Sumido en la cultura del meme y el shitposting, en la cual todo lo que carga con tintes de -seriedad- termina por resumirse al límite con la intención de mostrar su ridículo, un álbum distinto a los demás ha tenido un resurgimiento importante en la forma en cómo se aprecia dentro de la historia. Aquamosh (1998) de Plastilina Mosh, pasó de ser aquel extraño material que empezó a asomarse a principios de la década pasada en las discusiones cibernéticas sobre el mejor álbum en la historia de la música rock-pop mexicana, para, en un par de años, reinar en la conversación.
En su momento, muchos clasificaron al material bajo un lente -retro futurista- sin darse cuenta de que de -retro- no tiene nada y que más bien logró dar muestra de un futuro al cual aun no llega la industria musical nacional. Cargando con un carácter valemadrista, el álbum es una clase magistral de experimentación musical basada en el disfrute y las risas de dos jóvenes que apenas pasaban los veinte años de edad, interesados en romper con todos los prejuicios y barreras musicales, creando un álbum dentro del cual mezclaron de todo y en el cual toda forma de expresión es tratada con el mismo valor. Es sencillo darse cuenta del porqué los melómanos conectan tan fuertemente con este duo procedente de Monterrey, Nuevo León.
Una banda integrada por dos músicos virtuosos que hicieron uso de su talento para producir lo que les diera la regalada gana, entre ello burlas que hoy podrían clasificarse como bromas memeras a la industria y al deber ser de una escena de música rock tradicional. Ellos debutaron con un álbum que los muestra apropiándose del jazz-bebop, el ambient, bossa-nova y la música de mobiliario para fusionarla con un punk-rock agresivo, sampleos de música disco, detalles industriales, un rap basado en la ironía más que en la protesta, ruidos de ballenas, muchas mujeres cantando en francés, una pizca de Rubén Albarrán balbuceando en japonés y diálogos ridículos tomados de Tiburón 2 (1978).
Esto es Aquamosh (1998), un viaje de doce canciones que desenvuelven sus ideas de una forma tan fluida como lo indica su nombre, único en el mundo. Después de 24 años, sigue siendo un chapuzón a un balde de agua fría que te abre los pulmones con su frescura y que te ahoga con nuevas posibilidades de experimentación y expresión sonora. Es por ello que hablamos con sus creadores sobre la historia detrás de aquellas figuras de mercurio, lentes de sol, peleas campales en las oficinas de EMI Music México, los Mauricio Garcés y Detectives Milton Pacheco del mundo: Jonás González (Jonáz) y Alejandro Rosso.
Alejandro Rosso empezó su carrera musical como concertista, empezó a tocar el piano a los cuatro años de edad y durante su infancia dio recitales de música clásica “entre comillas”, según dice él. “Estuve en el conservatorio de aquí y luego en la Universidad de Nuevo León, pero mi escuela fue una maestra, Estela Guzmán, quien desde muy pequeño me agarró y yo siempre estuve con ella”, afirmó en una llamada de Zoom, mostrando una colección de sintetizadores en el fondo y vistiendo con una chamarra, medio psicodélica.
Él también tuvo clases de improvisación de jazz, toca el saxofón de forma profesional y estuvo en Austria estudiando música barroca, entre otras cosas, que lo llevaron a ser el líder de una banda muy interesante de Monterrey llamada Arcanienses. Ellos se distinguían por interpretar música etérea y de corte clásico, además de por ser uno de los primeros proyectos en México en experimentar con sampleadoras de sonido y cajas de ritmos, fueron etiquetados como un proyecto avant-garde y pese a su estilo lograron abrirse paso para tocar en escenarios con artistas mainstream como Fobia, La Lupita y Santa Sabina.
Por otro lado, durante su adolescencia, Jonás Gonzáles solía escuchar mucha música metal, practicaba su talento con la guitarra soñando ser un miembro de Metallica y empezaba a componer sus primeras canciones, las cuales iniciaron su trayecto musical como líder de una agrupación llamada Koervoz de Malta, misma que compartía con Omar Góngora de Kinky y Wiwa Flores de El Gran Silencio. Solían tener un sonido denso y agresivo que se basaba en la repetición de riffs, los gritos de Jonás y los ritmos afroantillanos de La Mano Negra.
Ninguno de ellos alcanzó la fama gracias a sus proyecto, pero fueron buenas plataformas para empezar a hacer contactos. “Mi banda era relativamente nueva y la de Rosso era una banda que ya gozaba de prestigio, tocaban rock-fusión y quién sabe cuánta mamada. A nosotros nos iba muy bien también, tocábamos una onda entre trash, medio funky, psicótico. Nos ponían mucho a abrir los shows de Arcanienses”, describió Jonáz en otra llamada de Zoom, cargando con su guitarra y creando frases musicales mientras la plática avanzaba. Contrario a Rosso, se notaba que no sufría de frío, apenas y traía una camiseta de tirantes.
“Estaba con un güey que jalaba conmigo, trabajaba en un estudio de grabación y no se me olvida que fui a comer con él. Cuando salimos del restaurante, escuchamos, pues, ruido en una esquina, ahí en el centro de Monterrey. Le dije -este ruido yo lo conozco, son estos güeyes de Koervoz-“, declaró Alejandro Rosso sobre el encuentro que dio inicio a Plastlina Mosh, “así que caminamos para allá, había una puerta abierta y estaba asomándose Jonáz. Estaban ahí, ensayando, a medio día”, agregó.
