En diciembre de 1976, Queen debía presentarse en el programa Today de la cadena Thames Television, para una entrevista en vivo, en horario central. Ante el faltazo de Freddie Mercury y los suyos, la producción buscó un plan b y al estudio arribaron unos ignotos Sex Pistols, que eran apenas conocidos por su single de título provocador ‘Anarchy in the UK’. Bill Grundy, el conductor del envío televisivo, que no tenía ni la más mínima idea de lo que era el punk, subestimó y ninguneó a sus invitados y a los pocos minutos la entrevista se le había escapado de las manos.
Steve Jones comenzó a recitar al aire una catarata de insultos e improperios de todos los tamaños y colores. La audiencia colapsó las líneas telefónicas quejándose por el comportamiento inapropiado de los miembros de la banda. Fue el principio de todo. El germen que propagó la epidemia. Al otro día, Sex Pistols apareció en la portada de todos los tabloides amarillistas de Inglaterra: ‘El ‘Punk’, la nueva plaga que amenaza las calles y a la juventud’. Dos meses más tarde, el punk estaba en pleno auge, Today fuera del aire y Grundy sin más carrera.
El movimiento punk comenzó a surgir en el descontento de los jóvenes estadounidenses que vivieron el caos de la década del 60: la interminable e inexplicable guerra de Vietnam, el derroche en el presupuesto de la carrera espacial y la vergonzosa segregación racial. La utopía hippie del ‘amor y paz’ estuvo cerca de concretarse, pero quedó vacía de contenido. Y ese vacío le permitió a la música tomar un lugar preponderante. La frustración de la juventud empezó a sonar fuerte. Y bandas con un componente de rebeldía, ideas políticas revolucionarias, mucha actitud, performances desfachatadas y letras referidas a la vida real comenzaron a acaparar la atención. En Detroit, The Stooges y MC5. En Nueva York, The Velvet Underground y los New York Dolls. Los fans se identificaron inmediatamente.
En 1975, John Holmstrom, Legs McNeil y Ged Dunn fundaron la revista ‘Punk’, que cubría todo lo relacionado a bandas y artistas que compartían la misma filosofía de cuestionar lo establecido. Una vez considerada la publicación como “la voz autorizada y recomendada del movimiento”, se comenzó a utilizar la palabra punk para llamar así a todo lo que aplicaba para aparecer en las páginas de la revista: música, moda, cine clase B y sobre todo, actitud. Aunque fue Lester Bangs, director de la icónica revista Creem, el primero en utilizar la palabra punk y ya en 1971 creó una estética completa para definirlo.
Lo primero que hay que decir de Ramones es que la vida no ha sido lo suficientemente justa con ellos. Nunca tuvieron un éxito realmente grande en Estados Unidos, aunque en el fondo eran una máquina de componer hits y melodías sumamente pegadizas. Estos cuatro tipos desaliñados fueron la banda que cambió el mundo y no pudieron verlo. Fallecidos Joey, Johnny, Dee Dee y Tommy, no pudieron disfrutar del demorado (y merecido) reconocimiento que hoy en día goza la banda.
El cuarteto se formó en los suburbios de Forest Hills, en Queens, escuchando a Elvis, The Beatles, Rolling Stones y un sinfín de grupos referenciales que a la larga marcaron el clásico sonido ramonero. Sacaron todo lo que no les gustaba del rock y usaron el resto. Nada de blues ni largos solos de guitarras. No querían nada que obstaculizara las canciones. Incorporaron como propio el sonido rock surfer de Brian Wilson y Jan and Dean; y el bubblegum pop, onda Bay City Rollers, banda admirada por ellos cuatro.
En agosto del 74, Ramones dio su primer concierto en el mítico CBGB. Su dueño, Hilly Kristal, recuerda que aquel show no le dejó una imagen positiva: “era la banda menos coherente que había escuchado”. “Empezaban y paraban todo el tiempo. Estuvieron 40 minutos en escena y 20 fueron de ellos gritándose entre sí”, rememora. Pero a pesar de esto, se convirtieron en una buena atracción y Kristal los convocó decenas de veces durante los años siguientes.
