Antes de escuchar este álbum tuve la oportunidad de platicar con Quiero Club. Es raro saber el proceso detrás de un álbum sin haberlo escuchado y, a pesar de haber sido un excelente contexto, no fue suficiente hasta haberle dado un par de pasadas. ¿Realmente están reflejados los años que estuvieron trabajando en él, la mudanza de Monterrey a la ciudad de México, la muerte y esa casa en el colonia Narvarte en la que hasta Erlend Øye fue a parar?
“El techo es el suelo” nos muestra a Quiero Club, de entrada, en una etapa mucho más madura de su sonido. Los colores, hula-hulas y las letras llenas de fantasía fueron sustituidas por retratos muchos más sombríos [más no aburridos] de cinco individuos que han recorrido un largo camino en la escena musical, quienes nacieron a la par de una nueva etapa de la música independiente que le abrió el camino a muchas de esas bandas que nos han sorprendido en equis cantidad de bares y pequeños escenarios.
A pesar de que podíamos haber tenido una introducción con ‘Días perfectos’ o ‘Cuentos’, cualquier imagen que pudimos haber imaginado se viene abajo cuando el álbum abre con ‘No Hay Nadie’ es un claro ejemplo de ese sonido oscuro, en el que sigue habiendo sintetizadores y se nota que se dedicaron más a experimentar con todos esos elementos que se les fueron presentando, en cierto punto hasta nos recuerdan a Crystal Castles. ‘Cuerpo’ hace lucir a Priscila y Marcela, mientras que nos dan un paseo tal vez por la década de 1980.
Y como dijeron en aquella charla ‘El techo es el suelo’ sí engloba el cambio, lo que han pasado juntos en nueve años juntos. Marcela Viejo lo calificó como “abordar un cambio y verlo como un escalón”. ‘Bite A Coin, Shit Me Gold’ es el puente entre el viejo QC y el que nació en este disco, con el toque de una guitarra estridente. Los momentos para bailar son ‘Ciudades’ y ‘Weather talks’, este tema específicamente debe entrar en el mejor momento de la fiesta.