Pocos movimientos o géneros musicales han creado un estilo tan particular y distintivo como el grunge a principios de la década de los años noventa. Gritos de odio, guitarras repletas de fuzz, caos sobre los escenarios y figuras de camisas de lana, golpeando con fuerza sus guitarras mientras cantan líricas llenas de sentimientos auto-humillativos.
La ansiedad que vivió la Generación X ante la falta de un motivante nacional, como lo podía ser un conflicto armado o una fe espiritual en común, se vivió reflejada mejor que en ningún otro lugar dentro de la discografía de los cuatro pilares del movimiento de Seattle, en su mayoría mostrando música hiper-masculina repleta de violencia en su catarsis. Una de ellas mostró una evolución repentina que hizo a un lado a todas las dinámicas sonoras y discursivas del género para mostrar la fragilidad de toda una generación.
Tras años de fungir como una de las más grandes promesas del heavy-metal, Alice in Chains fue la última a unirse a este club. Dos años después de publicar su debut Facelift (1989) y a pocos meses del reconocimiento crítico y comercial a Nirvana por Nevermind (1991), de Pearl Jam gracias a Ten (1991) y de Soundgarden por Badmotorfinger, el cuarteto publicó Dirt (1992). Un éxito dentro y fuera de las comunidades metaleras a las cuales pertenecía la agrupación, es gracias a este trabajo el público general se enamoró del imaginario gótico de Alice in Chains, repleto de criaturas fantásticas, protagonistas de eventos terroríficos en un mundo repleto de enfermedad, guerra y muerte.
Temas como ‘Them Bones’, ‘Rooster’ y ‘Down In A Hole’ se establecieron como fundamentales para comprender la historia del alternativo norteamericano. Éxitos críticos y de ventas que sorprenden por la intensidad de sus guitarras, ritmos acelerados y violentos riffs de bajo. Contrastes ante la verdadera columna vertebral del sonido de Alice in Chains, en sus depresivas melodías en escala menor, exóticas, y esas complejas armonías vocales, fuente del dúo soñado entre Jerry Cantrell y Layne Staley.
Para él, la banda se posó con actitud diabólica, bajo largas gabardinas de cuero, lentes de sol, barbas y cortes satánicos. Pero en su interior, el cuarteto mostraba una personalidad contrastante a lo publicitado. Los cuatro miembros de Alice in Chains habían estado batallando constantemente con abusos, violencia familiar, uso de drogas y depresión. Las líricas lo dejan entrever, en gritos dentro de canciones como ‘Sickman’, en la cual Layne se auto-describe con odio, ‘Angry Chair’, en la que reconocen el peligro al cual enfrentan por sus abusos, y obviamente ‘Down In a Hole’, bella pieza acústica en donde Cantrell y Stanley se imaginan dentro de una lápida, tristes al no poder concretarse como personas.
Tras el éxito crítico y comercial que significó Dirt (1992), el cual alcanzó las 6 Certificaciones Platino y reseñas cinco estrellas en medios como The Rolling Stone y Kerrang, los problemas de los miembros de la banda sólo se intensificaron. Tras fungir como acto de apertura en una gira de Metallica y participar en Lollapalooza como headliners, el vocalista Layne Staley empezó a tener graves problemas para presentarse debido a su condición de salud, resultado de una terrible adicción a la heroína. Por otra parte, el bajista Mike Starr tuvo que abandonar su posición en el proyecto por la misma razón.
Buscando una liberación de los demonios que estaban cargando, Jerry Cantrell encontró la posibilidad de pasar una semana dentro del estudio London Bridge, en Seatlle. Para ello le habló al productor Toby Wright, quien había quedado enamorado de la banda y mataba por la posibilidad de trabajar nuevamente con ella tras la decepción del soundtrack de Last Action Hero (1993).