A los cinco meses, los Ramones ya eran un reloj suizo sobre el escenario. Habían perfeccionado sus presentaciones en vivo. La gente comenzó a prestarles más atención. El boca a boca del público hizo el resto. Danny Fields, ejecutivo de Sire Records, en uno de sus shows en el CBGB, los esperó hasta que salieron del recinto y les ofreció ser su mánager. La experiencia de Fields (había conseguido a los Stooges y a MC5 para su sello) era el golpe de efecto que necesitaban.
Su disco debut, Ramones, fue el que definió el punk rock. Lo tenía todo: guitarras ruidosas, ritmo potente y voces alocadas. Pero el grupo pagó un precio muy alto por su logro. Gran parte del mundo de la música los rechazaba. Otros los veían como un mal chiste. La mayoría de las radios americanas se negaban a difundir su música. Muchos en el rock odiaban todo acerca de Ramones. A pesar de todas estas negativas, la banda estaba decidida: nada los iba a tirar abajo.
La gira del 76 por Inglaterra fue incendiaria. Fue la confirmación de que eran los mejores rockeros del mundo. Cruzaron el mar e infectaron a toda una generación británica con sus canciones sin porvenir. Aunque los Ramones no fueron los creadores de la escena inglesa como muchos creen, sí marcaron los lineamientos del sonido punk rock. Y tras ellos, los Sex Pistols se harían cargo de la revolución, pero esa es otra historia.
Ya iniciados los 70’s, el sureste de Manhattan alojó una pequeña cofradía que escuchaba este nuevo rock infecto y encontró un lugar donde poder tocar y escuchar la música que comenzaba a despertar a la anestesiada juventud: el CBGB (Country BlueGrass Blues) fue el club símbolo de la New York antisistema. Bowery 315. Territorio de vagos, borrachos y maleantes. Y sitio de la cuna del punk, la new wave y también, por qué no, del hardcore neoyorquino de los 80.
Durante poco más de tres décadas, deambularon por su escenario la glamorosa sensualidad de Blondie, el minimalismo nervioso de los Talking Heads, la rabia legendaria de Ramones y la áspera poesía de Patti Smith, encargada en octubre de 2006 de ponerle un broche de oro al legendario CBGB, el sucio, maloliente, sudoroso y bullicioso templo donde lo mejor y lo peor del punk y el rock and roll under de aquellos años dorados se daba cita, incendiando las mentes de los privilegiados asistentes.
Crestas, pins, tachas, alfileres de gancho, candaditos al cuello, pantalones rotos, borceguíes. ¿Verdadera actitud o una simple moda? El ‘uniforme punk’ sigue siendo una estética singular, a 42 años de su explosiva aparición. Por aquel entonces, la ‘anti moda’ se convirtió en ‘el último grito de la moda’. Y Sir Malcolm McLaren fue el padre de esta adorable criatura.
Criticado y adorado en partes iguales, McLaren fue un simple manipulador, un mánager sin escrúpulos que tuvo la suerte de estar en el momento y el lugar donde tenía que actuar: surfeó la agitada ola punk y lucró con ella. Para los que estaban en la otra vereda, fue un verdadero revolucionario, un tipo brillante, parte fundamental de todo el movimiento y quizás el mayor revolucionario dentro de la cultura rock. Incluso hay quienes lo colocan por encima de tipos como Colonel Tom Parker (manager de Elvis), Brian Epstein (Beatles), Andrew Loog Oldham (Stones), y Paul McGuinness (U2).
En definitiva, Malcolm McLaren “diseñó” al punk a su agrado. Sin su toque, la estética, el discurso e incluso el sonido punk hoy no hubiese calado tan profundo en todos los ámbitos. Cada temporada, el punk se reinventa: en la música, en la moda y en la vida misma. Hay nuevas tendencias, pero el espíritu McLaren aún dice presente.
McLaren ideó la estética punk cuando fue manager de los New York Dolls, durante los últimos años de la banda. En Inglaterra, el glam rock de Bowie, T-Rex y Roxy Music tenía al maquillaje, la ropa de diseño y la ambigüedad sexual como componente estético de excelencia. Desde tierras americanas, los Dolls también jugaron con su imagen, su ambigüedad y su estética. Esta imagen fue la que influenció a Sir Malcolm a reinventar su local de ropa de la calle King’s Road y al que rebautizó SEX.
