Una muestra de 14 óleos sobre naturaleza muerta, paisajes y retratos fue exhibida en el Centro de Arte de Nueva York en el año 1930. Se trató de la primera muestra que llegó a Estados Unidos de una pintora mexicana, la muralista María Izquierdo.
Considerada una mujer de espíritu feminista, María Izquierdo se desempeñó como pintora y muralista, debido a su técnica y estilo caracterizados por el folclor y la identidad nacional, se colocó rápidamente como un referente del arte femenino de la época.
Los principales mentores y pulidores de la técnica de Izquierdo fueron el maestro Rufino Tamayo, quien le mostró el manejo de la acuarela, y el escritor Manuel Toussaint. Sus primeros trabajos aludían a su entorno más cercano, desde retratos de amigos, paisajes y la vida natural; su primera exposición la realizó en el Palacio de Bellas Artes, integrando una galería atendida por Carlos Mérida.
Los colores vivos e intensos dan vida a la trayectoria artística de la muralista, pero es la figura femenina uno de los elementos más comunes en la pintura de Izquierdo, cuya relación entre la mujer y la feminidad tiene un sentido metafísico; simbólico acaso, y existencialmente social, que se ve acompañado de toques muy nacionales combinados con elementos universales. La fantasía y soledad son también temas que abordó en sus pinturas, así como esporádicas escenas del circo.
En palabras de Diego Rivera, el entonces Director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, María Izquierdo fue “una de las personalidades más atrayentes del panorama artístico, y uno de los mejores elementos de la academia”.
Además de Estados Unidos, expuso su obra en países de Latinoamérica como Perú y Chile, donde fue enviada por parte de la Secretaría de Cultura con el fin de dar difusión a su trabajo.
Luego de una gran trayectoria como pintora y académica (fue profesora de dibujo en el Departamento de Bellas Artes e integrante de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios), el jefe del Departamento del Distrito Federal, Javier Rojo Gómez contrató a María Izquierdo para pintar un mural en las instalaciones del recinto gubernamental. Sería la primera obra de una mujer que albergaría el antiguo Palacio del Ayuntamiento. Otros muralistas ya habían trabajado en este recinto, los “tres grandes” de la pintura: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.
A pocos días de que Izquierdo comenzara su labor, Rojo Gómez canceló el contrato con la pintora sin emitir una explicación al respecto, simplemente se dijo que no podía pintar en dicho espacio. Para compensar los gastos y el tiempo invertido, se le ofrecía a la pintora muros de cualquier recinto con menor relevancia política.
Izquierdo se negó. Si no pintaría ahí, no sería en otro recinto. Con este rechazo, la muralista defendía su reputación y la importancia de su trabajo frente a quienes la desprestigiaban.
El desenlace de la historia aún resulta incierto, lo que se conoce posterior a la cancelación del contrato, fue la declaración de la pintora, quien afirmó que los muralistas, durante una junta secreta, pidieron a Rojo Gómez reconsiderar su decisión. No lo dijo abiertamente, pero quedaba claro que se refería a Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo.
Al final, solo Siqueiros aceptó públicamente que había dado su opinión sobre el asunto, aunque no aclaró su postura. Rivera, que al principio de la carrera de Izquierdo la apoyó con sus elogios, esta vez no habló en su favor.