Cuando podamos sentarnos a hablar de música sin prejuicios, estaremos más cerca de discutir temas más importantes. Sin embargo, es cierto que se pueden rastrear problemáticas sociales graves a través de la observación sobre el consumo y rechazo de los productos culturales. El clasismo, elitismo, racismo, y anglocentrismo, por mencionar algunos, se hacen evidentes en relación a aquellos elementos que se convierten en símbolos identitarios de quienes son consumidores, incluyendo la música.
Es por ello que es preocupante el rechazo general que México tiene sobre el reggaetón. Con una industria musical tan conservadora que ni siquiera está para imprimir y poner a la venta a varios de los álbumes más exitosos del año pasado en el mundo. Es imposible encontrar Vibras (2018) de J Balvin o X100PRE (2018) de Bad Bunny en tiendas especializadas.
Hoy, mientras Puerto Rico y Colombia tienen a estrellas de talla internacional, las expresiones en México no existen en el panorama musical, ni siquiera a nivel Latinoamérica, en cuanto a consumo. J Balvin, Bad Bunny, Daddy Yankee, Ozuna, Karol G, Jhay Cortez, y Maluma, por decir lo menos, tienen más reproducciones por separado que los 10 artistas mexicanos más populares juntos.
No hay más que escribir el número de escuchas mensuales que tiene el colombiano autor de ‘Mi Gente’ que ahora mismo se ubica en el tercer puesto mundial en Spotify, y primero en Deezer, AppleMusic, y YouTube, con más de 54 millones en la primer plataforma, y compararla con el proyecto mexicano más popular en el mismo servicio de streaming, la banda pop Reik, que tan solo llega a los 15 millones, y cuya canción más popular es su colaboración con el mismo J Balvin, una pieza titulada ‘Indeciso’. Por otro lado, Ozuna ganó en marzo de este año el Récord Guinness al artista con más videos musicales en YouTube que superan el millardo de vistas, arrebatándoselo con siete audiovisuales al cantante canadiense Justin Bieber.
Si la importancia de estas expresiones no queda clara en su impacto dentro de las principales plataformas cibernéticas de venta y consumo musical, solo hay que darse una vuelta a través de la documentación de las giras internacionales que estos artistas han posteado en sus redes sociales. Con Bad Bunny llenando foros enormes, comparables a un Palacio de los Deportes como mínimo, en Italia, Inglaterra, Francia, Holanda, Canadá, y hasta Noruega, eso sin mencionar su papel como headliner de un festival de rock finlandés. Él causó un sold-out dentro del Coliseo de Puerto Rico en marzo del presente año, y en el mismo mes llegó a Nueva York para lograr el mismo resultado dentro del legendario Madison Square Garden, algo que también logró J Balvin al inicio de esta semana.
Hoy, el peso del género rige en el pop mundial, con norteamericanos como Justin Bieber, Madonna, Drake y Diplo, y españoles, como Rosalía, apropiándose de sus ritmos. Es la música de vanguardia, y a mi observación, la única expresión musical latinoamericana que se ha adaptado a las necesidades sociopolíticas de la región.
No es que estos artistas sean populares solo porque sí. Ellos tienen proyección internacional porque hacen música con base en una expresión natural y urbana de la tierra donde nacieron, un desarrollo directo de su música tradicional, con base no sólo en los ritmos caribeños, sino también en la salsa, la cumbia, y el bolero. En México no hemos tenido un seguimiento a la noción del desarrollar a nuestros géneros representativos desde hace veinte años, cuando Julieta Venegas, Café Tacvba, y Fobia eran grandes, y entraban en escena proyectos como Nortec Collective, Natalia Lafourcade, y toda la avanzada regia.
El reggaetón es algo que no se puede encontrar en otra parte del mundo, y que lleva más de tres décadas en desarrollo desde su nacimiento como concepto, acuñado por un joven Daddy Yankee dentro de uno de los primeros mixtapes de hip-hop underground boricuas, la cinta titulada Playero 36 (1993) en donde declara -“quiero que sigas brincando porque es el hombre fenomenal el que canta reggaetón“-.
El autor de Barrio Fino (2004), el álbum latinoamericano más vendido en la historia dentro de tierras europeas, múltiple disco platino en México, Puerto Rico, Estados Unidos, Inglaterra, Japón, Noruega, Argentina, Chile, Italia, y Suiza, fue parte de la primera generación de artistas de reggaetón. Un estilo creado en San Juan de Puerto Rico por las clases populares de la isla, influenciados en la cultura hip-hop estadounidense de la época, pero integrándole las bases rítmicas que se desarrollaron poco antes en Panamá con el nacimiento del dembow, explorado en específico por los intérpretes Nando Boom y El General. Eso sin mencionar, la evidente influencia de las principales figuras latinoamericanas salseras, con nombres derivados del sello discográfico neoyorquino Fania, que incluía en sus filas al boricua Héctor Lavoe, a la cubana Celia Cruz, y al panameño Rubén Blades.
Ellos exploraron la narración de historias violentas con su música, orquestales piezas derivadas del jazz, un imaginario que se integró en estos primeros intérpretes de reggaetón que se referían en un inicio a su género como ‘underground’. Fueron varios años en los cuales sólo se pudieron escuchar sobre escenarios clandestinos de las playas de Puerto Rico, previo a los lanzamientos de los mixtapes playeros en cassettes, los cuales fueron copiados y difundidos por sus escuchas. Se trató de un movimiento autogestivo con poca o nula remuneración para sus artistas que llegó a la masificación por medio de la recomendación boca a boca.