Alejandro lo recordó con detalle. “No se me olvida que el cabrón tenía puesta una gorra mía. -Ahh puto, trae acá mi pinche gorra, güey-. De ahí empezamos a platicar, le dije que estaba jalando en el estudio y me dijo -ahh qué chido, a ver si un día me dejas grabar en la noche-. De ahí, de esas sesiones nocturnas que nos daban chance de ir a pendejear, empezamos a generar el primer disco”.
De acuerdo a Jonáz, él platicaba mucho con Rosso desde antes de que este último obtuviera su trabajo en el estudio y la razón es que querían tener una banda de metal industrial.“Oíamos mucho a Skinny Puppy y Alejandro sabía programar, era el único güey en Monterrey que lo hacía”, afirmó, señalando que “esa fue la excusa para juntarnos originalmente, pero luego se fue deformando de tal manera que terminamos escribiendo ‘Mr. P-Mosh'”.
“Era lo que nos llamaba la atención en ese momento. Pero, desde el día uno que nos juntamos a tocar, que teníamos esa inquietud de hacer metal industrial, hasta que empezamos a grabar demos, nos fuimos encontrando con un montón de cosas que nos fueron cautivando y que distorsionaron la idea original del proyecto”, afirmó. “Es que es un proyecto entre dos cabrones, nunca fue una banda”, gritó, visiblemente emocionado, “el hecho de voltear a vernos a nosotros mismos y darnos cuenta de que no éramos una banda y que podíamos hacer lo que se nos antojara empezó a abrirnos un montón de parámetros creativos”.
Él lo recuerda con nostalgia, “estuvo bien padre esa onda de decir que podíamos tocar desde metal, hasta la cosa más suave del mundo. Solo era esperar a que nos diera curiosidad hacer algo, no negábamos o no cerrábamos la oportunidad a ninguna propuesta musical para escucharla y tratar de entenderla, güey”, dijo mientras tocaba la guitarra, haciendo arpegios rápidos, agregando que eso fue lo que le dio su toque de eclecticismo a lo bestia al proyecto.
Para Alejandro, la historia fue un poco distinta, aunque con el mismo resultado “eso de la banda de metal industria es cosa de Jonáz. Ya sabes que la memoria es selectiva y el alcohol es más cabrón que la memoria”, afirmó. “No lo descarto, es importante entender que este proyecto siempre fue de dos lados de la moneda, lo que él percibía no lo descarto, pero la mía es, a lo mejor, 180 grados lo contrario”, dijo mientras suspiraba nostálgicamente al recordar aquellas sesiones de experimentación nocturna dentro del estudio.
“Sí, es cierto que nos gustaba el industrial, pero como yo era el güey que programaba, sabía secuenciar y en ese entonces todo era más complejo, eran los ejemplos que le brindaba de en dónde podían unirse dos tipos de música”, agregó. “Pero, como tal, yo jamás tuve la intención de que fuera necesariamente un grupo industrial, ni mucho menos. Más bien era un proyecto que ni siquiera tomábamos en serio, jugábamos a ver qué salía en un inicio”, señaló.
El otro detalle de su historia en el que no convergen es en el primer nombre de la banda. De acuerdo a un alegre, eufórico, Jonáz al recordarlo, “antes nos llamábamos The Real Lara & Monárrez, eran unos compositores muy exitosos en los noventa. Lo tomábamos con tan poca seriedad que para el nombre de la banda se nos ocurrió hacer una sátira de Milli Vanili que después salió que no cantaban y salieron los verdaderos, llamándose The Real Milli Vanili. ¿Te acuerdas?”.
Yo no tenía ni idea de lo que me estaba hablando y me le quedé viendo con cara de estreñimiento. “Bueno, fue algo muy chistoso, estaban estos compositores muy talentosos Lara & Monárrez y nosotros como por sátira nos pusimos The Real Lara & Monárrez, como si fuéramos quienes hicieran el trabajo de ellos”, agregó mientras reía. Sin embargo, para Rosso, “era una broma que él dijo una vez y le contesté -ahh sí, está muy bueno-. No fue necesariamente algo que tomara tan en serio, aunque él obviamente lo tomó en serio”.
“Nosotros estábamos con el apoyo del estudio en donde yo trabajaba, nos dejaba grabar, ahí con Gerardo Rocha, aquí, buen amigo, nos dijo -sí, yo los apoyo, ustedes grábenle y luego me pagan, güey-. Entonces, empezamos a hacer Aquamosh solos”, afirmó Alejandro Rosso con respecto a sus primeras noches de grabación, una época muy libre en la cual no tenían ni idea de lo que les preparaba el destino.
Cuando no estaban trabajando en el estudio, salían a pasear por las calles, iban de repente a los tianguis en donde compraban ropa usada, instrumentos usados y discos usados.“Eran discos que te costaban una pendejada, ¿no? Por decir ahorita, diez o cinco pesos, así que íbamos y decía -traigo cien pesos, voy a comprar cien garras, dejo veinte pesos para comprar unos cuatro, cinco, seis o diez discos”, afirmó el vocalista con la expresión de que saldría en cualquier momento para ir por su colección de discos y presumírmelos.
