Continuamos cerrando la década y ya atendido el tema del golden age of streaming y la TV, es inevitable pensar en qué carajos pasó con el cine esta década.
Es justo pensar que mucho de lo observado por medio de la industria televisiva y el streaming, aplica a la industria cinematográfica de esta década. Si bien son productos con percepciones e historias ampliamente diferentes, en esta década la sincronía entre la TV y el cine fue más fuerte que nunca. Entre talento, producción y plataformas este ecosistema audiovisual fue acotado.
Con tanta oferta y siendo un medio tan global, es difícil no caer en reduccionismos y mucho menos no pensar en hacer divisiones justas entre lo que entendemos como industria hollywoodense y el esfuerzo independiente alrededor del mundo. No obstante tomando como medida de temperatura a la industria “formalizada”, es que creamos al menos un diagnóstico de lo que ha sucedido.
“The Franchise Era” sería la valoración más simple, pero no por ello menos certera. Esto definiendo la situación como una donde la prioridad de la industria cinematográfica más visible del planeta, fue enfocada a reboots, remakes, re-imaginings, secuelas, precuelas, sagas, spin-offs y revivals. Cualquier potencial marca, vuelta franquicia en su manera más engorrosa y exagerada.
El claro referente en la creación de “universos cinematográficos” englobado el amplísimo contenido generado en medios como el cómic y el fanfiction. Aquí Marvel y Star Wars destacan como lo más obvio, pero la realidad es que los “regresos” de Blade Runner, Mad Max, Alien, Planet of the Apes y más, hablan de lo mismo (Posiblemente a ser extrapolado en el biopic musical, cuando las franquicias de historia gráfica sean acabadas).
Aquí sobre todo interesante pensar en la evolución de estas marcas y su relación con la respuesta del consumidor. Cuando antes pensábamos que una mala película de nuestro superhéroe favorito era una condena, hoy simplemente se hace un reboot, la marca tiene un nuevo dueño y la nueva realización desvalida todo lo anteriormente hecho. Hoy se cuentan spider-man y jokers, mientras se analiza que significa algo para el canon y que no.
Claro esto también un reflejo de la guerra de marcas, con Disney protagonizando el frente de una consolidación y monopolización de propiedades creativas sin igual. Contrastado con empresas como DC que hasta el momento siguen enfrentando una completa incompetencia para realizar blockbuster films y decente recepción crítica.
Pero fuera del franchise era (al menos en algún porcentaje), ¿Que definió a esta época de cine y quienes fueron sus realizadores? Es imprescindible hablar de este panorama bajo el lente de la relevancia cultural.
Aunque es complicado hablar de “contenido original”, pensando en simples adaptaciones como la del libro, sí hubo algunas propuestas que para bien o para mal, dan representación sobre el deseo estético y narrativo de esta década.
Es interesante pensar que para 2010, ya teníamos una producción más de David Fincher cuya temática parece completamente absurda. El abordar desde el biopic la historia de Facebook como red social y que sus protagonistas incluyan a Jesse Eisenberg y Justin Timberlake, ya parece un acercamiento extraño. Sin embargo en su esencia, permanece una realización cinematográfica ambiciosa, contemplativa e introspectiva.
Alrededor de este inicio de década, podemos pensar en Terrence Malick con su épica meditativa y rayando en lo conceptualista en The Tree of Life (2011), Nicolas Winding Refn postulándose como un estilista en Drive (2011), Lars Von Trier más allá del shock camuflajeado de trasgresión en Melancholia (2011), a un Paul Thomas Anderson entrando en periodo de madurez con The Master (2012) y Werner Herzog demostrando su agudez con The Act of Killing (2012).
Un pulso de alguna manera, evidenciando la seriedad narrativa de estos realizadores, pero también una especie de nueva ambición visual, descuidado los límites del pacing y expectativa de entrega. Un precedente bueno para la “exposición” de historias.
No obstante, algunos de los géneros dependientes del glamour, rock y cigarros permanecieron vigentes como claros con ejemplos como Wolf of Wall Street (2013) y su hermano menor en American Hustle (2013). Quizá al menos estos evidenciaron en medio de su onanismo, también una especie de introspección más dedicada a sus personajes.
El 2013 también mostró situaciones inesperadas como Before Midnight (2013) de Richard Linklater con Ethan Hawke y Julie Delpy, que demostró el valor nutritivo de la historia simple. Además el extrañísimo sentimiento nacional, de un Cuarón otorgando una monstruosa producción como Gravity (2013), que mientras era exageradamente celebrada y daba cabida a galardones y éxitos técnicos, también debía asumir su banalidad, algo después atendido en la década.
