Britney Spears: La maldición de ser una estrella pop #RetratosÍntimos

// Por: Staff

jue 18 febrero, 2021

Por: Ernesto Cruz Yáñez

#RetratosÍntimos es una nueva serie de WARP en la cual profundizamos en la psicología de la obra de los artistas más relevantes de la industria musical. En este caso, hablamos de la estrella pop Britney Spears.

Según un estudio realizado por el Columbia College de Chicago, en el que se consideraron a  350 mil artistas con al menos una canción publicada de manera oficial entre 1950 y 2018, apenas el 2% de ellos alcanzó la popularidad y el número de ventas suficiente para considerarle “famoso”. En pocas palabras, lejos del planteamiento de la meritocracia y el valor del talento, dicha investigación concluyó que el éxito de un proyecto musical depende de estar a la hora adecuada, en el momento indicado y frente a las personas ideales.

1999. Cuando Britney Spears irrumpió en el panorama musical, la situaron ante un escenario huérfano de nuevos iconos y de audiencias hartas de productos sobre planeados. Por un lado, la fórmula de las girl-bands y las boy-bands empezaba a desgastarse; por otro lado, la criminalización de los géneros propios de la comunidad afroamericana les impidió asentarse en la cumbre del mainstream; todo esto mientras una nueva generación de escuchas rechazaba el discurso pesimista que el grunge y el britpop sembraron desde inicios de los 90. La chica de McComb, Misisipi, llegó no sólo para adueñarse de una estafeta que Madonna, Cindy Lauper y Whitney Houston dejaron a la deriva casi diez años antes; también se convirtió en el catalizador que obligó a la industria del entretenimiento a reinventarse. Para bien y para mal. 

BORN TO MAKE YOU HAPPY

El 2 de diciembre de 1981, Britney Spears llegó al mundo para aterrizar en una familia regida por el conflicto. James Parnell Spears, el padre con problemas de alcoholismo, y Lynne Spears, su madre, se encargaron de montar un ambiente hostil desde que sus hijos tuvieron conciencia. Fue tal el impacto de esa relación violenta que, años después de que el matrimonio se divorciara, la misma Britney aceptó abiertamente que fue lo mejor que pudo pasarles y que, de cierto modo, era algo que tanto Bryan y Jamie -sus hermanos– y ella, esperaron durante mucho tiempo.

Las discusiones constantes no fueron impedimento para que Lynne percibiera las aptitudes que su hija mayor mostró a partir de la música y las artes escénicas.

De hecho, podríamos decir que la expresión prematura de los talentos de Britney también representó el primer momento de inflexión para su vida. No sólo se trataba de  cantar y bailar, sino de lo que significaba en caso de  pulir esas habilidades: lograr una proyección comercial que llevase a los Spears más allá de su estilo de vida modesto.

Britney se hizo de un nombre en la comunidad local gracias a las victorias que sumó a su récord personal: concursos de canto aquí y  competencia de baile allá cimentaron en su madre la confianza necesaria para hacerla pensar que estaba lista y que podría pelear por un lugar en el siguiente nivel. 

Su corta edad resultó un impedimento para superar el filtro que le daría ingreso al popular semillero de estrellas que representaba El Club de Mickey Mouse; sin embargo, la pondría al alcance de dos nombres clave dentro del scouting de talento juvenil de aquella época: Matt Cassella, director de castings de Disney  y Nancy Carson, la agente que trazó la primera etapa en la conformación de Britney como icono. 

Finalmente accedió al Club de Mickey Mouse en la misma generación que Ryan Goslin, Cristina Aguilera y Justin Timberlake, todos promesas con miras al futuro. 

El debut profesional de Britney trajo consigo una oleada de nuevas actitudes cuestionables de parte de su familia; y lo que pintaba para ser una experiencia divertida, llena de enriquecimiento artístico, se convirtió en la enorme presión por satisfacer las expectativas emocionales -y financieras– de su mamá y su papá. 

A los 12 años, mientras otros adolescentes sufren por  el primer amor, Britney Spears tenía que cargar económicamente con su familia.

Don’t Let Me Be The Last To Know

El ascenso meteórico de la carrera de Britney Spears coincidió con un cambio en el paradigma de la prensa especializada en farándula y espectáculos.

En la voz de Brittain Stone, director del departamento fotográfico de la publicación US Weekly: “Gracias a Britney nos dimos cuenta del enorme interés que el público tenía por saber hasta el último detalle de la vida personal de sus artistas favoritos. La manera en que se consumían publicaciones impresas en esa época fue monstruosa. Todo cambió a partir de eso”.

Los 37 millones  de copias que vendió antes de los 20 años validaron el éxito comercial de Britney; pero el rédito que los medios obtenían por la explotación de su privacidad -y de muchas otras celebridades– es incuantificable.

Solo para realizar una estimación, el famoso paparazzi Peter Grissman contó en entrevista con Rossie O’ Donell que en aquella época, medios como MTV y Cosmopolitan llegaron a pagar hasta 15 mil dólares por una sola fotografía de famosos en situaciones comprometedoras o dentro de sus espacios más íntimos. 