“Empezábamos a ver y encontrabas dos o tres discos que te gustaban y los sacabas, veías otros dos o tres que no sabías qué eran, pero te habían dicho que estaba chido, y lo sacabas. Al final te quedaba dinero para comprar dos o tres más y solo comprabas pura pendejada porque la portada estaba bonita o no, al final de cuentas lo podías escuchar a ver qué venía y si algo salía bueno, lo podías samplear”, afirmó Jonáz, dando en el centro del por qué tanto Aquamosh (1998), como el resto de la discografía de Plastilina Mosh, es tan especial.
Su visión, única en el mundo, de generar hibridaciones sonoras de forma orgánica, resultado que solo se puede obtener con en un profundo amor por la música… por toda, en una relación de consumo y creación libre de prejuicios.“No era una tarea que teníamos, sino un hábito que habíamos desarrollado de estar ahí, escarbando en basura. De repente encontrábamos cosas maravillosas que podíamos reciclar”, afirmó.
“En este proyecto de Plastilina, lo principal era la composición. Podía llegar una idea original desde Jonás y yo lo complementaba o viceversa, pero había ocasiones en las cuales, en alguna peda, en alguna plática, cagándonos de risa, salía alguna cosa que luego se volvía el tema a desarrollar”, afirmó Alejandro. “En la búsqueda de la música, eso es lo que me interesa, no saber qué sigue y lo intenté aplicar en el proyecto. Entonces, ¿a qué voy? Que, si empiezo a tocar y empiezan a abuchear, es parte de lo que buscábamos, que fuera algo inesperado y para mí, entonces, es un éxito que me hayan abucheado”, agregó cuando le recordé de una ocasión que fue abucheado por cien mil cabrones por introducir su concierto en la Semana de las Juventudes con un set de piano.
Por otro lado, para Jonáz lo interesante del proyecto radica en que “éramos y seguimos siendo güeyes sin prejuicios y con un sentido del humor tal que no nos daba miedo hacer el ridículo. Eso es algo que vale mucho, sobre todo cuando eres una persona que dedica su vida en la creatividad. Lo primero que mata la creatividad es la vergüenza”.
De aquellas sesiones auto-gestadas empezaron a tomar formar algunas de las canciones más reconocidas de Aquamosh (1998), desde las dulces baladas jazzísticas a piano de Rosso a los tracks más violentos, pero pegajosos, de Jonáz. Sin embargo, hubo una canción que empezó a hacer ruido y que motivó a que la gente empezara a tomarlos en cuenta como una promesa.
‘Niño Bomba’ es una pieza con un título sugerente cuya edición como sencillo a través del sub-sello de EMI Tómbola! Recordings vendió cinco mil copias, impulsando el interés por la transnacional en ellos y en producir sus primeros tres álbumes de estudio. Es la canción con la cual se introdujeron al mercado, pero también el primer track del álbum. Una pieza con un instrumental funk sobre el cual Jonáz rapea de forma bastante cagada. Contrario a la industria de música rap de aquella época, a nivel internacional, Plastilina Mosh lo utilizó para decir cualquier cosa que se les viniera a la mente, haciendo a un lado la -seriedad- con la que se manejaba el estilo musical en la era en la cual solo existía para el gangsta rap norteamericano, el dance-hall y en el barrio latinoamericano. Al hacerlo de esta forma, la canción por sí misma, aun siendo una tontería que justamente satiriza la normalidad del género de aquella época, se tornó subversiva.
“Acabábamos de conseguir un sampler, iba a ser nuestra primera rola sampleada, ya estábamos descubriendo cómo se manejaba y todo eso”, señalo Jonáz, “previo a ello trabajábamos con módulos de sonido, baterías electrónicas, bajos electrónicos y Rosso los programaba con un secuenciador Kawai Q-80 viejísimo”, agregó, afirmando que la idea era ver si podían hacer una canción inspirada en Beck o The Beastie Boys.
Él recuerda “que agarramos un loop que nos gustaba mucho, una canción de The Meters que se llama ‘People Say’. De ahí viene el riff de guitarra de ‘Niño Bomba’, le metimos otra batería y de ahí nos agarramos. Rosso le metió un bajo con un órgano viejo que tenía ahí y yo me puse a rapear. Entonces era un ejercicio musical más que tratar de encajar o de expresar una idea de injusticia o la chingada, era pensar en la música”.
Sin embargo, lo más importante es que les dio la oportunidad de que la gente correcta se acercar a ellos. En Los Ángeles llamaron la atención de productores como Money Mark, The Dust Brothers y Butthole Surfers, pero fue Camilo Lara quien años antes confió plenamente en ellos. Él los vio en un show en Ciudad de México, un afterparty del Vive Latino, tras el cual les ofreció un contrato con el sello Discos Manicomio de PolyGram, pero el resto de la compañía no creyó lo suficiente en el proyecto y lo único que pudo ofrecerles era la distribución de su trabajo, sin antes invertir en su producción. Esto fue previo a que empezara a trabajar con EMI México y, ahora sí, firmarlos ahí con los apoyos necesarios tras probar su éxito con aquel primer sencillo.
