Desde que tengo memoria, en la tv y los medios de comunicación se habla del calentamiento global. Recuerdo que cuando era chica pensaba en todas las maneras que podía accionar para lograr desde mis acciones aunque fuera un pequeño cambio. Fue así como desde muy temprana edad dejé de comer animales, me volví vegana y comencé a accionar todos los pequeños tips que suelen dar: Báñate en menos de 5 minutos, no dejes las luces prendidas, desconecta la tv cuando no estés viéndola, pon una cubeta en la regadera y utiliza esa agua para jalarle al escusado, entre un sin fin más de acciones que me he encontrado haciendo desde que soy niña.
Según expertos de la UNAM, el 2021 fue el sexto año más caluroso a nivel global, con un aumento de 1.1 a 1.2 grados centígrados con respecto al periodo preindustrial. Ocho de los diez años más cálidos han ocurrido en la última década y hay estimaciones de que la temperatura aumentará a 1.5 grados centígrados para inicios de 2030 y a dos grados para 2040 en el planeta (con respecto a principios del siglo pasado). Y claro, quien vive en el país lo ha sentido, no hablemos de la zona norte donde el verano parece que es recibido por las puertas del mismo infierno con temperaturas que alarmantemente superan los 40 grados, pero incluso en la zona centro somos testigos ya de estos cambios. Despertar a 8 grados para llegar a la hora de la comida sofocándote de calor y no poder irte a tu casa porque las lluvias y granizos ya inundaron el periférico. El calentamiento global ha tomado de rehén nuestra ciudad. O mejor dicho, invitamos a comer al calentamiento global, creyendo – ingenuamente – que se iría y que el día donde los cambios fueran realmente palpables no llegaría o que al menos “no nos tocaría a nosotros vivirlo”, “que se preocupen mis hijos”, pensamos.
“Nuestro país se calienta más rápido que el promedio global. De hecho, en el 2020, que ha sido el año más caliente que hemos registrado, rebasamos los 1.5 grados y estuvimos por arriba de 1.6. Esto se debe a la variabilidad natural y a la tendencia de calentamiento”, advirtió el coordinador del Programa de Investigación en Cambio Climático (PINCC) de la UNAM, Francisco Estrada Porrúa.
Desde 1975 México se ha estado calentando alrededor de 0.3 grados por década, lo que es muy alto en comparación con otras regiones del planeta, y mientras que en el centro se ha calentado dos grados por siglo, hay zonas en el norte que se han calentado hasta seis grados por siglo. Ahora entendemos porque en agosto si sales a la calle en Nuevo Laredo puedes cocer un huevo en la banqueta.
Pero esto lo único que nos dice es que así como hemos estado experimentado estos cambios bruscos de temperatura y humor en el clima, la cosa solo se irá poniendo peor. “Los costos acumulados durante este siglo serían comparables a perder entre el 50 por ciento y hasta más de cuatro o cinco veces el producto interno bruto actual”. Climas extremos, inundaciones, huracanes, tormentas más fuertes, sequías, un escenario perfecto del fin del mundo que ha comenzado ya a tomar forma en nuestro país. El pasado martes, la Comisión Nacional del Agua (Conagua) declaró el inicio de la emergencia por sequía en México. Casi siete de cada 10 municipios, 571 Ayuntamientos en todo el país, no cuentan con todo el líquido que necesitan, de acuerdo con el último monitoreo de las autoridades, con corte al pasado 30 de junio.
Por supuesto, la región más afectada por esta sequía es todo el norte del país: Baja California, Sonora, Monterrey, Tamaulipas, Chihuahua y Coahuila donde alrededor del 95% de su municipios enfrentan algún grado de escasez, según el último informe disponible. Esto afecta sobre todo, a la industria y la agricultura, que concentran más del 80% del consumo en el país, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
Curiosamente en los comentarios de una publicación en la cuenta de Verdemente sobre el calentamiento global, hubo un comentario que llamó mi atención: “Ojalá las autoridades hagan algo al respecto”. Me sorprende la manera en que como raza -la humana-, queremos siempre dispersar la culpa, como si el consumir carne, comprar compulsivamente, ser adeptos al fast fashion, tirar basura y el simple hecho de existir sin medir las consecuencias que tienen nuestras acciones, no fuera total y completamente una culpa propia. Claro que el gobierno y las autoridades podrían crear mejores programas de educación para inculcar en la gente el “chip verde” y de agente de cambio, para que las nuevas, actuales y viejas generaciones podamos actuar desde la consciencia y la información. Sin embargo, sí creo que es también deber, responsabilidad y obligación de cada uno de nosotros el educarnos y tomar acción sobre un tema que, literalmente, nos está matando.
Por su parte, el también investigador del ICAyCC, Alejandro Jaramillo Moreno, expuso que a la intensa actividad antropogénica que ocasiona el cambio climático, se suman fenómenos naturales como El Niño y La Niña, que son calentamientos (el primero) o enfriamientos (la segunda) anómalos del Océano Pacífico con impacto en el clima global. Tienen oscilaciones y se presentan algunos años y otros no, pero también tienen repercusiones a nivel planetario y regional.
¿Qué hacer entonces? Muchas son las acciones que cada uno desde su propia existencia puede hacer para sumar y comenzar a generar un cambio en el modelo social. Algunas tan simples como cambiar a focos LED y otras un poco más complejas como activar un huerto en casa.