Junto a su pareja, Vivianne Westwood, comenzaron a diseñar moda que no se había visto antes y que marcó tendencia en el under londinense. Y en los rockstar del momento: Rod Stewart, Bryan Ferry, Ron Wood, Keith Richards y David Bowie eran algunos de sus clientes más reconocidos. El glam mutaba al punk: pelos teñidos, telas sintéticas, remeras estampadas con slogans, cuero, colores. Ahora sí la revolución estaba en marcha.
Uno que solía pasar por SEX era Steve Jones. El guitarrista de los Pistols aprovechaba cada oportunidad que tenía para robarse cuanta prenda pudiera. Allí conoció al baterista Paul Cook y entre ambos le propusieron a McLaren que se convirtiera en el mánager de la banda. Oferta que aceptó solo para que Jones dejara de robar ropa de su tienda.
Los orígenes de Sex Pistols suelen ser distintos a partir de quién sea el que cuenta el relato. Durante décadas se han escuchado una y mil versiones. Lo cierto es que Johnny Rotten, cuando fue echado de su casa por sus padres, cayó a vivir en el depto de un conocido llamado John Beverly, al que bautizó Sid en honor a un hámster que había tenido como mascota durante su infancia. Allí, juntó a un grupo de amigos a los que los unía el aburrimiento, la desesperación, una infancia dura, poca visión de futuro (No Future) y un sentido del humor oscuro y agresivo. La esencia pistol comenzaba a tomar forma.
Durante el verano del 75, Rotten ingresó por la puerta de SEX con una remera blanca de Pink Floyd, con la frase ‘Yo Odio’ escrito en fibrón por delante del nombre de la banda. McLaren lo vio con el carisma negativo que los aún no formados Pistols necesitaban. Ya estaban Jones, Cook y un empleado de la tienda de nombre Glen Matlock. Al momento de hacer la audición, Johnny cantó ‘Eighteen’ de Alice Cooper junto a la rockola, con un duchador emulando un micrófono. La escena fue un caos cien por ciento punk. Como no podía ser de otra forma, se ganó el ingreso al grupo.
En los primeros shows de Sex Pistols, Sid Vicious era el fan número uno de la banda. Era una posición de privilegio en una etapa donde los fanáticos eran tan importantes como los músicos. Incluso, ganó notoriedad antes de ser miembro estable. Durante un concierto que The Damned daba como teloneros de SP, Sid le arrojó un vaso de cerveza a Dave Vanian y terminó encerrado en un calabozo húmedo, ocasión que Vivianne Westwood aprovechó para regalarle un libro sobre Charles Manson, lo cual ayudó a construir un psicópata aún más perfecto.
Como Matlock nunca se llevó demasiado bien con Johnny Rotten, eso propinó su alejamiento. Su lugar lo ocupó aquel fan número uno. Steve Jones nunca quiso a Sid dentro del grupo, porque, según sus propias palabras, “no sabía tocar”. Siempre dijo que no entendió lo que había hecho McLaren en aquel momento, al sumarlo a los Pistols. “Sólo le importaba la imagen de la banda, no le prestaba atención a la música”, recordó. Ninguna imagen fue fabricada de forma tan transparente como la de Vicious. Era el verdadero rebelde sin causa (ni pausa) y el más marginado, incluso por sus tres compañeros. Pero sin él, Sex Pistols no habría sido Sex Pistols.
El mayor logro de Malcom McLaren, más allá del lado fashion del punk, fue haber convertido a una piltrafa humana como Sid Vicious en el ícono del movimiento. Lo transformó en la figura más importante. Y eso que Vicious era un negado musical. ¿Se imaginan si hubiese sido un virtuoso?
Los Clash se asomaron a escena dispuestos a transformar un movimiento anárquico (con los Pistols como punta de lanza) en algo organizado y duradero. A la larga, su utópica idea fue perdiendo fuerza. Su impacto disminuye en favor de una mejor elaboración artística. A medida que sus canciones eran más aceptadas y más bellas, perdían garra. Su empuje original fue menguando y hacia mitad de la década del 80 su ciclo artístico estaba agotado. Su estupenda discografía vibró en una montaña rusa que tuvo su pico más alto en London Calling. Pero fueron mucho más que un disco glorioso.
The Clash nació en 1976, en la escuela de arte de Hammesmith, donde se conocieron Mick Jones y Paul Simonon. Dos meses después, ya se habían sumado Joe Strummer y Terry Chimes. A finales de año participaron en Londres del ‘100 Club Punk Festival’, proclamado como el primer festival punk de la ciudad. Allí tocaron los Clash junto a Sex Pistols, The Damned, Buzzcocks y los debutantes Siouxsie and the Banshees, entre otros.