Tal como dice Jerry en el libro Grunge Is Dead: The Oral History Of Seattle Rock Music, la composición de Jar Of Flies (1994) no fue algo que consideraron durante mucho tiempo. “Planeamos unas vacaciones, pero los chicos querían hacer algo que fuera malo, me pidieron que no escribiera previo a entrar al estudio, seguí lo solicitado”, declaró, agregando que “durante las vacaciones no toqué mi guitarra, así que cuando entremos no tenía absolutamente nada, al salir del estudio teníamos listo al disco”.
Tal vez fue ese desinterés lo que provocó que el álbum fuera tan dolorosamente personal. Una colección de siete canciones que muestran a Alice In Chains en su etapa más sincera. Bajo una colección de guitarras y bajos acústicos, campanas, cuerdas y pequeños detalles armónicos de guitarra eléctrica, la banda logró romper con la máscara del grunge sin perder la esencia del mismo.
El baterista Sean Kinney rememoró la grabación del EP, describiéndolo como “un momento que cambió todo, empezó a hacer sentido porque las cosas se veían muy frágiles antes de él”, agregando que el material hizo que la banda continuara pese a sus problemáticas. “Hubo un sentido de que avanzábamos, pensamos en que seguíamos ahí y que las cosas mejoraban”.
La recepción del público no fue distinta, se convirtió en el primer EP en obtener la posición #1 en las listas Billboard. Además, la crítica se volvió a posar ante los pies de la banda con declaraciones como “un material hermosamente obscuro”, por parte de Paul Evans de la Rolling Stone, e “increíblemente hermoso, pero terriblemente doloroso a la vez”, por Steve Huey de Entertainment Weekly.
Al escucharlo, 25 años después de su publicación, es sencillo ver por qué tanto críticos como escuchas se vieron impresionados al ver la acústica obscuridad del material. Este disco fue el punto más brillante, pero también el inicio del quebrantamiento definitivo de la banda. Las líricas son pesadas, en ellas tanto Layne como Cantrell expanden el sentir del dolor y el arrepentimiento que mostraron en ‘Down In a Hole’. En piezas como ‘Rotten Apple’, con su repetitiva línea de bajo y percusión basada en los spares, Layne entra directamente de entre los chillidos de las guitarras de Cantrell, declarando que la inocencia ha terminado.
En la preciosa ‘Nutshell’, construida sobre un trabajo de guitarra acústica, Layne Staley se dirige a sí mismo bajo un papel de víctima, afirmando que no tiene lugar al cual regresar. El vocalista se siente fuera de lugar, sin un hogar, fuente de sus malas decisiones y de la muerte que se avecina al final de su camino. Solo, tal como murió nueve años después, sentado en su sillón debido a una sobredosis de speed ball, una combinación de heroína con cocaína. Fue encontrado una semana después, gracias a los reclamos de sus vecinos ante el mal olor.
‘I Stay Away’ agrega el drama agresivo del grunge hiper-masculino a la fórmula, agregando además un trabajo esquizofrénico en una instrumentación que ve en su base a una guitarra acústica, misma que se remata con una sección de cuerdas. La pieza terminó siendo nominada a la Mejor Canción de Rock en los Grammy. Su video musical, dirigido por Nick Donkin bajo una aterradora técnica claymotion, también encontró un éxito envidiable en su frecuente rotación en MTv.
El material prosigue con ‘Whale & Wasp’, un instrumental tenebroso que muestra el talento de Cantrell por crear piezas atmosféricas con el chillido de sus guitarras y ‘Dont Follow’, la cual agrega la harmónica al dúo de Jerry y Layne. Mientras que ‘Swing On This’ cierra con una instrumentación cíclica que rompe sus armonías de forma repetitiva.
Tras cinco lustros, Jar Of Flies (1994) sigue sorprendiendo por su desnudez. Sus líricas aterradoras son una muestra del genio de una banda que no tuvo miedo a mostrar su propia fragilidad. Una oveja negra ante la máscara de agresividad del resto del movimiento grunge. Este álbum es una oda a la soledad, el miedo ante la muerte y el resto de la tortura que genera la dependencia a las drogas.