Hacia 1987, durante el segundo periodo de la administración de Margaret Thatcher como primera ministra del Reino Unido, la sociedad británica estaba sumida en un bache de incertidumbre, desesperanza y polarización política: por un lado, desde 1982 el crecimiento y fortalecimiento económico había sido constante gracias al manejo correcto de los impuestos relacionados con la extracción de petróleo en el Mar del Norte, lo que generó los niveles más bajos de inflación e interés hipotecario en casi 15 años.
Mientras tanto, en la otra cara de la moneda, la privatización de los servicios básicos y las industrias emergentes estableció condiciones deplorables para la calidad de vida de los estratos más bajos de la población, sumado a la manera en que se promovía la precarización laboral desde un escenario centralizado que priorizaba las grandes ciudades de Inglaterra por encima de una estructura geopolítica conformada por cuatro países y un número considerable de colonias afiliadas a la Mancomunidad Británica de Naciones (también conocida como la Commonwealth).
Las posturas de Margaret Thatcher en materia de política exterior tampoco eran precisamente conciliadoras. A pesar de que se declaraba abiertamente en contra de regímenes como el del Apartheid (el sistema de segregación racial que oprimió a Sudáfrica durante décadas), no dudo en calificar al partido de Nelson Mandela como ‘’una organización de terroristas’’; y ya fuera como animadora de la Guerra de las Malvinas o como detractora de iniciativas precursoras de la Unión Europea, sus discursos y sus acciones siempre estuvieron cercanas al imperialismo y la xenofobia.
Para aquellos que ya pertenecían al sector económicamente activo fue más fácil adaptarse a este contexto tan abrumador, dado el razonamiento en el que tener trabajo honrado –bajo cualquier tipo de condiciones- era mejor que no tener nada. Sin embargo, para las nuevas generaciones, esas que se ilusionaban con la vida glamurosa y vibrante que se les presumía desde el otro lado del Atlántico, asimilar un porvenir sin oportunidades se convirtió en un trauma colectivo.
Aunque la música fue el común denominador entre las reacciones de las diferentes regiones del Reino Unido, cada zona comunicó ese descontento según sus propias influencias y estímulos. Si Salford y Crawley ofrecían post-punk, en Edimburgo y Essex se armaban raves salvajes y desenfrenados; y mientras Londres, Manchester y Sheffield sonaban a britpop; en Reading, Grangemouth y Dublin nacía el shoegaze y el dreampop.
Cuando My Bloody Valentine empezó su proceso de consolidación dentro de la escena británica, The Smiths –uno de los grandes hitos de su tiempo- se acababa de separar; mientras tanto, el público del Reino Unido creía que la música de la región atravesaba su peor momento.
Cansados por la manera en que Estados Unidos monopolizaba el panorama del pop con Michael Jackson y Madonna a la cabeza, los oídos de lxs nuevxs jóvenes se alejaron de los charts que programaba la radio mainstream y buscaron estandartes alternos que estuviesen a la altura de la tradición que dejaron las bandas legendarias de los años 60 y 70.
En esta ecuación, Kevin Shields cumplía con todos los requerimientos para apropiarse de la figura del rockstar definitivo según los parámetros de aquella época: sombrío, caótico, obstinado y con un ingenio fuera de serie. Neoyorkino de nacimiento pero criado en Dublín, sus bandas favoritas son The Beatles y The Ramones, y a diferencia de sus compañeros de la escuela que se sentían orgullosos por tocar el solo de guitarra en ‘Stairway To Heaven’. Él, desde su particular visión de la ejecución técnica, se regodeaba por haber entendido la manera en que Johnny Ramone rasgaba su Mosrite de doble pastilla.
‘’He visto fracasar a los mejores guitarristas de nuestra generación en su intento por tocar como Los Ramones. La mayoría de la gente menosprecia el sonido rústico y elemental de Johnny; pero hasta que no enciendes el amplificador entiendes que requería de una firmeza y una velocidad que pocos saben mantener’’.
Aunque eligió la Jazzmaster por encima de la Mosrite, ese sonido básico de ‘Sheena Is A Punk Rocker’ fue el punto de partida que detonó la distorsión eterna en la cabeza de Kevin.
En una carrera que ya registra casi cuarenta años desde que comenzó, la dinámica de trabajo de My Bloody Valentine se mantiene dispersa y exhaustiva, algo contradictorio para un proyecto empecinado en lograr canciones con texturas singulares, muy específicas.
Y es que los periodos prolongados entre disco y disco, el desarrollo de varias producciones a la vez y las sesiones de grabación interminables indican que por encima de todas las virtudes de la banda, la más importante ha sido la resistencia.
A lo largo de su cronología, las alineaciones de My Bloody Valentine están marcadas por su inestabilidad; sin embargo, en su posición de fieles escuderos, Colm Ó Cíosóig, Debbie Googe y Bilinda Butcher han sabido balancear las excentricidades de la mente creativa detrás de la banda.