Su actuación fue tan memorable, que atrajeron la atención de los ejecutivos de varias compañías discográficas. Ocasión que aprovecharon para escuchar y analizar propuestas. Terminaron firmando contrato con CBS, una de las multinacionales más importantes de la época. En apariencia, una contradicción ideológica, porque el punk se oponía artísticamente a las directrices musicales de la industria. Pero la banda se mostró muy eficaz al momento de negociar e imponer sus propias ideas a la discográfica: los Clash fueron quienes establecieron los precios de sus discos. Sobre todo en London Calling y Sandinista!
Ya iniciada la oleada 77, entraron al estudio a grabar su disco debut, comandados por su representante Bernard Rhodes (quien alguna vez fuera socio de Malcolm McLaren). The Clash fue aclamado por los críticos, que han llegado a considerarlo “el mejor disco de rock jamás realizado”. Catorce temas formaron parte de este trabajo inicial, verdaderamente intenso, feroz, rabioso. Y con letras verdaderamente profundas. Mientras los Pistols y otras bandas miraban a la desgastada sociedad inglesa con un nihilismo puro, los Clash la observaban a través de un marco de militancia política que ofrecía cierta esperanza.
Ya con Topper Headon como baterista estable en lugar de Terry Chimes, grabaron su segundo álbum, Give ‘em Enough Rope. Los fragmentos instrumentales en este trabajo son muy breves, con canciones frenéticas que impactan y te revientan los oídos. Y aunque la producción de Sandy Perlman (Blue Öyster Cult) suavizó demasiado el sonido del cuarteto, las excelentes críticas no se debilitaron. El éxito de The Clash continuaba creciendo. Y eso causó fricciones dentro y fuera de la banda. Pese a los problemas, continuaron con la voluntad de no abandonar su condición de guerrilleros del nuevo rock. Y llegó el momento de su obra cumbre: London Calling.
En el 79, el punk se ahogaba en sus propios postulados. La gran mayoría de los grupos no tenían la calidad suficiente para hacer una carrera. Y dentro de este panorama, los tres pesos pesados del movimiento ya tenían definidos sus siguientes pasos: los Ramones se encasillaron y empezaron a repetirse disco tras disco; los Pistols, ya sin Sid Vicious (fallecido) ni Johnny Rotten (liderando su nuevo proyecto Public Image Ltd), eran un grato recuerdo; y los Clash comprendieron en ese momento que la importancia del punk residía en la actitud y no tanto en las canciones.
Y desde ese autopostulado, The Clash trasciende su primera etiqueta punk con la grabación de London Calling. Las canciones nadan en distintas influencias: reggae, rockabilly, R&B, honky tonk y ska. Y ese eclecticismo sonoro hay que agradecérselo a Guy Stevens, legendario productor de la escena británica, encargado de la reinvención musical de la banda. Si hay algo por qué recordar este disco doble es su mezcla de géneros. Su revisionismo del rock and roll primitivo. Y su sonido abierto en manos de una banda consecuente con su prédica. Y eso, en el mundillo punk, ya era mucho decir.
La caída del punk tomó forma luego del fichaje de Sex Pistols en EMI. ¿Cómo puede un movimiento que se rebela contra lo establecido ser parte de lo establecido? Los grupos under querían ser parte del establishment, para gozar de un contrato jugoso. Y los que ya integraban el establishment buscaban parecerse al under. La paradoja rockera dijo presente. Las discográficas ficharon a casi todas las bandas punk y prácticamente no quedaban más bandas independientes. Todo perdió sentido. La rebeldía adolescente quedó vacía de contenido. El movimiento iba perdiendo su esencia día a día.
Después de la explosión caótica del punk en los 70, en la década siguiente la escena entra en una nueva fase que hace las cosas más claras y comunes. La segunda ola de punk se caracteriza por la disolución de la escena en muchos sub estilos, los cuales rápidamente escogen sus propios caminos y en muchas ocasiones se alejan demasiado de la fuente. El punk en sí estaba banalizado. El punto final estaba a la vuelta de la esquina.
El punk marcó a su generación y a todas las que siguieron. Punk is not dead. Larga vida al punk.