Parece muy infantil: un par de pandillas de adolescentes que se reúnen para oír música. Una lucha entre raperos para ver quién es mejor soltando palabras. Parece todo sano, tranquilo. Pero no lo es. Todo es complicado y al final, triste.
Randall Sullivan narra en su libro de reportaje LAbyrinth la historia, muy bien investigada, de los asesinatos de dos iconos del rap: Tupac Shakur y Biggie Smalls.
Las dos muertes siguen sin ser resueltas (y lo más seguro es que así se queden: hay que abonar a la leyenda), pero Sullivan entrega en su libro una versión bien creíble. Las ideas principales: la relación entre Death Row Records, las pandillas Bloods y Crips y la Policía de Los Ángeles. Y como colofón, una rivalidad fabricada entre el rap de la Costa Este contra el de la Costa Oeste.
Empezando por el principio, puesto que como lo dice el título del libro, esto es todo un laberinto, hay que definir a los jugadores y las circunstancias. El gran villano: Suge Knight, el fundador y dueño de Death Row Records. De origen clasemediero, Suge creció en Compton, ciudad dura, mayoritariamente afroamericana, a las afueras de Los Ángeles. No era un tipo duro, de hecho su sobrenombre, “Suge”, viene del apodo que le dio su mamá: Sugar Bear.
¿Cuándo Suge Knigth se convirtió en el maestro de orquesta de una ola de violencia que enlutó al hip hop? Dice Sullivan que uno de los momentos clave fue cuando el 3 de agosto de 1995 Knight le declaró al guerra a Bad Boy Records, la disquera neoyorquina de Sean “Puff Daddy” Coombs, en la entrega de los Source Awards:
Así como Death Row tenía como estrella a Tupac Shakur, Bad Boy contaba en sus huestes a Biggie Smalls, también conocido como Notorious B.I.G. Biggie pasó de ser el niño que sacaba dieces en la secundaria a vendedor de drogas. Un día descubrió que podía rapear (siempre fue bueno con las palabras, dice el autor del libro). Se conoce con Puff Daddy Combs y Combs, impresionado por las cintas caseras de Smalls, construye una disquera alrededor de él.
Shakur y Smalls se llevaban bien cuando se encontraban en grabaciones y entregas de premios. Pero entonces balearon a Tupac por primera vez. Sobrevivió pero se hizo mala sangre: Tupac declaró que quienes ordenaron el ataque fueron Biggie y Puff Daddy. Para aumentar el fuego, Biggie lanzó la canción ‘Who Shot Ya?‘, burlándose de la situación:
Tupac contestó con un grito de guerra: ‘Hit ‘Em Up’:
El campo de batalla estaba servido entre el rap de Costa Oeste (representado por Shakur y Knight) y el Costa Este, con Biggie y Puff Daddy Combs a la cabeza. El resto ya se conoce: Shakur fue asesinado en Las Vegas en septiembre de 1996 y Biggie poco después en Los Ángeles, en marzo de 1997.
En todo el embrollo se ven envueltos miembros de las dos pandillas afroamericanas más importantes de Estados Unidos: los Bloods y los Crips. Suge Knight estaba relacionado de modo muy cercano con los Bloods. Gángsters peligrosísimos, los Bloods trafican con armas y drogas, y estaban metidos a fondo con Death Row. Dice Sullivan que Knight sabía perfectamente lo que se hacía en nombre de su disquera. Y no solo lo toleraba: participaba de ello.
Poco a poco el libro va revelando las conexiones oscuras entre Death Row, Suge Knight y policías sucios de Los Ángeles. Entre otras conexiones, Sullivan va encontrando que, quizá, Knight orquestó la muerte de ambos raperos a través de la Policía de Los Ángeles.
El libro revisa la muerte de ambas estrellas del hip hop desde el punto de vista policiaco, casi novelesco. No hace falta ser seguidor del hip hop para encontrarse interesado en todo el tinglado. Sullivan nos descubre en LAbyrinth una serie de circunstancias que desencadenaron una tragedia.