La pandemia ha cambiado muchas cosas. Para muchos, la contingencia 2020 realmente empezó cuando Coachella canceló su edición número 21 hace ya varias semanas. Ahí se sintió real quizás; el referente de los festivales en el Continente Americano, tuvo que parar. El evento icónico que inspiró a todos los que ahora son los festivales top de la región, marcó para siempre la historia desmantelando toda su maquinaria, prometiendo regresar en Octubre.
De ahí que Paul Tollet, creador del festival, CEO de Goldenvoice (la compañía detrás junto con AEG) y Productor Ejecutivo del filme, haya decidido estrenar su documental el día y la hora en que hubieran abierto las puertas como hace 21 años en el Empire Polo Field, en Indio, California, el pasado viernes 10 de Abril de 2020.
Hay tanto que decir del Coachella Valley Music and Arts Festival. De cuando empezó en 1999, del show que dio Pearl Jam antes de eso en el mismo “venue”; de cuando no se hizo en el 2000 para no perder más dinero; y de cómo se ha hecho de manera ininterrumpida hasta este 2020, desde el año 2001. Mi primera visita al festival fue en su edición 2004, la quinta edición para ser exactos; esa fue la primera vez que el evento generó una ganancia y no quedó en números rojos. La firme idea de replicar festivales como Glastonbury, pero con una vibra y espíritu californiano, sumando música electrónica, y actos independientes, evolucionó año tras año y no solo creció en audiencia, sino en el impacto a distintas generaciones.
El documental Coachella: 20 Years in the Desert (2020) narra en lo general, el largo camino de cualquier promotor y productor de conciertos en el planeta, que se atreve a crear algo que represente la esencia de sus primeros años y refleje las razones correctas del por qué hacer las cosas (no siempre es el dinero). Aunque lo que resulta realmente interesante es lo que se cuenta a nivel particular; un cumulo de características y situaciones propias de la industria musical norteamericana que no solo hicieron que Coachella fuera un éxito debido a su ecléctica curaduría musical, sino un buque estable que les ha permitido lo que se logra muy pocas veces, ser más grandes que cualquier artista o acto mundial.
Primero fue acerca de la música y luego acerca de la experiencia, de romper las barreras y de ir más allá. Lograr eso y además generar uno de los negocios más saludables del entretenimiento, con dos ediciones (fines de semana) cada año con el mismo lineup y además su versión country llamada Sategecoach, es muy complejo y complicado.
He estado en 15 ediciones del festival. No soy ni el que tiene el récord, ni el mexicano más fiel con el evento. Algo que no se dice en el documental, con todo y que aparece una bandera de México en algún punto y la comunidad latina representada en los esfuerzos sobretodo de los últimos años, es lo que Coachella significa para nuestro país y para Latinoamérica. No existiría un Corona Capital sin Coachella. Ni siquiera Vive Latino sería lo mismo hoy en día. Tampoco Pal Norte en Monterrey o Estéreo Picnic en Bogotá. Y qué decir de los festivales dentro de Estados Unidos, el crecimiento del EDM y la escena indie, electrónica, del hip hop y la evolución ecléctica del mainstream en general, que hoy corona a la música urbana, como el reflejo de nuestra realidad, o de lo que solía ser esa realidad.
¿Cómo es posible que un solo evento represente a tantas generaciones, tantos géneros y a tantos grupos sociales distintos? Aún recuerdo manejar año tras año la misma ruta de Los Angeles a Palm Springs, ir escuchando KRoq o Sirius XMU en la radio del coche rentado, llegar a un hotelito o a una lujosa casa en Palm Springs y manejar al siguiente día para llegar a Indio, donde ocurre el festival. “¿Un campo de polo?”, es lo primero que me pregunté cuando pise ese verde y perfecto pasto por primera vez. Estuve descalzo todo el sábado (antes solo era sábado y domingo el evento) y reflexionaba que era como estar en un festival europeo pero “a lo fresa”, sin lodo, sin incomodidades, rodeado de un ambiente inmejorable, un clima abrumador, pero perfecto y los mejores actos musicales.
Nosotros íbamos a Coachella a descubrir bandas, a apoyar a los mexicanos y latinos que tocaban cada año, pero también a cumplir la cita con los grandes grupos de nuestra infancia y adolescencia. Radiohead, Depeche Mode, Pixies, Nine Inch Nails y sus regresos, The Cure cuando les apagaron el escenario principal después de que no paraban de tocar; cuando Daft Punk cambió para siempre los shows de música electrónica estrenando el show de la pirámide en el Sahara Tent. La escena indie en su festival perfecto con The Strokes, The White Stripes, los Yeah Yeah Yeahs, Black Rebel Motorcycle Club con problemas de audio, y teniendo que tocar en acústico improvisado. La primera vez que fumamos mota californiana mi primo, Oscar Uriel, y yo. Así fue que vi a Justice por vez primera y a LCD Soundsystem.
Como el estacionamiento fue un problema muchos años, comprábamos muchas cervezas, una hielera y algunos destilados, para que cuando saliéramos del festival, no estuviéramos formados horas; entonces abríamos la cajuela del auto, poníamos música y nos tomábamos todo hasta que se vaciara. Grandes amigos, grandes momentos personales, anécdotas, vida, mala comida hasta que la mejoraron; sacar el alcohol o la cerveza de las zonas permitidas (algo que siempre le hemos reclamado al festival es que no puedes tomar en todos lados) “a la mexicana”. Todo lo que no aparece en el documental, pero que significa mucho para cada uno de los asistentes, sin importar si fuiste una vez o 20 veces, si tenías VIP o no, si tu pulsera era más poderosa que la del año pasado o incluso sin importar quién estuviera cerrando el festival.
Y si bien, por fin me detuve en 2019 y no fui al festival porque sentí ya no me estaba hablando a mí con su curaduría musical, ya me hacía allá en estas fechas para ver a Rage Against The Machine, por segunda vez en mi historia con Coachella. El futuro de todos y del mundo como lo conocíamos es incierto. Lo que mueve esta película documental no es la historia del festival solamente, sino las historias personales para todos los que hemos estado ahí de una forma u otra. Trabajando o por placer; Coachella es casi un estado mental. Un lugar en el mundo único a visitar cada año… al menos hasta este 2020, donde tuvimos que parar.