Una shiva es una comunidad efímera y potente: un funeral judío, en el que se reúnen familiares para recordar al fallecido y comer. Sí, comer mucho. Y chismear. Quien ha ido a una shiva no la olvida. Los tíos y tías dándote lata para saber cuándo te casas, en qué vas a trabajar, ¿estás alimentándote bien?, ¿vas a ser médica o abogada?, etcétera. En fin, ser amablemente entrometido es parte del ritual. De esa concatenación de horrores va Shiva Baby (disponible en la plataforma Mubi).
La protagonista, Danielle (Rachel Sennott, un talento para hacer comedia con straight face), tiene asistir a una shiva. Su presente se cae a pedazos. De su futuro ni hablemos. Danielle tiene que aparecer como la chica judía perfecta, con planes, novio y ganas de apantallar a la familia. Pero un montón de malos entendidos y una tarde bastan para enseñarle que no hay manera de esconder lo que te sale por las orejas aunque te tapes la boca. La imprudencia de la familia no es más que la introducción a una serie de encuentros equívocos.
Shiva Baby es la brillante comedia con la que Emma Seligman debuta en el mundo del cine. Un guion sencillo y perfecto, en el que las peripecias se van sumando peripecias desesperantes hasta llegar un clímax sumamente satisfactorio. La buena factura de la cinta es innegable y tiene que ser disfrutada con mucho morbo y ganas de burlarse de las desventuras ajenas (¿se parecerán a las nuestras? Es difícil no sentirse identificado con Danielle, sobre todo si se es joven y no se sabe qué demonios con la vida).
Danielle tiene varios secretitos sucios. Uno de ellos tiene cara y nombre: Max (Danny Deferrari), su “amante de pago”, un hombre mayor con el que tiene sexo a cambio de que le pague su carrera universitaria. Ahora, Danielle no es exactamente una inocentona. Le ha mentido a Max diciéndole que va a la escuela de derecho cuando en realidad no es exactamente la estudiante más dedicada. Ha cambiado de licenciatura un modo indeterminado de veces, no tiene muchas ganas de buscarse la vida adulta. También le ha mentido a sus padres: les dijo que trabaja de niñera (no de acompañante sexual) al mismo tiempo que estudia. Todo es inestable en la vida de Danielle.
Ella y Max se encontrará en la shiva. Y no es el único encuentro incómodo de la tarde (caramba, la tarde está llena de incomodidades, para gran placer de los que estamos viendo). Entra en escena Maya (Molly Gordon), la exnovia de Danielle, con la que fue a la fiesta de graduación y de la que, parece, sigue enamorada. La madre de Danielle le advierte (Polly Draper, el corazón de la cinta): nada de tonterías con Maya, ya está bien con tener que aceptar que la hija no tiene carrera fija para que encima haya que explicar los dengues bisexuales de la hija.
Rachel Sennott, Fred Melamed y Polly Draper: un típica familia judía
Shiva Baby está hecha para seguir y seguir dando momentos desopilantes, verdaderamente chistosos. De las madres y abuelas judías que discuten cuántos hombres debe conocer en términos bíblicos una mujer joven antes de casarse (“Acuéstate por lo menos con 10 antes de acabar con el trasero artrítico y acostada con el mismo hombre toda la vida”) al encuentro intempestivo entre Danielle y la esposa (Diana Agron) de Max, quien aparece en la reunión con todo y bebé.
La trama de Shiva Baby sucede en un par de horas en un mismo espacio-la casa en la que se está llevando a cabo el funeral- y eso no obsta para que la historia dé y dé grandes momentos. Un humor seco y lleno de ironía en la claustrofobia que provocan la familia y los vecinos chismosos. La familia es el infierno, y seguramente el Más Allá judío está lleno de este tipo de reuniones. Los latinos no estamos lejos de esas escenas tampoco. Todos hemos experimentado la pena ajena por el primo que no tiene oficio ni beneficio y al que los tíos ponen en evidencia contando que el fulano todavía vive en su recámara.
Danielle ha de lidiar con los problemas de crecer y fingir que se es adulto. Muchas hemos sido esa veinteañera que no tiene norte ni la menor idea de a dónde va a parar nuestra travesía a ese lugar llamado la madurez.
Diana Agron y Danny Deferrari