El 22 de septiembre de 1986, el entonces primer ministro de Japón, Yasuhiro Nakasone, declaró ante los miembros del Partido Liberal Democrático que el nivel intelectual de su país era superior al de Estados Unidos porque ‘’la sociedad norteamericana está contaminada por minorías étnicas como los negros, los mexicanos y los puertorriqueños’’.
Como era de esperarse, las palabras del mandatario nipón levantaron tal revuelo que, su imprudencia, pudo desatar un conflicto diplomático de alto impacto; sin embargo, mientras los representantes de Washington en Tokio exigían una disculpa y las protestas sociales no se hicieron esperar frente a las instancias correspondientes, el pueblo japonés lo asumió como una idea congruente con las medidas anti-migración que la nación del sol naciente ha implementado desde 1873.
Históricamente, los legisladores japoneses han intentado trazar líneas argumentativas que justifiquen dichas leyes como humanitarias, reformadas para proteger tanto a las familias locales como a las extranjeras que sufren los estragos de los grandes conflictos bélicos; a pesar de esa premisa casi tradicional, desde el final de la Segunda Guerra Mundial aparecieron políticos que inclinaron el discurso hacia una dirección más cercana a la xenofobia y el racismo.
Con todo y su economía sana y la imagen cosmopolita que han intentado proyectar al mundo, de las grande potencias globales, Japón tiene el porcentaje más bajo de población inmigrante con apenas 1.9%, un número que contrasta –por ejemplo- con el 28% que ostenta Australia, el 21% de Canadá o el 14.3% de Estados Unidos.
Esta postura tampoco beneficia a las personas japonesas que salen del país para residir lejos de casa: la prohibición del gobierno para que estos ciudadanos obtengan la doble nacionalidad de la entidad a la que acceden ha obligado a varias generaciones a tener que renunciar a los derechos y obligaciones que les provee uno u otro lugar, lo que no solo les afecta en términos civiles, también trae consecuencias contraproducentes a nivel social y emocional.
El escenario planteado parece no tener lógica con los climas hostiles que los japoneses –y la comunidad asiática en general- deben enfrentar cuando arriban a naciones fuera de su continente, situación que incluso ha costado vidas en el momento en el que el odio alcanza sus máximos niveles.
La lectura del contexto exhibe una realidad permeada por la xenofobia, en la que leyes y autoridades no hacen más que promover un presente desalentador para todo ser humano que quiera ir más allá de sus fronteras.
Rina Sawayama publicó uno de los discos más alabados del 2020 y su ausencia de la terna final por el prestigioso Mercury Prize causó un caos mediático que cimbró a la Gran Bretaña; aún así, a sus 29 años, está segura de que su logro más importante hasta el momento es haber construido un hogar… Un hogar de cuatro paredes, de tantos por tantos metros; y también un hogar desde la abstracción del concepto: ese espacio emocional que se construye bajo el mandato de su concepción del mundo y al que sabe que puede ocurrir sin importar lo que pase. No es un tema menor: ese hogar le costó 20 años de labor desde que tuvo conciencia de que no era de aquí ni de allá.
Rina Sawayama nació el 16 de agosto de 1990 en Nigiita, Japón. A los cinco años se mudó a Londres y dada la educación tradicionalista de su madre y su padre, quienes tenían el firme objetivo de regresar a su país natal en la primera oportunidad, no permitieron que se involucrara con el estilo de vida de los ingleses. El tiempo pasó, y cuando su familia aceptó que su retorno no era viable, ya era tarde para Rina. Con diez años cumplidos, su inglés era deficiente y la inexistente relación con los usos y costumbres del Reino Unido no le permitían relacionarse con casi nadie.
‘’Cuando entré a mi primera escuela londinense, ni siquiera mi mamá hablaba inglés y, por lo tanto, yo no entendía la mayoría de las cosas que pasaban a mi alrededor. Recuerdo que una de las tareas iniciales era conseguir una copia del libro Five Childrens And It de Edith Nesbith. De la indicación yo entendí –literalmente- que se referían a sacarle una copia a la portada del libro, así que, cuando llegué al salón con mi fotostática, todos mis compañeros se rieron de mi’’.