Su impacto fue tal que en 1997 el gobierno decidió prohibir la escucha, compra, y venta de música de reggaetón. Un movimiento generado por el ex-gobernador Pedro Roselló, motivado por el mensaje hiper-sexualizado de la música. En un dato curioso, él es el padre del también ex-gobernador contra quien se levantaron los reggaetoneros a principios de este año, Ricky Roselló, y la respuesta fue la misma.
Los intérpretes empezaron a crear música con un alto contenido político en el cual criticaron duramente al gobierno boricua de no permitir la libre expresión. Al final, el reggaetón fue música segregada por representar a las clases populares, darles una voz contestaría, y libre. Es la identidad real de una sociedad que terminó siendo escuchada. Por eso las comunidades feministas y LGBTQ+ están en el reggaetón, se ha transformado en la plataforma perfecta para los grupos segregados.
Sus mayores intérpretes no le piden nada a ningún artista pop. Su nivel de discurso, y producción es de los mejores del mundo. Además, aunque es cierto que su discurso se ha mostrado misógino, conservador, y retrógrada en muchas ocasiones, también es una realidad que el género nos ha mostrado que puede protestar sin titubear sobre la censura, la violencia contra la mujer, la masculinidad tóxica, mostrar conductas progresistas, y un sin fin de casos más.
Ejemplos sobran. Está la representación que otorga la figura del boricua Bad Bunny como uno de los primeros hombres deconstruidos de su propia masculinidad que le hablan a las masas latinoamericanas. Él es probablemente la figura más disruptiva que tenemos dentro de la cultura pop latino contemporánea, dirigiendo y escribiendo videos para canciones suyas como ‘Solo De Mi’ que sirven como una crítica puntual al machismo que se vive dentro del mundo hispanohablante. Un señalamiento a la pesadilla que viven las mujeres que sufren de violencia en su relación de pareja.
También tenemos a un Daddy Yankee escribiendo una canción a favor de la investigación médica en relación al cáncer de mama en ‘Yo Contra Ti’, una narrativa descrita desde el punto de vista de una chica que se encuentra luchando contra la enfermedad. Eso sin mencionar a un J Balvin que se la pasa gritando frases de orgullo latino sobre los principales escenarios del mundo, incluyendo sus presentaciones como headliner de Lollapalooza y Coachella, logros que ha obtenido sin cantar una sola canción en inglés.
Hoy en día, el reggaetón es un género musical evolucionado, repleto de mensajes duros que tienen que tocarse, tanto en el mainstream previamente escrito, como en su underground, repleto de colectivos feministas que luchan a favor de la equidad de género y un nuevo tipo de liberación sexual. Es la música en donde se está concentrado la discusión de las principales problemáticas de la sociedad latinoamericana contemporánea, eso sin mencionar su capacidad de adaptarse a los gustos del público internacional, con una trabajo estético cada vez más refinado.
Sus principales intérpretes no le piden nada a ninguna estrella del pop anglosajón. El nivel de producción, discurso, y de trabajo tras bambalinas que tiene el género es uno de los mejores del mundo.
Mientras tanto, México se ha dedicado a producir bandas de rock-pop, reciclado anglosajón, y un underground plagado de bandas ‘experimentales’ que recrean lo que se hizo hace un par de décadas en Nueva York e Inglaterra. Porque parece ser que nuestro pasado musical no es lo suficientemente valioso como para seguir desarrollándolo. Además, tampoco importa cuánto éxito tengan los caribeños y sudamericanos para replicarlos o darles ventanas. Se tiene la concepción de que ellos son menos que nosotros, los anglos son más en expresiones artísticas.
Cada quién tiene el derecho de consumir y producir lo que quiera, pero yo me pregunto por qué las expresiones populares mexicanas no están saliendo a flote. Por qué nuestra clase media se burló de que proyectos como Los Ángeles Azules lograron crear una estrategia llamativa al extranjero y juventud, mientras censura, y se siente apenada del género boricua y su éxito. Es ridículo que en España y Argentina se estén firmando a artistas urbanos dentro de las disqueras más importantes, logrando producir actos de éxito y alcance internacional, siendo que en México hay contados exponentes, no solo dentro del mainstream, ni siquiera la industria emergente del centro del país.
Las necesidades de tener una expresión urbana nacional son evidentes. No solo por el discurso progresivo que tiene en este momento, sino por la misma demanda. Tan solo hay que observar la venta de boletos para sus principales representantes latinoamericanos, con un Bad Bunny que ha llenado dos Auditorios Nacionales, dos Arenas Ciudad de México, y un Pepsi Center. Un Maluma cuyas entradas están a más de $4,000 pesos mexicanos que aun así logra dos sold-outs al hilo en el Auditorio Nacional. Eso sin mencionar la ola de festivales repletos de gente dentro del Autódromo Hermanos Rodríguez con Daddy Yankee, Nicky Jam, Pitbull, Karol G, J Balvin, o Wisin and Yandel entre sus principales actos. Por otro lado, los números en redes de varios de los artistas incluyen a México dentro de sus territorios con más seguidores.
Ahora mismo hay una generación de artistas que están explorando nuevas posibilidades con los corridos, la música texmex, la cumbia mexicana y la banda, como Christian Nodal, Raymix, y T3ER Elemento, que combinan esos estilos con… sí, trap y reggaetón. También hay proyectos como Sentidos Apuestos o Pirámides que apuestan por integrar tópicos mexicanos a géneros de vanguardia, en el bedroom pop o vaporwave… incluso Margaritas Podridas transforma al grunge para hablar sobre los feminicidios en el país.
Claro que hay excepciones, pero nuestras disqueras, medios, y públicos siguen centrados en aquello que no se puede exportar, porque no tiene una identidad o no representa un progreso para nuestra cultura.
Mientras Colombia y Puerto Rico son potencia musical a nivel mundial, el rastro de México es inexistente… a menos que se haga algo al respecto.