La ciudad expulsiva, la arquitectura hostil como herramienta disipadora

// Por: Staff

jue 27 junio, 2019

Sheila Navarro

La dimensión local se constituye por ser una construcción social que implica aspectos económicos, políticos y claro, sociales. Pensarnos en un espacio público amigable se asocia siempre con la convivencia y el tipo de ciudad que habitamos.  En ese sentido, la arquitectura funciona como un hecho cultural que refleja, en todo momento, las condiciones y las circunstancias bajo las cuales ha sido concebida y construida.

Las construcciones, llámese edificios, plazas o cualquier zona común, entonces, se entienden como emisores estáticos que transmiten el particular mensaje de las ideas con que fueron proyectados. En consecuencia, pueden contribuir a la segregación social de las ciudades. Este es el fenómeno que Iain Borden, historiador de la arquitectura, ha determinado como mallification, es decir, la transformación de ciudades en centros comerciales, donde el individuo es más consumidor que un ser social.

Arquitectura hostil

Borden afirma que el surgimiento de una arquitectura hostil tiene sus raíces en el diseño urbano y la gestión del espacio público en la década de 1990. La emersión, sostiene el historiador, sugiere que sólo somos ciudadanos en la medida que trabajemos o consumamos bienes.

La arquitectura hostil o arquitectura defensiva se enfoca en mecanismos arquitectónicos con un solo objetivo: limitar su uso y restringir la libertad. Es decir, se impide el uso de un determinado objeto urbano de cualquier forma distinta para la que fue concebido. Eso evita, en primer plano, que turistas o nativos de la ciudad permanezcan por un largo tiempo en la calle, y, por tanto, dejen de consumir en tiendas o plaza. Por otra parte, y con gran eficacia, se trata de impedir que las personas en situación de calle duerman en este espacio.

El diseño incómodo es crucial y emana de una detallada planificación. Su ejecución resulta efectiva y visualmente atractiva, sin embargo, atenta contra la libertad de uso del espacio público y, por ende, contra la interactividad. Este tipo de diseños se manifiestan en jardineras irregulares, asientos inclinados, piedras estratégicamente expuestas o bancos diseccionados de manera individual en las zonas de espera del transporte público. El diseño innovador y poco convencional reduce la posibilidad de que, a primera vista, se le considere como indicador para controlar el comportamiento social.

Espacio público

La construcción de la identidad misma se ha plasmado en los espacios públicos, que son, ante todo, un concepto urbano que ha estado relacionado con la ciudad, pues le debe a ella su origen, ya que es en este espacio donde se posibilitan los intercambios culturales y encuentros entre personas, actividades que le dan sentido a la colectividad y a la vida en sociedad. A partir de esta reflexión, es posible pensar al espacio público como el sitio más importante en la ciudad, pues es donde se ejecutan las actividades fundamentales para una colectividad.

La ciudad, como el espacio público, es un hecho histórico; ha sido testigo de todas las manifestaciones culturales durante distintos contextos sociales. Se ve limitada en tiempo y espacio, sin duda, y con el pasar de los años, cambia el sentido para aquel que la habita. Sin embargo, funge como uno de los principales referentes en la historia de cada civilización.

La Ciudad de México, por ejemplo, ha sido modificada espacialmente, esto debido a la industrialización, los cambios económicos y el exagerado –y a veces preocupante– crecimiento urbano, factores que reclaman nuevos equipamientos civiles como escuelas, bibliotecas, hospitales, y algo esencial: nuevas funciones culturales dedicadas al tiempo libre, al encuentro e intercambio de ideas.

En ese sentido, el espacio público y político, o como Hannah Arendt –filósofa y teórica política de origen judío– lo determina: espacio de aparición requiere de actos y palabras, y es sólo ahí donde la palabra y el acto serán la base del poder: “Donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones, sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir, sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades”. Desde la perspectiva de la filósofa, el espacio de aparición es el mundo. El mundo es el espacio en el que nacen los seres humanos y el que dejan cuando mueren. 

Arquitectura como derecho humano

Es importante trascender de la idea frívola acaso, que se tiene de la arquitectura, y que sólo se limita a diseño e innovación. Como toda disciplina y profesión, cuenta con una tarea social: atender las prioridades de la humanidad. De acuerdo con el artículo 25° de la declaración de la Organización de las Naciones Unidas, se declara que “Toda persona tiene derecho a un nivel de vida que le asegure el acceso a la vivienda”.

En ese sentido, afirma Jorge Lobos, arquitecto y director de la fundación Emergency Architecture and Human Rights, la arquitectura debe asistir a los desplazados por las catástrofes naturales, la sustentabilidad ambiental y social en los procesos humanos, los fenómenos migratorios y la utilización racional y democrática del territorio.

Como arquitectos, sostiene Lobos, “es nuestro deber instalar decididamente la profesión en el ámbito social y afianzar nuestro quehacer como una necesidad básica, y no sólo como objeto de consumo para los más favorecidos.”

El también académico hace una propuesta bastante interesante: el compromiso del desarrollo cívico desde la arquitectura. Si bien, atrae la idea de lo estético y aquellos diseños que resultan armónicos, es necesario pensar a esta profesión como un hacedor de posibilidades para una vida mejor. Se trata de disipar la idea de la arquitectura en función de intereses privados y muchas veces perversos.

Esto no quiere decir que se aleje a la arquitectura del arte, pues ha dejado un gran legado y lecciones, sino colocarla en un camino entre la sociología y el arte. De otra manera, la cultura de control y restricción a través de las construcciones podría empeorar y atentar en mayor medida contra la interacción y uso de espacios públicos. Tal como lo retrata Fabian Brunsing, fotógrafo y artista alemán, en su vídeo “Pay & Sit”, una banca que, a cambio de una moneda, te permite sentarte por un tiempo limitado.