Desde que la música se hizo industria, sus integrantes han velado por los intereses de todo lo que constituye el negocio, menos por los de la música. Y para los que juegan en la liga de los cientos de miles de copias vendidas y millones de reproducciones por mes, se ha puesto peor con el paso del tiempo. Aquello que empezó con entrevistas y sesiones de fotos para un par de revistas y Ed Sullivan; ahora también es grabar comerciales de Balenciaga y Pepsi, publicar diez Instagram Stories, tres post fijos, cinco Tik Toks a la semana y disfrazarse de Donald Trump en Saturday Night Live con tal de mantenerse relevante para la cultura de las métricas. Entonces, las horas de composición y las sesiones en el estudio, más que el trabajo, se sienten como el verdadero momento de descanso.
Julio Iglesias no vivió la necesidad de romper récords en YouTube; sin embargo, cuando presentó Me Olvidé de Vivir en 1978, ya era el artista hispanohablante con mayor popularidad de su época: reconocido como el cantante que más discos ha vendido en 14 idiomas en el mundo, su producción consiguió cerca de 2,000 placas certificados de oro y platino; y se puso en la ruta que lo llevaría a grabar 80 álbumes para conformar un catálogo redituable que se traduciría en 300 millones de unidades comercializadas a lo largo de 50 años de trayectoria.
¿Por qué la figura musical española más ‘’exitosa’’ de todos los tiempos se vería en la necesidad de grabar una canción sobre reconsiderar su vida a partir de la felicidad y no de los ceros que engrandecen la cuenta que tiene en el banco?
Quizás sea la misma razón por la cual Bad Bunny hace performance de su retiro a pesar de estar en el peak de su carrera. Quizá sea la misma razón por la que The Weeknd hace apología de la destrucción de su imagen mientras promociona el álbum con más streams hasta la fecha. Quizá la misma razón por la que Kanye West amagó con tirarse de una ventana sin importar su posición como una de las figuras culturales más determinante de su generación. Será la misma razón que orilló a C. Tangana a cantar que se cansó del primer puesto y que ya no quiere ser el primero porque todo lo que valía la pena se fue detrás de la persona a la que ama.
“De tanto correr por la vida sin freno, me olvidé que la vida se vive un momento. De tanto querer ser en todo el primero, me olvidé de vivir los detalles pequeños”.
Crema. C. Tangana. Puchito como lo apodaron sus amigos más cercanos. Ese ídolo en transformación constante que se queda dormido con la boca abierta y a baba suelta mientras espera información del vuelo que lo llevará de regreso a España en lo que el número de contagiados de COVID-19 empieza a preocupar a todo el planeta.
El Apocalipsis lo agarró en calzones, acostado en la cama del AirBnB que le rentaron en la Colonia Roma. Acepta abiertamente que las celebridades sólo leen las noticias cuando se tratan de ellas y por eso, cuando empezó a escuchar coronavirus esto y China aquello, no tenía idea de lo que se hablaba. Eso sí, hace una reflexión desde el ocio y lo lejano que se sentía de la hecatombe: cuando su país declaró emergencia nacional, la enfermedad había matado 30 mil personas, en su mayoría adultos de mediana y tercera edad radicados en el primer mundo. Los gobiernos pierden la cabeza. Él se acuerda de una nota que leyó sobre los 750 mil niños pobres que según la FAO, mueren cada año a causa del hambre; y se pregunta: “¿Por qué las autoridades no hacen el mismo escándalo por esos chavales?”.
Huatulco, 17 de marzo del 2020. Él y su equipo deciden moverse a la costa ante la paranoia que les genera lo multitudinaria que es la Ciudad de México a todas horas y en todos sus rincones. Intercambia rumores y preocupación a través de llamadas telefónicas y audios de WhatsApp. Europa cierra las fronteras. México va a cerrar sus fronteras. La familia y las amistades que dejó del otro lado del Atlántico le reportan las primeras bajas humanas. Si no toman decisiones pronto, se volverán prisioneros en el paraíso.
Desnudo, a pie de alberca y con fruta fresca sobre su pecho, lee el texto de un autor de la India que habla sobre cómo las medidas de confinamiento sólo son posibles para quien goza de la solvencia económica. Del privilegio. O sea, que un virus propagado por los ricos que viajaron sin precauciones, terminará cobrando la vida de millones que no pueden pagar los cubrebocas adecuados y para los cuales, la idea de tener agua que lave sus manos cada cinco minutos se parece más a una fantasía.
