Cuando Colson Whitehead escribió su novela The Underground Railroad, le reveló al mundo un pasaje poco conocido del pasado esclavista de Estados Unidos: la existencia de una serie de pasajes subterráneos que unían los estados esclavistas del sur con los del norte, más liberales.
En la época anterior a la Guerra de Secesión, esos pasajes eran la última esperanza de decenas de esclavos afroamericanos. La violencia de las plantaciones en Georgia, o Alabama, o Misisipi era intolerable, muy difícil de sobrevivir, imposible guardar la dignidad en ese escenario. La desesperación cundía. El último gesto que quedaba era huir. Como fuera.
La celebrada novela de Whitehead se convirtió en una miniserie desgarradora. The Underground Railroad (disponible en Amazon Prime) es la obra más reciente del director Barry Jenkins, el talento detrás de la oscareada Moonlight. La serie, como la novela, narra el periplo de los abolicionistas blancos y los esclavos fugitivos a través del “ferrocarril subterráneo”.
Cora (Thuso Mdebu, fulgurante) y Caesar (Aaron Pierce) deciden huir de una salvaje plantación en Georgia en la que los patrones disponen de la vida de los esclavos como quien quema hormigas con una lupa para divertirse. Un hombre acaba de morir; a Cora la azotaron, Caesar no puede más y decide escapar. Cora lo acompaña en la aventura porque, por razones que es mejor no revelar, ahora es una criminal buscada. Cora no tiene más brújula que el recuerdo de su madre, una esclava que logró escapar exitosamente y a la que en realidad le guarda rencor por haberla abandonado.
Entran a escena Homer (Chase Dillon, espectacular, denle una película), un adolescente negro, y Arnold Ridgeway Joel Edgerton), un cazarrecompensas que se especializa en llevar a esclavos huidos a la picota. Ridgeway sabe todo de las vías de escape de los esclavos, así que está seguro que reconoce los rastros de Cora y Caesar. El drama por la libertad comienza.
La serie es un vaivén de dolores y decepciones, una excelente colección de actuaciones así una pieza muy bien lograda de suspenso con fantasía. Por momentos recuerda el tono de Lovecraft Country, otra serie que lidia con el tema del racismo. Pero Jenkins lleva el asunto un poco más hacia el realismo histórico para demostrar que la brutalidad del racismo blanco no alcanzaba (o alcanza, ya sabemos que esa batalla está muy lejos de ser ganada) límites tolerables.
La serie juega con varios estereotipos, como el del “esclavo satisfecho”, encarnado por Homer, el escudero del cazador Ridgeway. Esa relación está retratada con arte: el adolescente es usado como bestia y el blanco racista depende de él como un cowboy de su caballo. ¿Homer es el ejemplo de que el silencio es el mejor aliado de la injustica? Vean la serie y obtendrán una respuesta que no es fácil.
Y es que, de hecho, en The Underground Railroad no hay hechos fáciles de ver. Sí, la maldad está bien definida, pero no se puede decir que la historia sea maniquea. No todos los blancos son racistas, algunos son generosos y valientes; otros son amables pero hipócritas. Pero muchos de ellos, casi todos, son responsables de ese holocausto antediluviano que fue el sistema esclavista estadounidense.
Sí, The Underground Railroad nos cuenta historias que fueron silenciadas y merecen, deben, ser contadas. La miniserie es excelente pero sin duda hay que remitirse de inmediato a la novela que la da origen (ganadora del National Book Award en 2016 y del Pulitzer a mejor ficción en 2017). Como la serie, la novela no regatea con la indignación del lector. Y también pica su hambre de aventura, de heroísmo.
Cora es una protagonista memorable, su viaje tiene que ser atestiguado para que aprendamos, ¿qué? Que durante décadas, ya siglos, haber nacido con la piel oscura en un contexto determinado pone a alguien, sin que medie su intención, en la mira de una escopeta. Negros, morenos: esclavos. ¿Víctimas? Hay modos de dejar de serlo. El más importante: destruir al sistema desde la posición de desventaja. Y en esa guerra todos debemos ser aliados del débil. La historia lo obliga.