La bandera de Estados Unidos, símbolo patrio incendiado con el puño en alto, la estación de policías de Minneapolis ardiendo en llamas; unidades policiacas destruidas, las manos en alto de multitudes de todo el país norteamericano y la pluralidad de pancartas que exigen justicia, son algunas de las imágenes que han dado la vuelta al mundo y que están siendo captadas en un país donde ha imperado la injusticia, la violencia racial histórica y la sed de libertad.
Han transcurrido dos semanas desde el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco, y la indignación incrementa y se incendia con cada intento de apaciguar el descontento por parte del Estado, de manera gradual, como si estos absurdos intentos provocaran el estallido de ese grito que se ha reprimido desde décadas atrás.
Las actualizaciones estéticas que diversos fotógrafos de prensa nos han dado desde una estrella en el paseo de la fama destruida, performances con símbolos raciales y a un presidente sosteniendo una Biblia a lo largo de una iglesia que también ha sido destruida; en el centro comercial de The Grove, destacan los destrozos a tiendas y boutiques, mismos que intentaron llegar a Rodeo Drive.
Estas escenas evocaron, sin duda, a la memoria histórica y lo sucedido en 1992, tras el juicio a Rodney King, el afroamericano que fue brutalmente golpeado por tres policías en la ciudad de Los Ángeles. Los agentes fueron juzgados y declarados no culpables, hecho que provocó protestas y disturbios que hasta entonces, eran las peores revueltas y enfrentamientos con los policías.
Hace veintiocho años cuatro policías de Los Ángeles, tres de ellos blancos, fueron absueltos de la brutal golpiza a Rodney King, un hombre afroamericano. Capturado en la cámara por un espectador, el video gráfico del ataque fue transmitido a hogares de todo el país y del mundo.
La furia por la absolución, avivada por años de desigualdad racial y económica en la ciudad, se extendió a las calles, lo que resultó en cinco días de disturbios en Los Ángeles. Este hecho, además, encendió una conversación nacional sobre la disparidad racial y económica y el uso policial de la fuerza que hoy continúa.
Un año antes, en marzo de 1991, King, que estaba en libertad condicional por robo, había llevado a la policía a una persecución a alta velocidad por Los Ángeles; Más tarde, fue acusado de conducir bajo la influencia del alcohol.
Cuando la policía finalmente lo detuvo, King recibió la orden de salir del auto. Los oficiales del Departamento de Policía de Los Ángeles lo patearon repetidamente y lo golpearon con porras durante 15 minutos. El video mostró que más de una docena de policías esperaban, observaban y comentaban sobre la golpiza.
Los agresores fueron detenidos tras el movimiento de indignación, pero puestos en libertad sin cargos por un jurado con 10 blancos, un hispano y un asiático un año después. Esto provocó disturbios raciales que causaron 53 muertos y miles de heridos y supuso la mayor oleada de violencia racial en California. La polémica obligó a reformar la policía de Los Ángeles y establecer nuevos protocolos con los detenidos.
Es muy cierto que la imposibilidad de encontrar referentes en el pasado fragmentado dificulta ubicar el presente. Visto de esta forma, el poder se legitima a través del ejercicio de desmemoria.
Resulta imprescindible entonces, recordar los hechos del pasado, el origen de los movimientos sociales y reconocer cómo ha sido su camino para construirse y gestionarse como una lucha histórica, para de esta manera, dar continuidad a ese grito proclamado que exige justicia y libertad. Si bien los hechos suscitados por el homicidio de George Floyd han generado disturbios y caos social en medio de una pandemia, no resultan nuevos y hoy más que nunca es necesario hacer eco a esas voces que se hacen escuchar.