Valdría la penas terminar de resaltar este año con Her (2013), una película de Spike Jonze y Joaquin Phoenix con motor. Mientras el primer impacto uno de pretensión, quedó más que claro que el ejercicio de Jonze, goza de ser uno completamente alejado a necedad frente-armaggedon y distopía, tan dramatizada por la ciencia ficción.
Llegaron años como el 2014 y 2015, que mostraron una completa fuerza de realización, creatividad y casi tenacidad frente a ideas que antes hubieran sido asumidas como innecesarias. The Grand Budapest Hotel (2014) como absoluto depósito de confianza de la industria en el hipster favorito de todos en Wes Anderson, historias de nicho vueltas asequibles en Whiplash (2014), Iñárritu consagrándose como un realizador casi peligroso en Birdman (2014), el posmodernismo político en Leviathan (2014), y dos grados de acción, el estético con Nightcrawler (2014) y el palomero con John Wick (2014).
2015 vino como un año algo débil en cuestión de cantidad, pero la calidad fue suficiente. Podemos hoy hablar de Ex Machina como un ejercicio alejado de los clichés, de nuevo de la ciencia ficción, bastante sensibilizado a lo contemporáneo también. De Anomalisa como una historia de resonancia abrumante, contrastada por realizadores y medios inusuales. Finalmente, de George Miller como completa evidencia de que dentro de la era de franquicias, el trabajo no es cualquier cosa. Mad Max: Fury Road, indiscutiblemente el cine de acción de nuestra década.
Para este punto, parece que la visión del realizador se tornó hace proyectos de carácter dudable, y de alguna manera todos contagiados por una perspectiva más paciente de sus mismas narrativas. En cosas tan diferentes como Mad Max, Nightcrawler, Her y Gravity se percibe el silencio y lo contemplativo como para permanecer en los momentos y de ahí desprender detalle.
En esta segunda mitad década, empezó a hacerse evidente fuera de la esfera del franchise, que la industria se tornaba one-sided y el la película ”Óscar” se sentía solita en medio de una oferta completamente desinteresada.
El 2016 quizá será recordado como el año más pobre de la década. Si bien Moonlight observa la justa representación, Manchester By The Sea otro tipo de tragedia y su psicología, ambas quedan como en un embudo de dilución. Similar a un Arrival que propone explorar el encuentro alienígena desde la lingüística y luego se torna al lugar común, o Hell or High Water que es tomada como trofeo de cinematografía siendo una cosa que en cualquier otro año hubiera sido de media tabla.
Claro, también vale la pena hablar aquí de Yorgos Lanthimos como un realizador que en esta mitad de década, trabajó hizo y trabajo haría. Todo dentro de un estilo y voz indiscutiblemente vigente.
No obstante, la década no estaba perdida porque el próximo año trajo consigo en todos los géneros algo al menos más drástico en su acercamiento. Coco (2017) evidencia a Pixar como un producto aún difícil de dejar, Disaster Artist cómo comicidad posmodernista, Dunkirk (2017), al menos existe propone la historia aislada en un género de masividad y Get Out (2017) exagera la incomodidad para hacerla aún más incómoda y verdadera.
Aquí cabe mencionar, que para este momento, A24 se vuelve la productora apadrinando y más ambiciosa de los contenidos cinematográficos, no de avanzada, pero sí contemporáneos. Si alguien tiene quejas sobre la representación y valoración, es fácil voltear a ver donde se hacen las cosas.
Spring Breakers (2013), Enemy (2014), Locke (2014), Ex Machina (2015), The Witch (2016), The Lobster (2016), Good Time (2017), The Florida Project (2017), Hereditary (2018), Uncut Gems (2019), pequeño muestrario de intereses claros.
El año cerró con la redención y “autobiografía” de Cuarón en Roma, celebrada como la joya de representación globalista de lo mexicano, la afirmación de Spider-Man: Into the Spider-Verse (2018) y Joker (2019) de que el universo del superhéroe aún no huele rancio y cosas como You Were Never Really Here (2018) o A Star Is Born (2018), donde una pretende ser la crudeza que incentive un cambio y otra reivindicar lo innecesario.
Este año, tenemos a Scorsese sin identidad, Tarantino para particulares, Marriage Story casi como una fórmula de principio de década y Star Wars acabando, otra vez. También tenemos a Almodóvar con mayor atención, a Robert Eggers como un cineasta de terror vigente gracias a mantenerse alejado a su género, El Camino haciendo del medio intrascendente, incluso Ford v. Ferrari como un buen balance de audiencias.
Hay muchas amenazas a la industria del cine, sobre todo en el futuro de su “valor” como arte expresivo y las plataformas que lo definen, pero también, parece que el interés de los realizadores está más lejos que nunca de sus definición como actor en esta industria.