Aunque se sintieron como vacaciones, ha emprendido ese viaje con tal conocer y aprender para sus fines profesionales. Miami, México, Cuba, República Dominicana, Chile y Canadá. Fines profesionales que para desglosarlos rápido, podríamos resumirlos en “hacer el disco más importante de su carrera”.
Nació en 1990 y si hacemos las sumas, nos daremos cuenta de que ya pasó su primera crisis de la edad. Entre los 20 y los 30 se propuso ser estrella de Rock, entre los 30 y los 40 su objetivo era volverse actor; después, entre los 40 y los 50 dice que va a transicionar a director de cine para finalmente dedicarse a la escritura hasta que la muerte lo encuentre. Ahora no tiene claro si ese será el orden para cumplir sus sueños pero sabe que los va a alcanzar. Por cierto, es madrileño.
Para convertir a C. Tangana en un proyecto musical de élite, Antón Álvarez tuvo que atravesar todas las facetas de la aceptación por parte de la industria y el público. De rapero de nicho a promesa ibérica del reggaetón y el trap, Puchito vio cómo sus números se estancaban y parecían imposibles de remontar, incluso cuando esas estadísticas se calculaban en siete cifras. Y como a cualquiera que haya labrado su camino desde la marginalidad, le llamaron vendido cuando firmó contrato discográfico con una compañía multinacional.
“El capitalismo es capaz de absorber todo cuando se lo propone. Por ejemplo: tenemos al Ché Guevara, que fue un luchador social y que todavía representa mucho para las facciones de izquierda en el mundo; pero si lo vemos por el lado del dinero, las playeras y los posters que venden con su cara son merchandising que ha trascendido como pocas en la historia de la cultura pop”.
El tema se masificó en el momento en el que el mismo Antón se montó en un debate con Young Beef para discutir la dicotomía entre ser underground o firmar por una compañía major. Entonces dejó de ser un intercambio de barras y mutó en una discusión de carácter ideológico para una camada que aprendió a publicar sus canciones gracias a SoundCloud y que no sabía cuál era el siguiente paso para detonar su música.
Los dimes y diretes se salieron de control, y para cuando Young Beef dijo que él prefería vender drogas para ganar dinero antes que hacerlo con su obra, Puchito ya había insinuado que la monarquía y la democracia representativa eran una vil estafa. En realidad, ambos buscaban lo mismo, sólo que con modelos de negocio distintos: Uno pretendía derrocar a las grandes marcas manteniéndose al margen de ellas y el otro prefería arrebatarles el poder con las armas que esas mismas marcas pusieron en sus manos.
Que si uno era feel like Kanye y el otro feel like Kim, Ernesto Castro -el académico y youtuber especializado en contenido de filosofía y sociología- evaluó la retórica de ambas posturas a pedido de Antón y determinó, en resumidas cuentas, que los dos estaban acertados en sus planteamientos desde la óptica antropológica pero que pecaban en ingenuidad en la práctica política. De manera inesperada, dos raperos despertaron lo que desde años ningún libro de educación básica pudo: el interés adolescente por posicionarse sistema o antisistema.
Al final, C. Tangana puso su nombre sobre el contrato más grande que se haya visto para cualquier artista español que no haga pop y concluyó que dicha controversia abrió el panorama en beneficio de una escena que dejaba de ser emergente y se convertía en el mainstream:
“Es que desde la música que quieren hacer pasar por alternativa te llevan a creer que el underground es estar fuera del sistema cuando en realidad estás en lo más bajo de ese sistema. Lo que pasa es que yo hablé de dinero cuando todo mundo le daba miedo tocar el tema. Que si quieres ir a la batalla sin recursos, dale, es muy noble; pero seguramente te harán pedazos y nadie se va a acordar de ti. Sin esos recursos yo no habría podido convencer al público y a mi disquera de que estoy capacitado para lograr el disco que al final salió: uno de boleros, bachatas, corridos y flamencos. Que hoy los chavales de 17 años puedan rentar un estudio para grabar sus cosas y lo puedan ver como un trabajo, se debe en gran medida a ese deal que firmé. Cuando yo empecé en esto, eso parecía imposible”.