“Ahí empezó una negociación del contrato, aun y siendo que no éramos nadie, sabíamos muy bien lo que queríamos en una relación y lo que nosotros apostamos fue –bueno, no nos des un contrato chingón, no nos des lana, nada más nosotros tenemos la última palabra creativa en todo lo que sea auditivo o visual. Ustedes pueden opinar, pero al final nosotros decidimos por escrito y por cada tantas ventas, va a subir un punto porcentual de lo que a nosotros nos toca-“, afirmó Rosso, apretándose los nudillos con paciencia al recordar todos los corajes que le hizo pasar la disquera. “Se cagaron de la risa, pero cuando el disco empezó a pegar y nosotros, -estos hijos de su pinche madre-, estábamos ganando más lana, ya no era divertido, ¿no?”, remató.
A palabras de Alejandro, “es muy interesante el disco de Aquamosh como tal porque fue una pelea constante con la disquera en donde solo teníamos un gran aliado que era Camilo Lara, pero todos lo querían hacer como ellos creían que era lo más comerciable”.
El proceso de grabación se dividió en cuatro escalas, siendo un viaje a Los Ángeles el más activo, en en cual trabajaron con la agrupación Sukia y de donde se crearon canciones como ‘Aquamosh’ y ‘Monster Truck’, mismo lugar en donde extendieron su residencia tras haberse encontrado con el productor Jason Roberts, quien les propuso ir a su estudio a grabar una canción, la cual terminó convirtiéndose en ‘Mr. P-Mosh’. Ellos regresaron a México para colaborar con Café Tacvba en ‘Bungaloo Punto Cometa’ previo a regresar a California para terminar el trabajo con ayuda de los productores Rob Schnapg y Tom Rothrock (Beck, Foo Fighters), quienes también quedaron impresionados con su calidad como músicos.
Sin embargo, la serie de conflictos con la disquera se vieron reflejados incluso en la portada del álbum, aquella fotografía icónica de las figuras creadas por el artista plástico peruano Aldo Chaparro, uno de los escultores más influyentes del mundo que también fue director del Grupo Editorial Celeste.
El artista es un amigo de toda la vida de Alejandro Rosso, tenía varios años de conocerlo e incluso cuando llegó a México tras sus estudios en Europa, Aldo le consiguió un trabajo como su asistente en el taller en donde generó las mismas piezas que le dieron vida al concepto de Plastilina Mosh y es que hay que reconocerlo, el hecho de que la banda estuviera preocupada en realizar todo un concepto artístico serio alrededor del material habla mucho del enfoque y la pretensión de la banda, distinguiéndose de tajo del resto de las agrupaciones mexicanas de la industria rock-pop.
“Una de las cosas que más pelee fue la portada y el nombre del disco”, afirmó Alejandro al mismo tiempo que mantenía su expresión de desdén, “siempre nos gustó la idea de que Aldo lo curara, lo hiciera de una forma más estética, natural, analógica, en lugar de dictal y creo yo que fue muy acertado”, afirmó con respecto al despliegue del escultor, piezas metálicas que pretenden ser gotas de mercurio sobre una base de acrílico, elegantemente detallado sobre filtros dorados y unos brillos que resaltan la textura de las esculturas.
Las piezas se han transformado en un icono de la industria del arte moderno de Nuevo León e incluso han sido las protagonistas de algunas de las exhibiciones más importantes de Aldo, dentro y fuera de México. “Este güey tenía estas madres que eran como figuras de agua, algunas de acrílico y otras de metal, como las de la portada, le dijimos que nos gustaban esas chingaderas que parecían como de mercurio y las fotografío varias veces”, afirmó Jonáz.
De acuerdo a Rosso, los miembros de la disquera “querían que hubiera una foto de nosotros en la portada, pero eso lo peleamos, entonces pusimos una foto en la contraportada y les cagó muchísimo que fuera una foto que Camino nos tomó en la playa de Acapulco con una Polaroid”.
“La sonrisa de Jonáz es porque fue el primer viaje pagado por la disquera, puro viaje, ni las chelas pagaron, cabrón, a un evento de Telehit o no sé qué en Acapulco. Pero, un día anterior, sus lentes se le perdieron en el mar y al día siguiente, estábamos ahí en el mar y pasó un güey preguntando si se nos había perdido algo. Entonces le describimos los lentes y el güey se metía y sacaba lentes, de las olas, como ahí en la arena se metían y los encontró. Entonces Jonáz se los pone y Camilo toma la foto, fue un momento de felicidad que quisimos que estuviera plasmado en el disco”, afirmó el pianista sobre esta imagen por la cual muchos los llegaron a considerar como un proyecto con estética kitsch.
Otro de los elementos por los cuales algunos críticos llegaron a clasificarlos como tal es su influencia en personajes como Mauricio Garcés, actor mexicano que se convirtió en una de las figuras públicas más notables del país en las décadas de los años 60, 70 y 80 debido a su participación como protagonista de una infinidad de películas nacionales en las cuales siempre interpretó al mismo personaje: Un hombre galán, seductor, sofisticado, que robó el corazón de millones de chicas e incluso el de Jonás González.
“Me acuerdo que me juntaba con mis primos y una tía nos ponía películas mexicanas, eran de rancheros y de vaqueros invariablemente. Una lloradera tremenda, la vida difícil en la gran ciudad o personas con sombrero de charro”, afirmó el vocalista. “El único que me acuerdo que veía y decía –güey, este pedo sí está con madre-, desde niño, era Mauricio Garcés, se me hacía algo bien refrescante, hay tantas cosas en nuestras ciudades como para ahuevo enfocarme en lo que reconocen afuera de nuestro país”, señaló con respecto a su héroe que propició que le dedicara el título de una de las piezas más interesantes del álbum: ‘Ode To Mauricio Garces’.
