El dead mall es un centro comercial con un serio declive en tráfico y renta de comercios. Se encuentran en estado de deterioro o se ven claramente anticuados. Su fenómeno es especialmente evidente en Estados Unidos, país pionero en el tipo de cultura consumidora idealizado por el retail descabellado de enormes tiendas departamentales, outlets, food courts y demás amenidades. Una época de oro para los espacios dedicados a la oferta al punto donde se eran lugares recreacionales.
El declive del retail a principio de la presente década y el cambio en la cultura de consumo, dado por el e-commerce y una mayor consciencia del capitalismo, apoyó el declive de tiendas departamentales como Sears, Macy’s, J.C. Penney, entre otros gigantes de la industria, dejando así a muchos centros comerciales sin sus rentas más sustanciales. Efectos que también se suponen como parte de la recesión de la década pasada.
Hoy muchos de los inversionistas de estos espacios se enfrentan ante la baja de los consumidores, menos rentas, abrumadoras hipotecas y cuotas de mantenimiento que terminan en arrendamientos o juicios hipotecarios donde los bancos son los encargados en subastar propiedades cuyo valor se ha desplomado.
Lo que queda de estas anticuadas propiedades son reflejos tanto de un pasado de cultura del consumidor reminiscente a los ochentas y noventas o enormes construcciones completamente desoladas. Todas llenas de extravagantes diseños interiores, acomodaciones fantásticas y un claro sentido de decadencia.
El interés por los dead malls ha nacido gracias a la clara nostalgia de estas décadas a su valor estético, pero también a su incorporación dentro de expresiones artísticas basadas en la Internet como el vaporwave que le dan vida después de la vida a todas estas memoria.
El fotógrafo Seph Lawless, fue uno de los principales catalizadores antes de todo este fenómeno, abarcado la inminente presencia de estos dead malls en su forma más decadente recorriendo los Estados Unidos.
No cabe duda que antes de todo, hay un legado inhóspito en la cultura de los centros comerciales. Todo referente a los años 50 en Estados Unidos, donde el esquema clásico de estacionamientos amplios, fachadas abiertas y alas ancladas por grandes cadenas de retail, donde el conector es un pasillo lleno de parques de bolsillo plásticos, islas de productos y comercios pequeños.
John Graham Jr. es uno de los arquitectos fundamentales de este tipo de arquitectura, onírica, fantasiosa. Un espacio que dentro de toda su aparente exuberancia y amabilidad no es un espacio donde la gente vive, más bien solo consume.
Quizá aún mejor ejemplificado por el arquitecto Robert Venturi y su manifiesto anti-minimalista, anti-estético de la modernidad de Philip Johnson o Ludwig Mies van der Rohe, criticando este estilo de estéril y anti-natural.
Venturi gozaba estos valores estéticos desde un punto funcional y antes de solo ser un romance nostálgico. El arquitecto rebelde admiraba el eclecticismo y la vulgaridad como fundamentos arquitectónicos, edificaciones que más que dictar como la gente debe vivir, toma de la sociedad absurda para reflejar cómo viven. Su estilo ad-hoc a Las Vegas, Estados Unidos, acepta toda la absurdidad de estos cascarones ilusorios de pirámides egipcias, mini-villas francesas y barcos piratas, McMansions y demás conglomeraciones de la cultura globalista como parte orgánica del desarrollo cultural.
Uno de los acercamientos más conscientes y contemporáneos a este fenómeno, es el del cineasta Dan Bell en su serie “Dead Mall Series” dentro de Youtube, donde de manera paciente y sensible observa estos centros comerciales narrando su historia, declive y admirando su gloria estética, todo combinado con video-collages y música vaporwave, un complemento natural.
Parte de este interés contemporáneo, aparte de ser una clara reacción a la desaparición de una de las formas de vida modernas, viene por medio de una generación que ocuparon estos espacios toda su vida. En generaciones más jóvenes, el mall fungió fundamentalmente como espacio recreacional suburbano y una de las opciones más asequibles de “entretenimiento”. Cines, arcades y simples paseos de fin de semana en donde pasaron años.
De alguna manera, la profundidad económica de este fenómeno y todas sus causas son las que apenas se están delimitando en un panorama que parece solo más pesimista. Lo que muchos se preguntan con más seriedad es que pasara con estos espacios en su eventual desaparición, ¿habrá alguna versión disminuida de estos gigantes comerciales?
Por ahora permanece la cualidad de la remembranza que de alguna manera siempre rescata al menos estas ruinas para la expresión artística, pero más que eso queda reflexionar en que trasciende este abandono comercial. Es un interés en debe ir más allá de la nostalgia y aprovecharse para un nuevo panorama de consumo.