Según las palabras de Butcher, quien co-escribió Loveless a lado de Shields:
‘’Ninguno de nosotros estaba dispuesto a pasar por el trance de intentar entender a Kevin, y creo que él tampoco quería perder el tiempo en ponernos al tanto; así que nos sentábamos por horas a escribir y cuando ambos creíamos que ya teníamos versos sólidos, él bajaba a la cabina y simplemente tocaba… Tocaba, estiraba las cuerdas y explotaba el trémulo hasta llegar a lo que imaginó desde antes de salir de casa’’.
A un costo altísimo para cualquier iniciativa independiente, Loveless se convirtió en la magnus opus de Kevin Shields
Sin ideas claras sobre melodías, riffs ni estructuras rítmicas, My Bloody Valentine emprendió un tour por 19 estudios de grabación en los que se utilizaron 27 amplificadores de diferentes edades y tamaños, decenas de guitarras para solventar la obsesión de Shields por no modificar la afinación de sus instrumentos y una pasarela de ingenieros de audio que terminaron por odiar a la banda.
De hecho, en el tema de la ingeniería de audio, Shields hizo todo lo que el manual de la materia indica que no debe hacerse si lo que se busca es una toma pulcra. Desde exponer las pastillas de un bajo que en esos tiempos estaba de moda entre bandas de Metal (el Steinberger Headless del 74’), experimentar con la colocación de dos amplificadores microfoneados uno frente al otro para conseguir que las guitarras ‘’pulsaran’’, y el uso forzado de pedales Wami Digitech que bajaran las octavas en plena amplificación.
Eventualmente, el único que terminaría por entender la ambición de Kevin Shields fue el productor Alan Moulder, y esto se debió a que más allá de querer imponer decisiones desde su experiencia con bandas del tamaño de Depeche Mode y The Jesus & Mary Chain, optó por guiar al guitarrista para que este pusiera sus manos sobre las consolas.
La última crisis en la gestación de Loveless se dio cuando Kevin Shields tuvo que mezclar y masterizar prácticamente de memoria tras el fiasco que representó el primer intento en una máquina originalmente usada para la posproducción de audios televisivos.
Al final, las once canciones que constituyen Loveless están caracterizadas por sus múltiples capas formadas a partir de un collage de voces, guitarras sobrepuestas y baterías sampleadas.
Por la manera en que Kevin Shields se apropió del segundo álbum de My Bloody Valentine, podríamos equipararlo con lo que hoy en día hace –por ejemplo- Kevin Parker en Tame Impala; eso sí: el culto que generó a su alrededor sólo está al alcance de lo que hizo Brian Wilson con el Pet Sounds de The Beach Boys o los primeros trabajos de Pink Floyd con Syd Barrett al frente.
‘’He escuchado Loveless cientos de veces y estoy seguro que hay secuencias en las que Kevin Shields no es consciente de cómo las logró’’. – Trent Reznor
Con una disquera en bancarrota y luego de tres años de trabajo inconsistente, el álbum se estrenó el 4 de noviembre de 1991.
‘’Si lo ponemos en perspectiva, de los tres años que tardaron en hacer Loveless, podríamos decir que el tiempo de trabajo efectivo apenas sumaría cinco o seis meses’’. – Alan Moulder
Cuando el disco tuvo que salir a girar, Colm Ó Cíosóig, Debbie Googe y Bilinda Butcher recuperaron su importancia dentro de My Bloody Valentine. El volumen y la energía de ejecución hicieron de Loveless un material que sonaba de cierta manera en estudio y de otra muy distinta cuando se tocaba en vivo.
Debbie Googe comentó sobre la sinergia de la agrupación: ‘’Creo que nunca existió inconveniente respecto al hecho de que Kevin tomara la batuta de las producciones. Colm, Blinda y yo siempre hemos estado más interesados en tocar que en componer; y aunque parezca difícil de entender para un sector del público dada la personalidad de los cuatro, jamás hemos tenido una pelea realmente seria’’.
Si bien las expectativas de una hipotética secuela de Loveless no se hicieron esperar, la poca actividad mediática de My Bloody Valentine y la popularización de nuevas movidas musicales disiparon esa posibilidad, al menos para el futuro inmediato.
Lo más cercano a eso sucedió cinco años después, en 1996, cuando en un momento de lucidez, Kevin Shields trabajó compulsivamente en una serie de demos y riffs que registró en una grabadora de cassette muy elemental. Este esfuerzo se agotaría rápido ante la falta de interés de sus compañeros de banda y la inquietud por involucrarse en proyectos fuera del espectro artístico en el que generalmente transitaba.