“Cuando Rosso me dice –ya está la progresión armónica-, yo le digo –no mames, me acuerdo mucho de Mauricio Garcés- y de ahí salió la idea del nombre”, agregó sobre esta pieza que Alejandro ya había estado trabajando desde hacía muchos años atrás y que se presenta como la primera canción del álbum con bases en el jazz, en este caso medio lounge. Una canción tan elegante como Mauricio Garcés y que además carga con el sampleo de unos coros muy coquetos que se mantienen en sus tres secciones. El solo de guitarra de Jonáz es increíble, al igual que los pianos con los que Rosso empieza a introducir al resto de las voces y cuerdas.
“Lo tenía muy claro, le dije a Jonáz -toca esta guitarra, el bajo es esta línea, hay que ponerle cuerdas, se graba así-“, aclaró Alejandro Rosso sobre esta pieza, una de dos por las cuales tuvo que volver a pelearse con la disquera. “Cuando fuimos a grabar ahí en California, fue un problema severo lo de las cuerdas porque no querían soltar el dinero, era mucho dinero y nos peleamos, pero ya estábamos en el estudio. El productor les dijo –por favor, denles el dinero para las cuerdas-, eran como 15 mil dólares, una cosa así, en Hollywood son caros los músicos”, afirmó.
“Nos dieron el dinero ya al día siguiente iban a grabar las cuerdas y no había arreglos. Pero, no se me olvida que una noche antes Jonáz se durmió en la bañera y yo estaba en el cuarto haciendo las partichelas, sin piano, sin nada. Estaba nervioso porque decía –donde no me cuelgue bien, la voy a cagar con todos los instrumentos-“, pero todo salió muy bien y la pieza quedó tal y como la había imaginado. “Fue la primera vez que escuché esas canciones tal y cómo sonaban en mi cabeza”, agregó.
La otra pieza que trabajaron ahí dentro, con Tom Rothrock y Rob Schnapf, en la última sesión de grabación del disco, también estaba inspirada en un hombre, aunque en este caso uno que no llamó la atención de Jonáz, sino de Alejandro Rosso y que más que ser un actor famoso de la industria del cine mexicano, era un verdadero héroe que peleó en contra de delincuentes reales: El Detective Milton Pacheco.
Aquamosh (1998) es protagonista de las conversaciones con respecto a los mejores álbumes grabados por un proyecto mexicano, pero es la canción ‘I’ve Got That Milton Pacheco Kinda Feeling (Melancolic Mix)’ la que se toma en cuenta como la pieza más ingeniosa del material y su momento central.
Es un tema muy nostálgico que combina a la perfección todos sus elementos sonoros. Una pieza de poco menos de cinco minutos de duración que inicia con un beat trip-hopero que permite la entrada a la base de la pieza, integrada por unos hermosos arreglos de cuerdas contrapunteadas por un riff de guitarra, adornos con el piano y un relato narrado en francés sobre un hombre que todos los días compra el periódico, buscando por un nombre en particular, el nombre de Milton Pacheco. Día y noche se pregunta dónde está y la razón del por qué no aparece en ninguno de sus artículos.
“Esto es porque, según lo que me platicaba Rosso, era un detective que siempre salía en el periódico local resolviendo casos. De repente ya no volvió a salir y no supimos qué pasó con él”, declaró Jonáz, resolviéndome la duda de si le habían puesto el título por su bajista, Jaime Enrique, quien después tomó el nombre artístico de Milton Pacheco. “Para nada, fue primero la rola, a él lo conocimos un par de años después. Fue una canción que Rosso tenía muy clara y yo trataba de no estropearla”, afirmó.
Por su parte, Alejandro la describió como una pieza “muy allegada, melódicamente me gusta, en el piano quería hacer algo Liberace, así como rimbombante, romántico, pastoso. Pero pues creo que es una melodía muy bonita, me gusta la modulación, yo quería manejarla como una cosa clásica dentro del álbum”, dando por entendido que cumplió con su cometido, pues el tema no solo funge como una extensión de la parte más introspectiva del álbum, sino que ahonda tanto en su experimentación con la composición -clásica- que impacta con su belleza y con los elementos de vanguardia que terminan por adornar a la melodía principal.
“‘Milton Pacheco’, en efecto, en esa pieza yo hice primero el título y luego hice la música, justamente con Juan Manuel, el personaje a quien le hicimos el tributo en el segundo disco. Solíamos agarrar en su bocho unas buenas pedas nocturnas”, afirmó sobre el origen y la inspiración de la pieza. “Él leía mucho el periódico, a mí me gustaba la sección de los crímenes y siempre había un personaje que los resolvía, que era el Detective Milton Pacheco. Cuando decían –agarraron a un güey que mató a un hombre ahí-, era el Comandante Milton Pacheco. A mí siempre me pareció muy interesante el nombre”, agregó.