Dicho sea de paso, Pucho estudió filosofía y si bien parece que se sabe al derecho y al revés el mecanismo bajo el cual comercializa su catálogo, se declara harto de negocios y marketing: “Evidentemente me preocupo por la plata porque tengo dos dedos de frente, igual que se preocupa el dueño de este bar porque quiere que la gente vaya al bar. Pero eso no es lo que yo hago: yo soy un artista, yo soy un músico, hago música’’.
Hasta el 25 de febrero del 2021, C. Tangana había publicado un mixtape, un álbum y suficientes sencillos para amar otro o hasta dos. También, a pesar del berrinche de su disquera y del cabreo de un equipo creativo que ya había preparado una carpeta con la identidad gráfica y los videos correspondientes, dejó en stand by un disco de quince temas que se movían entre el rap, el trap, el reggaetón y el R&B; y que ahora estará enlatado hasta nuevo aviso.
“Estábamos listos: las canciones, las fechas y se había metido dinero para mover el material; pero a los 28 me llegó la crisis de los 30 y sentí que para todo lo que quería hacer hasta este punto de mi vida, mi arte no estaba a la misma altura que yo. La música de calle tiene una actitud juvenil y no todos podemos ser Jay-Z. Yo siempre he tenido preocupación por ser un artista de verdad y pasar a la puta historia, he tenido esa ambición siempre. Esa ambición iba antes que la ambición de ganar dinero y no quería empezar a hacer bailecitos de Tik-Tok desde la obsesión de trascender y hacerme viral”.
Antón se reconoce: ya no puede ser el muchacho que necesita alcanzar el número uno en los charts para solventar sus inseguridades. Llega el momento de cuestionarse cosas: que si el trayecto a la cima no es de ascenso continuo, que si es momento de reivindicar el arraigo, que si el encanto que le encuentra al mundo está en la noche y en la desgracia.
Difícil de creer; pero el ídolo tiene síndrome de impostor. Y se encuentra con Jorge Drexler para socializar su problema el mismo día que el uruguayo de 55 años está nominado a un Latin Grammy por mejor canción. Acompáñame –le dice- acompáñame a pasar cuatro horas frente al televisor mientras lidio con diez personas diciéndome que voy a ganar y cien diciendo que voy a perder. Y los nominados son… Y el ganador es…
Así nació una colaboración en la que éste dice que se siente el colado con el que rellenan la terna y aquél dice: No hace tanto que tenías la portada // En tu teta mi frase tatuada // Ahora tengo que esperar en la entrada // Ya no hay V.I.P., ni mesa reservada // Ya no, ya no, ya no // La gente piensa en ti como algo que pasó // Delirios de grandeza, sueños de ambición.
Para este álbum, Pucho se vio obligado a reformar sus formas de trabajo dentro del estudio. El mismo Drexler le decía: “a veces creo que eres un genio y a veces creo que lo que estás haciendo es un completo desastre”. El español era prolífico desde el caos y no fue hasta que se encontró con Víctor Martínez que se metió en cintura. Cuando ambos aterrizaban en el estudio, Cristian (aka Alizz) ya tenía preparada una maqueta que ninguno de los dos conocía; entonces se ponían a escribir sin que Alizz escuchara. Llegado el momento, los tres intercambiaban opiniones sobre su progreso y empezaban a grabar. Al cabo de unas cuantas tomas, Cristian se ponía a matizar la producción y Martínez pulía los arreglos acústicos dada su condición de multi-instrumentista. Seis horas y muchas cervezas después , tenían cimientos sólidos para que el colaborador en turno aportase sobre una base clara. Así fue el génesis de todas las canciones de El Madrileño.
Sin importar si es en Jordans o en pantalones Jaquemus y camisas de seda Casablanca, el personaje de Puchito celebra el arquetipo del dandy: cabello engomado, perfume potente y un carácter que derrocha convicción; sin embargo, se opone al egoísmo que se le adjudica a los galanes de esa categoría. Quince años de carrera le enseñaron que avanzar en comunidad es más relevante que lo que pueda lograr con una carrera en solitario. Y por eso Kigo sigue siendo su manager y Javier Ruiz será su fotógrafo principal hasta que se retire.
