La variante Ómicron está resultando mucho más contagiosa de lo esperado y eso ha originado que la COVID-19 nos respire en el cuello a todos. Al menos en México, en estos momentos y bajo las condiciones en las que vive la mayoría de la población, es mucho más probable que te contagies a que salgas librado de la cuarta ola sin rasguños. Lo que nos lleva a una pregunta aterradora, pero necesaria: ¿Llegó la hora de volver a encerrarse? Lo correcto sería que sí, y de manera tan estricta como cuando todo esto empezó; sin embargo, por diversos motivos –principalmente el económico y por el clima social- es prácticamente inviable. Incluso las autoridades federales y locales apuntan a no hacerlo; y a partir de esta postura, el sector privado se siente respaldado para solo tomar medidas, digamos, moderadas.
En este texto vamos a abordar una industria que, por su naturaleza, es quizá la más vulnerable: la de los espectáculos en vivo. De entrada porque depende casi enteramente de la asistencia presencial de sus potenciales clientes; y en segundo plano porque –a ojos de la sociedad- no es tan importante de mantener a flote, incluso a pesar de que todavía en febrero de 2020 era responsable de crear 477 mil empleos, según datos del INEGI; y que ahora, tras casi 600 eventos masivos cancelados, suspendidos o sin estatus de recalendarización, bajó a 260 mil, lo que genera un déficit de desempleo del 46%, sin contar aún toda la economía informal que emana de este sector.
A partir de información brindada por la Asociación de Permisionarios, Operadores y Proveedores de la Industria del Entretenimiento y Juego de Apuesta en México (AIEJA), tan solo en 2020 se estima que la suspensión de conciertos, obras de teatro, fiestas nocturnas y casinos generó pérdidas de casi 40 mil millones de pesos, lo que, en perspectiva, supera al presupuesto que el gobierno mexicano destinó en ese mismo año para el programa social Fondo de Salud para el Bienestar.
La Corporación Interamericana de Entretenimiento -operadora de OCESA- reportó que entre abril y junio del 2020 obtuvieron ganancias por 393 millones de pesos, 82% menos de lo que recaudaron durante el mismo periodo el año previo. De esa cantidad, 222 millones fueron obtenidos por transmisiones vía streaming y el resto por formatos presenciales alternos como auto-conciertos, islas de estancia individual, etc.
Itzel González, promotora de festivales como Vive Latino, Pulso y Coordenada, realizó una acotación pertinente respecto a la relevancia de este ámbito económico:
“Creo que lo primero que habría que explicarle a la gente es que ni los artistas ni los organizadores nos llevamos todas las ganancias que salen de un evento. Sí, los promotores nos quedamos un porcentaje del show que presentamos; pero hay que pagarle a la nómina: para los músicos de los artistas, los proveedores de materiales, staff técnico, gente de catering, personal de medios y publicidad y para todo servicio o persona contratados en el exterior; entonces, toda cancelación o ausencia de eventos genera un efecto dominó que termina con miles de familias sin ingresos. Y no acaba ahí: Los inversionistas y patrocinadores empiezan a descapitalizarse y se complica la recuperación’’.
Lo que es cierto es que las salidas de emergencia como los conciertos vía streaming –al menos en México- dejaron de ser una opción mientras la tecnología no lo vuelva una experiencia más inmersiva: primero porque el público no los abrazó como un camino permanente y con el paso del tiempo la compra de accesos cayó considerablemente; y en segundo lugar porque ni siquiera los artistas se sienten motivados para desempeñarse en este formato.
Otras alas del entretenimiento en vivo como el teatro también han sido afectadas. Samuel Sosa, presidente del Colegio de Productores de Teatro de la Ciudad de México cree que los protocolos de salubridad necesarios para combatir la propagación de la COVID 19 son incompatibles con el tipo de experiencia que ofrecen:
‘’De por sí en México el público interesado en las artes escénicas no es muy grande más allá de las puestas súper mediáticas, y si a eso le agregamos medidas como la sana distancia, nos deja sin herramientas para hacerlo redituable. Por otro lado y aunque parezcan detalles mínimos, nuestras disciplinas requieren del silencio riguroso y el control absoluto de la iluminación, y justamente la tecnología de ventilación, sanitización y monitoreo de temperatura es lo que menos ofrecen. Dadas esas circunstancias, una gran parte del colegio de productores cree que no regresaremos a actividades hasta que la situación esté lo más normalizada posible’’.
Hablando de sus finanzas, uno de los problemas es que no existe un organismo que pueda calcular a cuánto ascienden las pérdidas vinculadas con todas las partes involucradas con ésta actividad; sin embargo, el mismo Samuel Sosa estima que están cerca de los 50 millones de dólares.
