Llegamos a las 6 de la mañana. No hace frío, al menos no como esperábamos. Llegamos, pues, y ya hay una enorme fila afuera del Centro Deportivo Las Américas. Es el segundo día de aplicación de la vacuna contra la COVID-19 a personas mayores.
Mi mamá y yo estamos listas, mentalizadas para una espera larga y con material de lectura.
El 22 de febrero del 2021 comenzaron a vacunas a los adultos mayores de 60 años en Ecatepec y esa noticia cayó en mi familia como un bálsamo. Cuando supimos por los medios de comunicación que llegaban a Ecatepec 200 mil vacunas, hubo en casa un respiro a tres narices. Mis padres no son muy partidarios de este gobierno (ninguno es obradorista), pero descansamos pensando que el trámite de la vacuna sería fácil una vez que fueran registrado.
Han sido días oscuros, aunque hemos sido afortunados: ninguno de nosotros se ha contagiado y mis padres han sido extracuidadosos con sus salidas y sus tratos interpersonales. Días de encierro, días de aburrimiento. De pura tensión jugamos juegos de mesa y nos ponemos a armar rompecabezas. Y entonces llegó la llamada.
La invitación era para mi madre. Cavilamos la posibilidad de que mis dos viejos fueran por la vacuna, porque nos enteramos de que el lunes, primer día de vacunación, habían aceptado a personas que acudieron sin cita. Decidimos no hacerlo: sigamos las reglas, dijo mi padre, esperemos a que me hablen.
La fila como un animal vivo
Entonces son las 6 am y la fila nutrida está esperándonos. Las filas son entes vivos, como una república en sí misma: es la democracia de un turno, una persona. Son grandes igualadoras. Corren rumores por la fila: que si abrirán hasta las 12, que tal vez nos cambien de sede porque somos muchos.
Hay clasismos en está cola: hay quien dice que las fila es tan larga porque las personas de barrios cercanos (“unos jodidos de Polígonos”, dice una señora, Polígonos es una colonia popular cercana a Aragón) llegaron desde la noche a “agandallar” los turnos. Mi mamá y yo intercambiamos una mirada: estamos todos en la misma situación y de todos modos no podemos ser empáticos.
Estoy tuiteando porque tengo el escozor de informar (periodista al fin), pero pronto mi mamá me reconviene: deja de chatear, me dice. Quiere platicar. Intercambiamos opiniones con la señora Teresita Zúñiga, vecina de la Nueva Aragón que está en su segunda fila de la semana. El lunes lo intentó, estuvo esperando 5 horas y decidió irse porque le dolían las rodillas. Ahora lleva su banco y bastón. No es tan mayor, 65 años, pero aparenta más con sus bastoncito. Agradezco entonces a los dioses del ejercicio físico que han poseído a mi madre desde hace casi 40 años: gracias a que es una persona muy activa no parece de los 72 años que lleva como un galardón.
Millennial que se respeta
Llevamos poco tiempo viviendo en Ecatepec, apenas 5 años, pero de algo nos hemos dado cuenta: la constante de los servicios públicos en este municipio es el desorden. Hasta pagarles impuestos es difícil. El orden de la cola es precario y se mantiene más porque la gente es educada que por la buena organización.
Seguimos esperando todos en este construcción serpenteante. Esta es una historia colectiva: de mis vecinos, de mis padres, de una generación marcada por la COVID. Recuerdo un tuit cuyo autor no recuerdo ahora: “Millennial que se respete es el que registró a sus padres luego, luego”. Concuerdo, el alivio de saber que mis padres van a vacunarse casi de inmediato a su registro ha sido la mejor notica que he tenido en más de un año.
Sigue el rumor de que quizá nos cambien de sede. Son ya las 8 am y sigue llegando mucha gente. Veo las noticias, nos enteramos de que las otras sedes no abrieron, que el alcalde Fernando Vilchis anunció vía sus redes sociales que no iban a abrir porque “van a capacitar al personal”. Les digo: Ecatepec es un desorden. Esa es su única constante.
Cuando llega una familia con una señora de 86 años a la que su bisnieto carga en volandas, mi mamá decide cederle su turno. Es imperdonable que gente muy mayor tenga que esperar horas en el fresco de la mañana y el calor del día, me dice mi mamá.
Lo logramos, triunfo al fin
No hay gran actividad en la fila fuera de los rumores y las quejas de la gente. No hay movimiento. Cuando bordeamos las 6 horas de espera mi madre quiere abortar la misión. ¿Por qué no venimos mañana? Decidimos esperar un par de horas más. ¡Albricias, en cuanto decidimos ello, la fila comienza a moverse con tersura!
A las 2 de la tarde estamos casi frente a la mesa de vacunación: unas 500 personas nos separan de la meta. Llegamos. Es el momento. Por fin. Triunfo. Inyectan a mi mamá la vacuna Sinovac, de origen chino. Esto ya lo sabíamos, pero mi mamá desconfía. ¿No será como las pilas chinas?, bromea conmigo de puro nerviosismo. La inyectan y ni siquiera se da cuenta. ¿Ya? Ya.
Como la mayoría de la vacuna contra la COVID la Sinovac consta de dos dosis, así que estamos apenas a cuarto de la misión: otra fila con mi madre, otras dos con mi padre. No me importa esperar 10 horas bajo el sol si eso significa que mis padres van a zafarse del horror de la pandemia. Esto es parte de #TheNewNewNormal.