Para El Madrileño (2021) maximiza la colectividad. Funge como mediador entre tres generaciones de voces emblemáticas para la música en español. La Húngara, Niño Elche, Ed Maverick, los Gypsi Kings, Jorge Drexler, José Feliciano, Toquinho, Omar Apollo, Eliades Ochoa, Carin León, Adrián Favela y Andrés Calamaro. La logística dejó fuera a Natalia LaFourcade y a De La Fuente; y da la sensación de que indirectamente también están Alejandro Sanz, Joaquín Sabina y Sen Senra.
Sí, que el elenco esté conformado por un 99% de hombres parece otro acto deliberado en el que se omite la voz de las mujeres; pero en la experiencia de las catorce canciones, parece más un círculo de ayuda entre tipos que saben que han actuado como machos y que ahora son conscientes de que el mundo demanda un cambio.
Y como en todo proceso de transformación, hay confrontación y duelo. En Demasiadas Mujeres seguimos escuchando al sujeto dominante: “La miro pensando cuánto faltará para que empiece a odiar. La forma que tengo de amarla tan mal, mi manera de huir. Que no puedo parar. No he olvidado el olor. De la que me follé en el baño de un garito, borracho en Berlín. Escuchando un techno que me hacía empujarla como un animal”.
Hasta que el remix de Un Veneno, nos abre el testimonio de un hombre cansado de valorarse según las conquistas que tiene y los billetes que guarda en su cartera: “Esta ambición desmedida por las mujeres, la pasta y los focos, me está quitando la vida poquito a poco a poquito a poco”.
Tangana lanza un dardo en forma de pregunta: ¿por qué al caballo ganador le cuesta tanto aceptar que su victoria está cimentada sobre el concepto impuesto de lo que debe ser un hombre? Y responde, con la ayuda de dos capos de la nueva oleada del corrido mexicano. Carin León y Adrián Favela le acompañan para cantar con resentimiento: “Me hicieron pensar que si cada noche no salía envuelto en Gucci yo no era más que un don nadie Y ahora que sobran ceros en el banco me piden que cambie”.
En lo que podría considerarse una canción de desamor, Puchito y Omar Apollo -la sensación mexico/americana del R&B- utilizan Te Olvidaste para confesar que la camaradería inmaculada de los amigos se ve alterada por las envidias: “Vivo invitando a los compas, vivo sin mirar las cuentas y que se mueran todos los hijos de puta que están hablando a mis espaldas para que caiga”.
Finalmente, en el epilogo de la reflexión, Antón acude a la leyenda argentina de la abstracción para sucumbir al sentimiento de resignación: perro viejo no aprende trucos nuevos y ese perro será arrastrado por un camión manejado por nuevos valores y maneras distintas de involucrarse con la sociedad.
Calamaro mira las hazañas por el retrovisor y se da cuenta que esas anécdotas pertenecen a un mundo que se conjuga en pasado. Celebra su suerte y sin arrepentirse, acepta la despedida: “Hagamos que parezca un accidente, decirme que no tengo que ir a casa. Espero que esto dure para siempre, sabemos qué es torear en peores plazas. Historias que jamás pueden contarse, batallas que no pueden repetirse. Victorias para el que supo quedarse, ¿pa’ qué cojones sirve arrepentirse?”.
Tangana habla de dignidad cultural como justificación para entrarle a la bossa, a los boleros, a los sones, a la bachata, a los corridos y a la salsa. Atravesó el continente para codearse con los mejores y hablar de tú a tú con quienes engrandecen la tradición musical de América Latina. En El Madrileño se mimetiza con sus colaboradores y hace que el flamenco sea el punto de inflexión de una mezcla que suena fresca, contemporánea.
El académico Félix de Azúa alega: ‘’el dandi nunca ha existido en su perfección absoluta. Es un ideal. Sólo hemos visto aproximaciones al dandi que son las que nos permiten hablar de él como una figura determinada por la cosmovisión hollywoodense’’. Jules Barbey d’Aurevilly lo secunda: ‘’el dandi solo existe ante los ojos que deciden mirarlo como tal’’.
Tangana acepta su muerte para que El Madrileño se acuerde de vivir; y a cambio, nos da el primer candidato del 2021 a disco del año.