James Turell, una retrospectiva del arte de observar

// Por: Diego Galán

vie 18 enero, 2019

En la región norte del desierto de Arizona, Estados Unidos, hay un volcán extinto llamado el Roden Crater. El cráter y la tierra alrededor fue adquirida por el artista americano James Turrell en 1979 y desde entonces ha iniciado un ambicioso proyecto que a lo largo de los años ha sido retrasado por falta de fondos, pero pulgada por pulgada, se ha acercado a su terminación. Lo que supone ser la obra más importante de Turell.

Una construcción que parece interminable también debida al detalle, una versión miniatura de la dinámica de la Sagrada Familia de Gaudí, pretende conseguir un fondo de $200 millones dólares, labor estudiantil y ahora es centro de un revigorizante contribución de $10 millones de dólares parte de Kanye West.

Tuneles, observatorios, cámaras de agua y albercas ahora acompañadas por un fin comercial que integrará restaurantes, cabinas, bodegas de vino y más. El proyecto que Turell empezó hace casi 40 años ha cambiado mucho y su misma carrera se ha desenvolvido alrededor de lo que siente como su última pieza.

El Roden Crater es una amalgamación de todo lo que el artista trabajó, especialmente enfocado en traer una relación terrenal con los “cielos”. Persisten los observatorios naked-eye de Turell, que demuestran cómo a veces apreciamos más lo pictórico que lo real , la relación que desaparece en Turell. De otra manera, su trabajo forzá a apreciar por medio de una ilusión artística los “eventos celestes” distorsionando la percepción.

Meeting (1980) la ejemplificación base de la destrucción de esta relación pictórico-real por medio de espacio y luz. Un skyspace a modo de sala de espera, donde el cielo es el que obliga a observar, focalizado por un lente diminuto que agranda el detalle.

 

Los observatorios y túneles, aspiran ser como una red de telescopios a la simple vista de distintos eventos celestes incluso jugando con distintos dentro de su instalación, el portal este, el túnel alfa (este) y el sol | La Cámara de la Luna actúa en concierto como una Cámara Obscura monumental, o cámara de poros”.

Descrito por el mismo Turell, “en esta etapa del conjunto del tiempo geológico, quería crear espacios que involucren eventos celestes en la luz para que los espacios interpreten una ‘música de las esferas’ en la luz“. Por lejano que parezca, la garantía del logro próximo del proyecto, es que el artista ha tenido en este tiempo, sobre todo una carrera tardía llena de éxitos.

 

 

De nuevo, el historial de Turell es lo importante. El americano viene de un trasfondo extraño, pero como todos los que conjugan combinaciones inesperadas en su contexto, lo único de su porvenir es obvio en los resultados. Un piloto que consiguió su licencia a los 16 años y académicamente un psicólogo y artista. Durante la guerra de Vietnam, sus habilidades lo pusieron como un piloto de reconocimiento pero siendo un disidente de este conflicto socio-político lo tuvo oportunamente rescatando monjes Tibetanos en sus “misiones”.

Como estudiante, Turell transverso estudios en psicología de percepción, matemáticas, geología y astronomía, después arte. Un constante investigador lo llevaría después a luces y su interacción con el espacio. Diferente a algunos de sus contemporáneos parecidos que sus obras lucen una incorporación de tecnología vanguardista casi imperceptible.

Lo que se hace visible en Afrum (White) (1967) es la creación física por medio de la luz, algo que después se ahondaría con los profundos espacios que parecen planos, construidos por el mismo medio. Cuando Turell construye túneles de luces, sin observatorios al exterior, su audiencia experimentaría la relación destruida (pictórico-real), al máximo grado. El llamado efecto Ganzfeld, o privación perceptiva ante campos de estimulación uniforme y no estructurados.

 

 

Efecto obviado en Akhob (2013) en Las Vegas cuya profundidad atravesando sus espacios tiende a ser la mayor revelación de lo disociante. Pero Turell, también es capaz de crear observatorios a esta ilusión como en Acton (1976), donde un cuarto observa a otro cuarto como algo plano.

Incluso con esto, el trabajo del americano continúa creando espacios, donde las opciones no están en la novedad, si no en las constantes confrontaciones con los límites de la visión. Con definir una percepción y a través de esto generar una nueva manera de contemplación. Encounter (2015) en el jardín botánico de Culiacán, Sinaloa precisamente hace un cambio mínimo al skyspace clásico de Turell.

La limpieza y aborde monumental de su trabajo, aunque tiene parecidos inevitables con el minimalismo y el land art respectivamente, más bien tienden desprenderse de operar dentro de los ambientes, para más bien construir los suyos. No consternado por la forma y estructura, sino construcción mediante luz. Paralelo al deseo de no entrar a la naturaleza, sino traerla cerca.

Es un acercamiento inherentemente contemplativo, la reacción buscada es fundamentalmente enfocar la atención. Los observatorios del artista siguen el principio del óculo clásico en iglesias bizantinas y neoclásicas también usado por los romanos, el ojo en medio de las bóvedas que que servía para iluminar. Históricamente repleto de connotaciones espirituales y que en algunas iglesias se enmarca por cristal como buscando atrapar la luz. Es inevitable, ver también estas connotaciones en el trabajo del Turell.

Mientras se acerca la posibilidad de un Roden Crater terminado, es válido pensar que la ambición del proyecto ya está a la altura, la capacidad de alcanzas a observar, los “eventos celestes” tan cercanos. Turell puede cerrar su carrera, al menos de manera simbólica, con un proyecto que aparte todo, puede subsistir como espacio de cultura comercial y verdadera confrontación perspectiva para la manera en que observamos.