Históricamente ha existido un prejuicio de parte del público y la industria respecto a la música que le gusta a los adolescentes, sobre todo si los adolescentes en cuestión son mujeres.
Como si la música que sirve de caldo de cultivo para el surgimiento de fandoms mereciese menos respeto solo porque su entorno está lleno disfraces, pósters y gritos; o peor aún: como si los disfraces, posters y gritos fueran algo malo por sí mismos.
¿Qué no de eso se trata ser fan de -por ejemplo- algún deporte o de una banda como KISS?
Recordemos cuál fue el primer sector poblacional que adoptó a los Beatles o a los Rolling Stones.
Toda esta reflexión sobre el sesgo de género en la percepción que tenemos sobre la música va dirigido a que, por prejuicios como esos, la prensa especializada y los puristas del Rock han perdido de vista el monstruo de performer en el que se ha convertido Harry Styles.
Y no es que Harry Styles y su fandom necesiten el espacio de WARP para validar su impacto en la cultura popular occidental; pero sí podemos ser un puente que contextualice lo que sucede con él como fenómeno Pop.
De entrada porque, para el estándar de la industria mexicana del entretenimiento en vivo, llenar el Foro Sol dos veces es hablar en mayúsculas.
Y no fueron sold outs logrados por un público circunstancial que responde simplemente a una tendencia pasajera: son 125 mil personas que conocen y entienden todo lo que Harry Styles representa a nivel estético y discursivo.
Apenas tomó el micrófono, el inglés le pidió a su audiencia: “sean ustedes mismos, sean lo que quieran ser y encarguense de pasar la mejor noche de sus vidas”.
Y cómo no cumplir a su solicitud, si las inmediaciones del Autódromo Hermanos Rodríguez se convirtieron en una pasarela de moda con plumas, estampados setenteros, zapatos de plataformas y gafas gigantes.
Todos libres, todos felices, para enarbolar el discurso de, antes que cualquier cosa, tratar a la gente que te rodea con gentileza.
Después, lo más importante: la música. Porque detrás de esa imagen dominante del mainstream, encontramos un proyecto capaz de conectar a las nuevas generaciones con sonidos propios del Rock, el Blues, el Folk, el Country y el Funk.
Esa multitud que también es capaz de vitorear un solo de guitarra de tres minutos, unas armonías impecables o una salida de piano; y no porque sean las únicas expresiones musicales -porque esas no existen- pero desmantelan la idea de que los públicos de viente para abajo no están interesados en la música hecha con instrumentos.
Y es que entre temas como “Cinema”, “She” y “Kiwi” se esconden Fleetwood Mac, Duran Duran, Carole King, Queen, los Beach Boys, Led Zeppelin, Cream, Chic, Prince y cuantos nombres se nos ocurran.
Él, tal vez sin la virtud musical de su banda de acompañamiento, tiene un talento natural para ser un espectáculo a través de la empatía y la alegría… Lo hace como nadie.
“Son un público muy especial para mí. No importa si pasan cinco, diez o quince años: recordaré estos shows para siempre y volveré cada que ustedes quieran”.
Con esas palabras, Harry Styles culminó su parada por México y dejó claro que el romance con nuestro país es recíproco.
El show tuvo víboras de la mar, la participación de una mujer embarazada y sobre todo a un rockstar que se disfraza de estrella Pop para mantener vivas las tradiciones del género.