Curiosamente, la voracidad con la que asediaban a figuras públicas como Britney se vio eclipsada por  la hipocresía moral con la que se emitían juicios hacia las acciones que la misma industria promovía. 

Cuando le preguntaron al ejecutivo Jeff Fenster las razones por las cuales A&R (sello dependiente de Warner Brothers Récords) firmó a Britney Spears, respondió: “Siempre ha sido difícil encontrar próspectos que combinen el atractivo visual con el efecto emocional a través de la música. Britney tenía ambas cualidades y desde el principio sabíamos que era la elegida para ser la insignia de toda una generación. Su aspecto virginal mezclado con  esa energía de vampira fueron fundamentales para construir la imagen de una femme fatale Lolita”. 

Una declaración que antes los ojos de una audiencia como la que prolifera actualmente en redes sociales, fácilmente podría interpretarse a manera de estrategia para atraer a los adolescentes pero también a un público adulto que la sexualizaría. 

Los medios abonaron al fortalecimiento de ese personaje durante años; pero cuando Britney se confabulo con Madonna para besarse en televisión nacional y  con ello brindar un instante memorable sobre el escenario de los Video Music Awards del 2003, Diane Sawyer no dudó en reclamar que la sociedad estadounidense imprimía muchos esfuerzos en alejar a la infancia de ese tipo de ejemplos. 

Y de modo implícito, secundó su postura cuando compartió la primera reacción de la candidata de Maryland -Kendall Ehrlich- quién dijo que estaría dispuesta a dispararle a Britney Spears con tal de evitar que influenciara a los jóvenes de esa manera. 

Una periodista de renombre insistía en sembrarle culpa mientras una funcionaria pública la amenazaba de muerte. Britney contestó: “¿Por qué debo hacerme cargo de esas niñas? No  soy su niñera”. 

Esa fue una de las tantas maneras con las que evidenció la animadversión que le causaba dar entrevistas. Salvó un par de excepciones en las que las preguntas estaban enfocadas en darle la oportunidad de contar su sentir, siempre se mostró incómoda, forzada y harta de tener que dar la cara en esos contextos, sin importar si eran en formatos tan ligeros como el Carpool Karaoke de James Corden u otros más serios como el de David Letterman.

Así llegaron los escándalos tras la ruptura con Justin Timberlake, sobre el consumo de sustancias prohibidas, sobre su aparente compulsión por la compras, sobre el trato que le daba a sus hijos, sobre la manera en que reaccionaba al acoso multitudinario… Los tabloides destrozaron a Britney y se hicieron millonarios a costa de eso. 

A su manera particular, Pérez Hilton no tuvo empacho en sintetizar la postura de los medios que cubrían a Britney: “Mientras ella siga haciendo todo tan mal, yo me haré más rico”.

I’m A Slave 4 U

Lejos de la apariencia rigurosa que armaron para ella y sin afán de alimentar la discusión que cuestiona sus cualidades interpretativas, es trascendental reivindicar el papel que ejerció  como directora creativa de sus singles, discos, giras y videos promocionales; y que cada una de esas decisiones fueron pensadas, no sólo para resolver inquietudes personales, sino también para ofrecer el mejor resultado posible para un fanbase comprometido y fiel. 

Para su mala fortuna, aparece en un momento de la industria en el que todas las partes involucradas estaban experimentando mecanismos para sacar mayor provecho a los poseedores del talento. 

Y a pesar de que la explotación dentro del mundo del entretenimiento es un cáncer que data desde el Imperio Romano, estos nuevos mecanismos, en interacción con un mayor nivel de exposición mediática, han extralimitado a los artistas;  quienes disfrazan sus gritos de auxilio y los hacen pasar por meras excentricidades propias de la fama. 

La menor de las consecuencias sería  un adolescente que choca su automóvil de lujo contra la pared de su vecino; en otra dimensión, la chica que se afeita la cabeza para deslindarse de lo que representa sexualmente se convierte en  fetiche de la cultura pop; pero, en el peor de los escenarios, una mujer fallece debido al abuso de drogas y medicamentos prescritos. 

Es entonces que, la presión, el estrés y el desgaste que genera la vida dentro del show bussiness deberían ser responsabilidades asumidas por la industria musical. Lo conflictivo es que, al hacerlo, también sería desmitificar el objeto de deseo de millones de jóvenes que impulsados por sus sueños, alimentan las arcas de disqueras, medios, agencias y demás entidades relacionadas con la música.

Si consideramos el camino que la llevó al estrellato y dado el panorama en el que su nombre se hizo grande, Britney Spears es de las pocas artistas pop que pueden vanagloriarse de realmente haber salvado al género como eje seminal del mainstream. El problema, quizá, es que nadie le preguntó si quería hacerlo. 

-¿Qué tan emocionante es tener la oportunidad de comprarte todo lo que quieras gracias a tu dinero?

-Admito que me encanta la idea de tener todo a mi disposición; pero en el proceso recuerdo a la gente con la que crecí en Kentwood y pienso: <<Hummh, creo que ninguna de las personas que quiero se gastaría mil dólares en un suéter, ¿por qué yo sí? >>

Fama: Si no te toca, aunque te pongas; y si te toca, aunque te quites.

#FreeBritney