La referencia casi directa a los primeros dos trabajos del propio grupo neoyorquino es, en este caso, una anomalía dentro de la propuesta general del álbum. De hecho, probablemente no sea el mejor adelanto posible para un disco lleno de vida y color como éste, con momentos histriónicos de la talla de ‘One Way Trigger’ (más allá de la presencia fantasmal de Maná) y ‘Partners In Crime’ y con pasajes ensoñadores como ‘Chances’ y ‘Call It Fate, Call It Karma’. Esas son, en efecto, las referencias obligadas para hablar del sabor a nuevo y de la sensación de aventura que se desprende de “Comedown Machine”. Un disco que, evidentemente, es el resultado de un tiempo de maduración necesario y de un diálogo efectivo entre las partes del conjunto.
Así se lo siente y se lo percibe en gran parte de las canciones. Incluso, algunos momentos del álbum muestran lo mejor de la banda en mucho tiempo, con una precisión instrumental que entiende a la perfección la dinámica entre partes cantadas y espacios en blanco y logra envolver y reforzar cada matiz de la interpretación vocal de un Julian Casablancas cada vez más rico en sus posibilidades. Como si, finalmente, la grieta que se había abierto después de “First Impressions Of Earth” (2006) no existiera más. Como si el propio Casablancas hubiera recuperado la confianza en su grupo y sus compañeros. Como si las canciones de The Strokes hubieran vuelto a ser las canciones de una banda tocando para si. La misma que, hoy más que nunca, parece dispuesta a volver a empezar desde cero.