El terror es el género cinematográfico más consumido en México, y no es de extrañarse que La Monja (2018) sea una de las películas más esperadas por los fanáticos del género por ser parte del universo de El Conjuro (2013).
El director malayo James Wan, quien ahora es considerado uno de los grandes maestros del terror, logró con las primeras películas construir una franquicia millonaria que evolucionó al género hacia un estilo narrativo bastante destacable. La serie principal sigue la historia de la vida de los investigadores paranormales Ed y Lorraine Warren, quienes ayudan a gente poseída por demonios, mientras que los spin-offs se enfocan en la procedencia de algunos entes encontrados como es el caso de Annabelle (2014).
La Monja (2018) es uno de esos spin-offs, la quinta cinta desprendida de este universo, y cuenta la historia de Valak, el demonio que aparece en cintas anteriores con ese peculiar aspecto. En los años 50 una monja joven de una abadía antigua y aislada en Rumania, se ahorca a causa del pánico provocado por un ente demoniaco. La noticia de su suicidio llega al Vaticano y se ordena al Padre Burke, interpretado por Demián Bichir, visitar el lugar para investigar el suceso en compañía de una novicia llamada Irene (Taissa Farmiga) y la ayuda de Frenchie, un granjero local. La sospecha de que dentro del convento hay una presencia maligna es indudable y los rezos parecen no ser suficientes para detenerla.
La película dirigida por Corin Hardy, y escrita por James Wan y Gary Dauberman, es un ejemplo claro de cómo el efecto de estirar la liga deliberadamente en las franquicias es resultante de productos sumamente lamentables y con grandes deficiencias. La premisa de la película es sumamente simple pero se tropieza con situaciones tediosas, provocando incluso muchos momentos de humor involuntario. Nunca acabamos de entender las motivaciones de los personajes y tampoco su dimensión, el Padre Burke ha forjado su carácter al presenciar grandes horrores en su experiencia como exorcista y viviendo diversas guerras pero durante casi toda la película proyecta un personaje plano, aterrado e inseguro. La hermana Irene al inicio aparece como una novicia de mente abierta pero termina sometiéndose a los ritos cristianos más conservadores y a los símbolos religiosos más obvios.
El diseño de producción a cargo de Jennifer Spence dibuja un pueblo rural de Europa del Este que ambienta muy bien el entorno de la abadía; la película incluso fue filmada enteramente en Rumania y el director atinó en utilizar los clásicos recursos en su lenguaje para atrapar al espectador en escenas de terror obvio. La película tiene claras referencias visuales de cintas de género de los años 70 como El Exorcista (2001) de William Friedkin y The Devils (1971) de Ken Russell, pero todo lo anterior no parece suficiente cuando los huecos narrativos acaparan la atención y la obviedad de los diálogos desata varias risas.
El universo de los Warren es muy amplio y seguramente se harán más películas alrededor de esta franquicia, por lo pronto La Monja (2018) se siente innecesaria y de relleno aunque se augura un gran éxito comercial en taquilla.