Por Rob Anaya
Boris y Nothing aterrizaron en House of Vans en una noche llena de frecuencias distorsionadas de alto poder que hicieron enloquecer a los asistentes en un show en el que ambas bandas fueron directas, contundentes y sin pretensiones.
Nothing abrió la noche con el aura de The Great Dismal, que es sin duda uno de los discos más explosivos que exponen de una manera brillante el nuevo y llamado post shoegaze de los años más recientes. Nothing en vivo es un espectáculo de guitarras extraordinarias flotando sutilmente sin pecar de oscuridad y pesadez, aunque este último calificativo a veces lo requiere y así se sintió dentro del House of Vans que estuvo a tope.
Es una banda sólida y, seria y desenfrenada. Todo el show que dieron tuvo escalas imaginativas muy bien narradas y llevadas al performance que fue dejando la energía perfeta para la llegada de Boris.
Con Boris la cosa es seria, es una banda tremendamente disruptiva que tiene un dominio del escenario impecable, haciéndolo más que un show, un ritual en vivo super poderoso, enigmático y disociativo de lo que la gran mayoría de las bandas tienen que ofrecer en la actualidad. Boris en vivo es una filosofía.
La agrupación conoce su terreno, son los amos de las disonancias experimentales inyectadas por riffs estruendosos en donde el noise aplicado a la máxima potencia te va destrozando poco a poco.
Es imposible no llevar tus sentidos a otro estado emocional conforme va pasando el set, conforme van pasando las canciones celebradas por los asistentes que estuvieron super entregados al show.
La veneración que tiene un show de Boris en vivo es fascinante, es casi un estado de trance que va mutando por diversas etapas en las que la puerta del cosmos se va abriendo entre fans y asistentes cuando ambos se dejan llevar sin, pero sobre todo con consecuencias. Amamos la distorsión.