“En alguna peda con Juan Manuel, que estábamos ahí chupando en el carro, le dije –güey, estoy muy preocupado porque ya tiene muchos meses que no veo que aparezca Milton Pacheco en el periódico- y el bato me dijo –no mames, yo también-. Empezamos a hablar del tema y le dije –voy a hacer una rola del cómo extraño a Milton Pacheco-“, finalizó, dando por entendido que no supo lo sucedido con el comandante, nosotros tampoco sabemos qué fue lo que ocurrió a finales de la década de los años noventa para que se alejara de la prensa local, pero lamentablemente, el 30 de marzo del 2007, poco antes de que el álbum cumpliera diez años, la Procuraduría de Justicia informó en un comunicado sobre el asesinato del Detective Milton Pacheco y su hijo, Jesús Pacheco Araiza, abatidos en la zona de Apodaca de la ciudad de Monterrey, Nuevo León, por desconocidos que después fueron identificados como miembros del Cartel de Sinaloa.
Para Jonáz, estas últimas dos canciones le dieron un montón de credibilidad al proyecto, la cual necesitaban para continuar con su filosofía artística, puesto que “cada que hacíamos una canción totalmente punk, musicalmente pobre, pero con actitud, era justificada porque ya habíamos hecho algo que tenía un contenido musical mucho más elevado”. De acuerdo a él, las personas decían “-wee, si de repente esos batos tocan de la verga, no es porque toquen de la verga, es porque quieren tocar así-“.
Regresando un poco en el tracklist del material, una de las canciones más sobresalientes es el tercer tema ‘Bananos Bar’. Una canción que resume a la perfección el sentir bipolar del álbum al estar dividida en dos secciones completamente distintas entre sí, una sección rockera con un ritmo frenético y mucha reverberación en las guitarras, y otro paisaje instrumental de jazz, pero que se enlazan de una forma totalmente orgánica con ayuda de un sampleo de música disco y una línea de bajo súper funk.
“De hecho esa canción inició por dos lados distintos, como la misma rola lo sugiere. La parte pesada venía de una rola de mi banda pasada y la parte de piano era una onda que tenía Rosso en la cabeza desde hace tiempo”, describió Jonáz. “Recuerdo que estábamos tratando de remontar esta idea que no había terminado en la otra banda y de repente Rosso dijo –güey, aquí le cabe este pedo-. Woow cabrón, qué chingón, rompía toda esa pesadez”.
El título, nuevamente una invención del vocalista, refiere a su primo hermano, a quien le decían Banano y que emprendió con un puesto de tacos cuando Jonáz tenía 16 años de edad. “Se ponían los domingos a vender barbacoa a las seis de la mañana y nosotros apenas estábamos saliendo de la peda, del cotorreo”, afirmó, “así que íbamos al puesto de mi primo y su amigo, poníamos un cartón de cerveza a enfriar para seguir cheleando hasta las siete u ocho de la mañana. Entonces para nosotros no era un puesto de tacos, era un bar güey y era el ‘Bananos Bar’ jajaja”.
La pieza finaliza con la sección de jazz, escalando, ascendiendo y descendiendo sobre las notas hasta que logra fusionarse con una batería que a mí me recuerda a la música tejana, fierra, vaquera, que introduce elementos aun más vaqueros como un resorte y un riff de guitarra súper distorsionada con los cuales inicia ‘Monster Truck’, una de las dos piezas grabadas con apoyo de los miembros de la agrupación californiana de música electrónica experimental Sukia, recomendados de The Dust Brothers.
Sin embargo, la canción inició con un riff de Jonáz “que se me ocurrió y lo único que me recordaba aquel riff eran todas estas bonitas tradiciones sureñas de los Estados Unidos. Las carreras de coches, los camiones monstruos, mucha cerveza, pasarla bien. Era un homenaje a ello, un poquito”, afirmó, agregando que ir de fin de semana para allá era sinónimo de nuevos juguetes G.I. Joe y un par de tenis que su padre le compraba siempre que iban.
Aquella sección del material, movida y con más elementos densos del rock que de la fusión de jazz y música ambiental que distingue a esta sección del proyecto cierra con una composición de Jonáz, el tema ‘Encendedor’. Pese a ser una de las canciones más digeribles de Aquamosh (1998), mantiene una estructura más progresiva que pop y que da muestras de un acercamiento de composición fluxus por parte del hitmaker también responsable de temas como ‘Peligroso Pop’ y ‘Nalguita’ al haber decidido grabarla con un encendedor, otorgándole un sonido totalmente nuevo a la guitarra al rasgar sus cuerdas con el metal del artefacto. “A mí se me hace muy artístico, se me hace una de las más bonitas que hacía Jonáz debido a su forma de tocar la guitarra, flasheando”, afirmó Rosso.
“Nos juntamos con los Café Tacvba para hacer una rola para ese disco. Por algún motivo, cuando llegamos a Ciudad de México para ese afterparty del Vive Latino, nos vieron tocar los Café Tacvba y empezamos a platicar, eran nuestros héroes, incluso después de ser nuestros amigos”, afirmó Jonáz sobre el inició de una bella relación de amistad que terminó por transformarse en un monstruo, una de las canciones más excéntricas dentro de la discografía de ambos proyectos: ‘Bungaloo Punta Cometa’.
“Se nos hizo fácil invitarlos en un tiempo libre, nos pusimos a improvisar y salió esta música. Recuerdo que yo les decía –güey, me suena un chingo a Hello Kitty, cabrón-“, agregó el rapero, profundizando en el por qué se le ocurrió decirle a Rubén Albarrán que empezara a cantar tonterías en japonés dentro de esta hermosa pieza creada con un beat acuoso y una línea de bajo densa, cíclica, que llega adornada por toques de piano, scratches a tornamesas y loops de distintos elementos sonoros surrealistas.