Para el mundo de los clubes nocturnos y espacios para fiestas de acceso por cobrar las cosas no son tan diferentes. Helking Aguilar Cárdenas, presidente de la Asociación Mexicana de Bares, Discotecas y Centros Nocturnos (AMBADIC) estima que el 70% de estos establecimientos cerró entre abril del 2020 y mayo del 2021, lo que concluyó en 350 mil personas que perdieron su empleo y que se traduce en pérdidas por más de 160,000 millones de pesos.
‘’Por la naturaleza de la enfermedad somos conscientes de que seremos los últimos en reactivar con total libertad. El tema es que somos nuestro primer enemigo: tanto dueños como gerentes, personas de relaciones públicas y seguridad se saltan los protocolos sanitarios y sólo le damos herramientas a las autoridades para que nos cierren una y otra vez. Luego está el público, que sigue sin adaptarse a las nuevas maneras de vivir la fiesta; y finalmente, los gobiernos, a quienes no les parecemos un segmento prioritario en la resurrección económica’’.
Ernesto Piedras Feria, graduado del Instituto Tecnológico Autónomo de México y doctorado en la London School of Economics es un economista especializado en el estudio y la medición de las industrias de las telecomunicaciones y lo espectáculos en vivo, y estimó que antes de la pandemia ‘’el mundo cultural y del entretenimiento representaba el 7% del PIB nacional’’; mientras que ahora, con todo y la leve recuperación que el sector vivió durante el 2021, disminuyó al 5% y según su proyección, ‘’seguirá a la baja’’.
Con toda esta información sobre la mesa, toca particularizar la pregunta: ¿Los espectáculos en vivo deben suspenderse ante la variante Ómicron?
Es un cuestionamiento que se están haciendo en todo el mundo, y en algunas latitudes, han decidido responder con acciones inmediatas: por ejemplo, los Grammys, que estaban presupuestados para realizarse el 31 de enero del 2022 y recientemente anunciaron que se posponen indefinidamente; también está el caso de la reciente controversia entre el tenista #1 del mundo –Novak Djokovic- y el gobierno de Australia respecto a su participación en el Australian Open. Luego de dimes y diretes que a día de hoy todavía no definen si el serbio participará en la competencia ante su negativa a vacunarse.
Mientras tanto, Coachella –el que para muchos es el festival más grande del mundo- forza su edición 2022 anunciando una nueva edición. Y no es para menos: de acuerdo con datos de la revista Rolling Stone, el área de entretenimiento en vivo a nivel mundial vale 26 billones de dólares. El New York Times también reportó que la venta de boletos de las 100 giras más costosas de Estados Unidos generaron 5.6 billones de dólares solo en 2019.
A nivel nacional también empezamos a ver medidas de contingencia: Enrique Alfaro, gobernador de Jalisco, estableció que todo asistente a eventos masivos deberá presentar una prueba negativa de PCR de algún laboratorio avalado por COFEPRIS o el comprobante del esquema de vacunación completo. Sumado a esto, quedan suspendidos los eventos culturales que sobrepasen un aforo de 800 personas. Por el momento, ambas medidas entran en vigor a partir del viernes 14 de enero y hasta el 12 de febrero.
O el Festival NRML a cargo de Mónica Saldaña, que también informó que no regresará hasta que los riesgos hayan disminuido al mínimo.
No podemos perder de vista que para la primavera próxima están anunciados los regresos del Vive Latino, Ceremonia, Bahidorá y Vaivén, así como nuevas ediciones del Pal’ Norte y el Corona Capital Guadalajara.
Y por la postura que tanto organizadores como las diferentes entidades de gobierno han adoptado incluso con cifras de contagios que apenas este 12 de enero rompieron el récord nacional (44 mil 187 contagiados en un solo día) podemos intuir que estirarán la cuerda hasta donde sea posible para no suspender actividades.
Su sustento es multifactorial: que el disparo en la cifra de contagios no se ve reflejado en el número de hospitalizaciones (24% de ocupación a nivel nacional), que la estrategia de vacunación alcanzó los 72 millones 800 mil esquemas completos, lo que representa el 56.6% de la población nacional y que proyecta que alcanzará un 70% para marzo –fechas en las que se realizarán los festivales mencionados-. Finalmente, aluden a que el movimiento anti vacunas no tiene la fuerza de la que padecen Estados Unidos y Europa y que ha puesto en jaque eventos en esas partes del mundo.
Lo conflictivo de todo esto es que, al no ser contundentes con la suspensión de eventos por decreto gubernamental o decisión de los organizadores, todo quedará en manos de la llamada ‘’responsabilidad social’’; o en lo que se ha convertido: Tú decides si te expones o no, y por lo tanto, tú decides si pones en riesgo a los demás o no. Esto refuerza el círculo vicioso en el que la industria lleva metida desde que la crisis se agudizó: ni las autoridades toman medidas para sostener un sector en desahucio, ni el sector privado es riguroso con los mecanismos de salud pública que les permitan seguir abiertos ni el público es solidario con sus similares.