El nacido en Nueva York adoptó un estilo de vida casero y carente de lujos más allá de su selecta colección de guitarras eléctricas. Describe su base como ‘’una casa con jardín perdida en Irlanda del Norte’’. Lejos de My Bloody Valentine, se mantuvo activo gracias a una colaboración de largo plazo con Primal Scream, con quienes fungió como arreglista, productor y guitarrista de sesión; aunque, para ser justos, la cineasta Sofia Coppola fue la responsable de devolverle la confianza en su capacidad creativa en el momento que lo invitó a componer y supervisar la banda sonora de la película Lost In Translation.
‘’My Bloody Valentine fue una de las bandas que me ayudó a enamorarme de la música. Para Lost In Translation necesitaba un score que expresara las abstracciones del amor, así que desde el principio sabía que Kevin Shields era la persona indicada para este trabajo. Fue difícil sacarlo del letargo; pero el enseñé el metraje que ya teníamos y después de varias reuniones, lo convencí. Ahora que todo el mundo ha visto a Bill y a Scarlett en pantalla, me da gusto que la música sea uno de los temas recurrentes en las conversaciones sobre la película’’. – Sofia Coppola sobre su proceso con Kevin Shields.
El líder de My Bloody Valentine respondió:
‘’Sin la invitación de Sofía mi carrera estaría perdida’’.
Esa interacción artística lo motivo a retomar el material de My Bloody Valentine que dejó inconcluso en 1996 y, para su sorpresa, envejeció mejor de lo que él siquiera imaginaba. En esa posición decidió comunicarse con sus compañeros de banda para proponerles un regreso.
Colm O’Cíosóig aprovechó el hiato para formar The Warm Inventions junto a Hope Sandoval, ex miembro de Mazzy Star; el camino de Debbie Goobes fue más alocado, ya que no solo integró una super banda con miembros de Curve, Echobelly y Stereolab , sino que además trabajó como taxista en el barrio LGBT+ de Londres; mientras que Bilinda Butcher centró sus esfuerzos en formar una familia, no sin antes darse el tiempo de aparecer en los discos de Collapsed Lung y Dinosaur Jr.
Todos estuvieron de acuerdo con que era el momento ideal de reaparecer, y a partir de ahí, ofrecieron una gira por el circuito de festivales otoñales en 2007 y cuadraron sesiones de composición para completar su siguiente disco.
Lo que a la postre se convirtió en mbv gozó de la madurez y la paz que su primera etapa como banda careció, lo cual no significaba que éste se diera con mayor fluidez o velocidad: Kevin Shields dedicó prácticamente seis años a conectar miles de ideas hasta que en verano de 2013 avisó a Colm, Debbie y Bilinda que el tercer disco de My Bloody Valentine estaba terminado.
Sin disquera transnacional ni departamento de marketing, Kevin Shields recurrió a su hermana –conocida figura del negocio musical en Inglaterra- para montar una página online en la que vendería mercancía y cuyas ganancias servirían para financiar la maquila de la nueva placa.
En realidad no existía un cronograma de lanzamiento, y una mañana de febrero, sin más ni más, amaneció con ganas de que todo el mundo escuchara lo que My Bloody Valentine tenía por decir.
‘’Un día sonó el teléfono a primera hora de la mañana, y cuando contesté, Kevin preguntó sin intermedios: ¿Qué tan posible es que lancemos el disco esta noche? En mi experiencia dentro de la industria le dije que era una pésima idea; de inmediato pensé <<Carajo, estamos hablando de que My Bloody Valentine va a estrenar música después de tanto tiempos>>’’
Finalmente, el 2 de febrero de 2013 se estrenó mbv vía Pickpocket Records. Ningún medio creyó que merecía ser catalogado al mismo nivel de Loveless, lo que no impidió que se le reconociera como un disco sólido y emocionante.
‘’Me prometí que jamás sacaríamos algo peor que Loveless, y creo que mbv cumple con esa promesa. Ya no es revolucionario porque han pasado muchas cosas en este tiempo que nos ausentamos. Lo que sí puedo decir es que es un disco que nos dejó satisfechos a todos’’. – Kevin Shields sobre mbv.
Contrario a lo que se pueda pensar, Kevin Shields está muy metido en la labor descubrir música nueva: es fan de Daft Punk y The Yeah, Yeah Yeahs, escuchó el Gam Gam Style, Dance Monkey y le dio dos escuchadas al último álbum de Ariana Grande.
Todavía da muy pocas entrevistas y lee toda la prensa musical que puede. De 2014 a 2020 se dedicó a remasterizar todo el catálogo de My Bloody Valentine y ahora que Domino Records (sí, la misma que maneja el repertorio de los Arctic Monkeys) adquirió su catálogo, se encuentra en pleno proceso de producción de lo que podrían ser dos discos inéditos de la banda.
‘’Nunca me he arrepentido de haberme tardado tanto en la publicación de los tres discos de My Bloody Valentine. Lo que sí me entristece es pensar en que pudimos haber hecho mucha más música en ese tiempo. Ahora intento recuperar los años perdidos’’. – Kevin Shields en 2021.