“Ellos dijeron –ahh con madre, vamos a meterle que la voz sea como de ardillita-“, agregó, afirmando que se encontraron por ahí botado un diccionario de español a japonés con el cual tradujeron “cosas pendejas, como de -¿cómo llegó al baño?-, pero cumplían sonoramente con lo que queríamos escuchar”. De todas formas, afirmó que “con el tiempo le preguntamos a un japonés si hacía sentido lo que habíamos puesto ahí y nos dijo que para nada, pero que la idea estaba muy padre”.
El tema es un punto de inflexión dentro del material, dejando atrás las piezas en las cuales la guitarra mantiene un enfoque protagónico y en donde resalta la voz de Jonáz, sea rapeando o cantando, para experimentar con otras voces, otros idiomas y otro tipo de composición, más suave, en las siguientes piezas que se fusionan entre sí, la homónima ‘Aquamosh’ y la ya citada ‘I’ve Got That Milton Pacheco Kinda Feeling (Melancolic Mix)’.
La primera fue grabada y compuesta de forma improvisada en la sesión de grabación con los miembros de Sukia. “Ellos traían el beat, les dije –esto está padre, déjame le pongo un piano-. De ahí, yo le dije a Jonáz, -esta pieza se puede llamar ‘Aquamosh’, vamos a ponerle ruidos de ballenas o lo que fuera-“, afirmó Alejandro Rosso sobre la base de esta canción, una sección polirrítmica que fusiona lo que parecen ser dos tambores orgánicos con distintos claps y kicks de una caja de ritmos electrónica. Es un ritmo increíble que va tomando cada vez más textura mientras se suman los sonidos de mar, ballenas, delfines y las olas golpeando sobre la arena.
“De repente, cuando estaba chavo, recuerdo que, si escuchaba, no sé, a Metallica que me gusta mucho, pero escuchaba un álbum que se llamaba Master Of Puppets y veía que había una canción llamada ‘Master Of Puppets’, pues quería una canción que representara bien al disco, no cualquier pendejada”, declaró Jonáz, “creo que ese pecado lo cometimos así a la primera y fue lo que hicimos, el nombre del álbum se lo pusimos a una rola. Sí nos sonaba al disco, nos sonaba al disco”.
El material finaliza con dos temas muy dispares y que no tienen mucho que ver con el resto del material, el primero es es ‘Savage Sucker Boy’, una canción que fue pensada pasa ser en extremo ridícula, exponenciando en su inicio en todos los elementos que la hacen sonar agresiva, caótica, entre disonancias de guitarra, ruidos mecánicos en el fondo y hasta unas voces insoportables que están presentes en toda la pieza, gritando de forma cíclica. Si no hubieran estado firmados con una transnacional, pudieron haberla transformado en una pieza noise, pero cuenta con intermedios que sirven para crear espacio y colocar elementos más convencionales.
“Es por un amigo mío, el Ronco que sí era un punk-rocker muy cabrón que si andaba dándose de chingadazos por todos lados”, admitió Jonáz, entre risas. “Él decía que era -Savage Boy-, pero yo le decía -eres el Savage Sucker Boy-“, con respecto al por qué del título de la canción, pero también sobre su influencia musical, puesto que la idea era “generar a este personaje que es súper-violento, pero a la vez ridículo, de eso se trata la rola, elementos sonoros tan agresivos, como chistosos, ridículos”.
Uno de esos elementos sonoros son sampleos de diálogos y gritos presentes en la traducción al español de la película Tiburón 2 (1978). “Un día la estábamos viendo, miándonos de la risa, bien falsos, bien ridículos, los gritos no expresaban lo que pretendían expresar”, señaló Jonáz, agregando que “fue como de -bato, tenemos que tomar esos gritos, agarrar todo este pedo y usarlos en una canción-“. Aquellos son los diálogos y los gritos de disque horror que están presentes a lo largo de toda la canción, en su base, como detalles en sus puentes, siendo usados como parte del paisaje sonoro que introduce a la pieza, están por todos lados.
“A mitad de la canción, recuerdo que estábamos grabando en Los Ángeles y el asistente del ingeniero era un chavo francés. Teníamos casi toda la rola terminada y faltaba un segmento en medio, no tenía letra. Así que le dije –güey, voy a escribirte unas cosas en un pedazo de papel para que las trates de pronunciar en español y con tu acento francés seguro va a sonar medio Jacques Custeau, así como de que acabas de descubrir una especie nueva que se llama Savage Sucker Boy-. Él güey lo pronunció, estábamos cagadísimos de la risa por cómo había quedado”, terminó por afirmar el rapero sobre la creación de esta canción que termina en seco para terminar con el éxito que los catapultó a la fama nacional.
La ‘Mr. P-Mosh’ a la cual se refieren como todo un éxito internacional que rompió con las barreras cultural y con la torre de babel para introducirse de lleno en la biblioteca del MTV estadounidense, un éxito número uno en México que fue “el pilón güey, ya teníamos el disco terminado, íbamos a regresar a Monterrey para regresar a mezclar el disco y en eso nos topamos a Jason Roberts en un bar, un productor que había trabajado con Control Machete y Zurdok aquí, en Monterrey”.