Las particularidades fonéticas en la pronunciación de Rina y su evidente desconexión cultural también la hacían sentir incómoda y avergonzada. Por si no fuera suficiente, sus padres se divorciaron y la renuencia de la madre por involucrarse con el modus vivendi de los londinenses obstaculizó la adaptación de la niña.
“Mi mamá nunca entendió Londres. En aquella época teníamos discusiones interminables cuando ponía videos en MTV y le pedía que cocinara pescado frito con papas. Ella siempre intentó que la cultura japonesa se preservara intacta cuando estábamos en casa y no entendía que era algo con lo que yo no tenía ningún vínculo, ni siquiera el de la memoria. Todo el tiempo le reclamaba por qué no podíamos ser como las otras familias que tomaban té en el almuerzo y escuchaban a las Spice Girls mientras hacían la tarea”.
Sí, las Spice Girls. A estas alturas, decir que la música es un lenguaje universal que rompe fronteras se siente como un cliché cursi que invisibiliza mecanismos sistemicos de discriminación como los que sufrió Rina; sin embargo, es una premisa que todavía tiene algo de cierta cuando el fenómeno pop del momento unifica la pasión de millones. Era el año 2000 y el grupo conformado por las cantantes Geri Halliwell, Melanie C, Victoria Beckham, Melanie B y Emma Bunton ya era el grupo femenino más exitoso de todos los tiempos. Y luego apareció Britney y después vino Kylie Minogue. Pará Rina Sawayama, la barrera cultural desapareció en los coros de “Wannabe” y “Baby… One More Time”. Hacia el años 2001, se había cambiado de escuela cuatro veces y gracias al Pop hizo sus primeras amistades en la última a la que ingresó.
Esa sinergia comunitaria le ayudó minimizar los efectos de otra diferencia de la que no se había percatado: la de la clase social. En casa la situación económica no era la mejor tras la separación de su familia, y las nuevas necesidades a las que se enfrentó durante la adolescencia agudizaron su distancia del resto de jovencitas del entorno en el que vivía. El no tener a su padre y a su madre bajo el mismo techo se desajustaba del molde de la clase media inglesa.
Por la cabeza de Rina no cabía la idea de ser artista. El modelo económico japonés que regía en su educación sólo contemplaba profesiones más convencionales que le trajeran rédito a partir de una jornada de trabajo ordinaria en la que pudiese ascender en la jerarquía empresarial.
Luego de una adolescencia caótica, Rina ingresó a Cambridge para estudiar Sociología, Política y Psicología.
“En el resto del mundo, cuando la gente escucha Cambridge sólo piensa en la institución prestigiosa que todos los rankings consideran como una de las mejores universidades del mundo; pero nadie te dice que es el semillero de la aristocracia conservadora británica. Son la clase de personas que le lanzan monedas a las personas en situación de calle y todo el tiempo te recuerdan el alcance de su poder en la vida real. Me hacían llorar todo el tiempo. Ahora odio esa escuela con cada célula de mi cuerpo “.
La diatriba de Sawayama hacia Cambridge no es gratuita. En pleno despertar de su sexualidad, Rina se descubrió pansexual, un rasgo particularmente desventajoso si tu círculo social está formado por los hijos de las familias tradicionales de Inglaterra; además, los chistes burdos y simplones respecto a sus ojos rasgados y el color de su piel llegaron por racimos.
Al cabo de los años encontró a lo que ella define como “su propia pandilla de inadaptados querer”; sin embargo, eso no impidió que terminara harta de todo.
Incluso con su glamouroso título de Cambridge, los primeros trabajos de Rina Sawayama fueron como vendedora en una boutique de ropa y de incrustadora de uñas de fantasía, lo cual generó una severa decepción en su madre y para las expectativas personales.
Las siestas para amortiguar la depresión se hicieron constantes y su salud mental llegó al punto de quiebre cuando su madre le echó en cara las carencias económicas y la falta de interés por encontrar un trabajo que se relacionara con aquello que había estudiado. “Me echó de casa”.
Mientras Jimmy Fallon cargaba una copia de SAWAYAMA, Rina sólo podía preguntarse una cosa, “¿por qué yo?”. Sin importar que se estaba presentando en uno de los shows estelares nocturnos de Estados Unidos y que el interés de la producción del programa por verla en su máxima expresión era tal que se le dio carta abierta para que pidiera todo lo necesario. Ella seguía sin creer que merecía ese ascenso meteórico.