De acuerdo a Jonáz, “cuando estaba en la ciudad, habíamos hecho una muy buena relación con él, muy buena onda el bato y pues nos lo topamos en el bar de Los Ángeles y se asombró mucho de vernos en Monterrey seis meses antes y después encontrarnos ahí. Él no sabía que estábamos grabando un disco, entonces nos dijo -¿qué, vinieron a grabar un álbum y no me llamaron para por lo menos hacerles una canción?-“.
El trato era estar un par de días más en Los Ángeles para trabar en su estudio, dormir ahí, ir a un partido de los Dodgers y terminar la canción, como fuera que saliera. El proceso fue incluso más rápido de lo que habían acordado. “Nos presentó cinco o seis maquetas de música, las escuchamos hasta que seleccionamos -está suena con madre, vamos a montarnos en esa-“, afirmó Jonáz, agregando que fue la única pista del álbum que no fue creada por ellos, razón por la cual no embona por completo con el resto del álbum en cuestiones sonoras, aunque temáticamente sigue con el mismo valemadrismo que los llevó a dar a conocer su carisma por todo México.
“Me agarré escribiendo letra, escribí unos párrafos, los grabamos. Quedó con madre la letra, pero no teníamos coro, güey. Ahí nos empezamos a atorar y Rosso y Jason me dijeron –güey, mientras tú sigues escribiendo, nos vamos a comprar una cervezas-. Se fueron, se compraron unas cervezas, se tardaron diez minutos”, afirmó previo a agregar que “en lo que ellos se fueron, me puse a hurgar dentro de los vinilos que tenían y me encuentro que me encontré con un vinil para traducciones de cómo hablar español para la gente que es nativa de habla inglés.
En el disco venían estas frases de –Hello, mister Gonzáles-, -Hola señor González-, pero después venían todas las letras solas, pronunciadas en español e inglés. Por lo mismo, cuando llegaron, Jonáz les dijo “que no tenía coro, pero tenía esta idea de cachar todas las letras solas y escribir ‘Mr P-Mosh’. En cinco minutos ya estaba el coro, quedó bien chistosa, la rola quedó en media hora y nos fuimos al estadio”.
Tras varias campales más dentro de la disquera en las cuales los persuadieron para publicar ‘Mr. P-Mosh’ como el sencillo principal frente al deseo de que fuera ‘Afroman’, entre otras tantas discusiones, el álbum empezó a vender como loco, los porcentajes de ganancia de los muchachos se elevó por las nubes, estableciendo récords de pago al artista en México debido a la especificación del contrato de Rosso.
“En ningún momento estuvimos haciendo una estrategia para vender o para meternos a un circuito de músicos o productos mainstream”, afirmó Jonáz, recordando que básicamente su figura se convirtió en un icono de la industria pop mexicana. Su material fue certificado oro por copias que superan las 30 mil copias, sus videos musicales eran constantes en la televisión y de la noche a la mañana se encontraban viajando a todo el mundo, de Estados Unidos a Japón, tocando conciertos como si fuera un maratón. “Nosotros inclusive creíamos que era casi imposible que pegáramos porque era demasiado raro lo que hacíamos. Así que lo veíamos muy románticamente, muy artísticamente”, agregó el vocalista.
Por otro lado, Rosso recuerda que “todo lo que sucedió en el 98 fue muy inesperado todo el éxito, nos agarró en curva. Yo lo único que sabía es que cuando acabamos el disco, las mezclas, lo escuchamos y yo dije –este disco está chingón, a mí me gusta, ya no me importa si le va bien o no. Yo ya me puedo morir tranquilo, a gusto, porque hice algo que amerita-“. De acuerdo a él, el material fue sobreexplotado por la disquera en muy poco tiempo, lo que dio pie a que en el segundo material quisieran revertir su éxito, entregando un suicidio comercial en Juan Manuel (2000), pero que, pese a lo hermoso del material, no logró cumplir su éxito.
Ellos continuaron lanzando éxitos hasta finales de la década antepasada, cuando se tomaron un descanso para empezar a trabajar en sus proyectos solistas. Jonáz en A Band Of Bitches y en su proyecto -Jonáz- y Alejandro Rosso desarrollando un proyecto de disquera independiente mediante el cual próximamente lanzará su debut como solista y el misterioso Panorama On, un álbum que grabó al mismo tiempo que Aquamosh (1998) con el apoyo de Mike D de Beastie Boys, pero que nunca ha sido editado, ni puesto al alcance del público.
“El disco que más me gusta, el que más devoción y amor le tuve, yo creo que incluso arriba de Aquamosh, nadie lo conoce y nadie lo ha escuchado y nunca lo edité. Lo hice con una amiga llamada Bibi“, mencionó al respecto del que probablemente sea el álbum más cercano a éste, su debut, de lo que vaya a hacer jamás. Un material hermoso repleto de instrumentales cuyas bases melódicas están en su piano y que vienen acompañadas por susurros en francés.
Ambos indicaron que nunca pensarían en tratar de hacer una secuela a Aquamosh (1998) o tratar de replicar en sus experimentos, “es algo muy bonito que ocurrió en su momento, está ahí muy inmaculado como para mancharlo”, afirmó Jonáz. Sin embargo, Rosso dijo algo bastante más interesante,“siempre ha estado pendiente un Aeromosh que yo siempre he querido que sea el último disco, como cerrando un ciclo”.