Al final, la presentación fue grabada desde Londres debido a las restricciones sanitarias y el mismo Fallon describió el performance de Rina como “una demostración salvaje de energía y excentricidad que sólo está al alcance de otras artistas como Bjork y Missy Elliott’’.
En realidad, Rina Sawayama sólo fue enfática en una de sus solicitudes: debe ser grabada en una sola toma y se transmitirá sea cual sea el resultado final. El equipo de Jimmy Fallon accedió y a cambio recibió un despliegue contundente de teatralidad y potencia pulmonar. Sus desafinaciones se perdieron entre los gritos rabiosos de una mujer que lo estaba disfrutando.
Ella es así: atípica, no se obsesiona con la perfección en ningún nivel y prefiere apostar por ser un reflejo de lo que perciba en el momento.
En su país natal es más conocida como modelo que como cantante. Ha posado para la Vogue japonesa y fue parte de las campañas regionales de Yves Saint Laurent y Prada; pero la razón por la que el público nipón ha ignorado su carrera musical puede explicarse desde el desprecio de Rina por la industria de Japón. Tras el lanzamiento de su EP debut, varias disqueras transnacionales la buscaron con el objetivo de convertirla en una respuesta al fenómeno del K-Pop que se erigía desde Corea. La estrategia de dichas empresas era la misma: maximizar la estética derivada de otros productos de la cultura pop japonesa como el animé y el manga para volverla un icono kawai.
Quizá, lo único bueno que le dejó Cambridge fue su conocimiento en Sociología, Política y Psicología: “El mundo empezó a infantilizar al pueblo japonés a raíz de productos masivos como el animé y el manga; y al ver la cantidad de dinero que se genera en consecuencia de esto, el gobierno optó por explotarlo como recurso y ahora lo utiliza como herramienta para introducir discursos imperialistas y patriarcales. Me niego a promover ese estigma que se le adjudicó a mi gente’’.
No pasó tanto tiempo para que Rina Sawayama cosechara los frutos de su decisión: durante el proceso de SAWAYAMA recibió la invitación de Matt Healy para que se uniera a las filas de Dirty Hit, la casa de The 1975, No Rome y Charli XCX.
‘’El criterio de selección para reclutar artistas siempre ha sido la eclecticidad que estas sean capaces de demostrar. Rina Sawayama es de las cosas más revolucionarias que le han pasado al Pop y estamos listos para darle la proyección que merece’’ -Declaración para NME de Matt Healy, líder de The 1975 y socio de Dirty Hit.
Si no fuera suficiente con eso, encontró a su alma gemela creativa: le bastaron cinco minutos jameando con Clarence Clarity para confirmar que nadie la había entendido como él. Y ahora es algo así como su hermano, su mentor, su alumno y su compañero para salir a patinar; porque sí, Rina Sawayama también es skater.
Y cuando crees que tu suerte no puede tornarse mejor, un día recibes la llamada de un multi-nominado al Grammy para preguntarte si puede hacer una versión de su canción favorita de tu disco: -Hey, Rina! ¿Eres tú? Habla Elton… Sí, Elton John.
‘’Si algo lamento en la vida es no haber sido yo el que descubrió a Rina Sawayama. Es tan fresca, tan vibrante. En mis más de 70 años, sólo me he sentido así un par de veces más: cuando escuché a David Bowie en vivo y cuando conocí a Lady Gaga. Lo único que me quedó fue hacer mi propia interpretación de la canción que más amé de su álbum. Parece como si tuviera décadas en este negocio’’.
Todas las publicaciones importantes del mundo catalogaron SAWAYAMA como uno de los diez mejores discos del 2020. De todas maneras, todavía lidia con las inclemencias de ser artista independiente, y como a todos, el COVID-19 le arruinó planes que incluían su primera gira mundial; pero entiende que en este planeta caótico y azaroso, su música es lo más importante de lo menos importante.
‘’¿Mi segundo disco? Quiero tomarlo con calma, quiero conocer el mundo y escribir sobre eso.’’.
Rina todavía está a la espera de que su madre aprenda a hablar inglés pronto.