Por: Fernando Bastarrachea
Han sido tiempos contrastantes para México. Por un lado tenemos fresco en el inconsciente colectivo las recientes victorias de la Selección Mexicana en la Copa del Mundo en Rusia y la celebración de la igualdad y la inclusión. Por el otro, la creciente incertidumbre política que nos aflige como sombra y no nos soltará incluso mucho después de este próximo domingo, día de elecciones presidenciales. Tal vez tiene todo el sentido que busquemos sedación y entendimiento en un recital musical y que, por coincidencia, también esté rebosante de matices dispares y que cada nota, voz y visual hagan de nuestras emociones un caleidoscopio.
¿A qué me refiero con esto? Desde el inicio puntual del californiano George Lewis Jr., mejor conocido como Twin Shadow, la velada comenzaba a dar bríos de romanticismo y baile, pero bajo un reflector que oscilaba entre el turquesa tenue y un dorado seductor. Hasta lo podíamos distinguir con el atuendo. Twin Shadow salió en un atuendo de motociclista chicque bien podríamos encontrar en Masaryk partiendo plaza y emanando rudeza al mismo tiempo, justo como su estilo musical de R&B con brotes de agresividad nos quiere hacer notar.
Él inició su set entonando en perfecto español, -“¡Muchas gracias! Me encanta su ciudad”-. Con este tip que seguro le pasó alguien de su círculo musical que ya ha pisado tierras aztecas se metió al público a la bolsa, mismo que se comprobó al iniciar con ‘When You’re Wrong’. Empezó a sacar su lado funky con ‘Old Love / New Love’ y ocasionó mucho baile de cachetito, abrazado y meneo melancólico de cabezas con temas como ‘Sympathy’ y ‘Saturdays’, que entonó en promoción de su material más reciente: Caer.
A la mitad de su set no se pudo aguantar las ganas y le pidió a la gente que coreara, -“Fuck Trump”-, con él. Quizás en 2016 esto hubiera sonado más a cántico de guerra o a plegaria resonante, pero me sorprendí que, a 2 años de su mandato y después de tantas acciones inmencionables que se han dado a consecuencia de, necesitamos gritarlo más fuerte que nunca. Este ánimo de furia fue mitigado con la dulzura de clásicos como ‘Turn Me Up’ y ‘Five Seconds’, con todo y arreglo casi acústico.
Otro elemento a destacar fue el minimalismo de la producción y el acompañamiento: con solo dos músicos de apoyo, iluminación austera y pirotecnia nula, un show de Twin Shadow consiste en apreciar su voz y riffs en la guitarra y usarlos como bálsamos para la creación de un momento único, sin necesitar nada más. Así lo demostró en su canción elegida para el cierre, ‘Brace’, que englobó la resonancia y delicadeza de lo que es escuchar y vivir a Twin Shadow.
Empezó el subsecuente montaje para el plato principal de la noche: los oriundos de Leeds, Inglaterra que tuvieron la osadía de llamarse como un comando de computadora para escribir la letra griega delta, símbolo científico de cambio o diferencia. Muy ad hoc para los procedimientos. Todos estaban con buen sabor de boca ya sea por la afluencia de bebidas, el cese de las lluvias y la emoción de lo que estaba por llegar. Y entonces ocurrió: ese desvanecimiento a negros que suele acompañar el nudo en la garganta que nos incita a gritar como terapia eufórica antes de siquiera percibir una nota.
Mientras una instalación oscilante de paneles LCD tintineaban de ida y vuelta por todo el escenario, tres figuras pisaban el recinto y se situaban uno al lado del otro, para no demostrar una jerarquía o preferencia como tal. Esta es una banda que logra hacer arreglos vocales complejos en perfecta sincronía; una banda que igual da espacio para que la batería respire por su cuenta y luego ser contraatacada con guitarra o teclados sin el uso de percusión; una banda que usa la emotividad como su arma más fuerte en los retumbes, los guitarreos y los pasajes melódicos. Alt-J había vuelto a México para saldar una deuda pendiente con todos los que se quedaron con hambre de más durante su paso por nuestra ciudad el año pasado.
Desde los primeros acordes de ‘Deadcrush’ los gritos de triunfo y furor inundaban las pocas grietas entre personas que contribuyeron a un Pepsi Center a punto de llenarse. Cada boca parecía conocer todas las palabras a la perfección, dato que anonadó a la banda misma. Los juegos vocales, giros oscuros y pausas dramáticas de “Fitzpleasure” provocaron el deleite de los presentes, que eran precisamente los factores decisivos de la asistencia de todos y factores cruciales por los cuales se han ganado un lugar más allá del culto en muchas partes del mundo. Y así fue como Thom Sonny Green (batería), Joe Newman (guitarra y voz principal) y Gus Unger-Hamilton (teclados y voz secundaria) crearon un combo deslumbrante de armonías relajantes y paisajes sonoros surreales, incluso tenebrosos, que parecían cargar de energía mística y sexy todo el foro, toda la cuadra, toda la ciudad.
A diferencia de otros contemporáneos, la interacción de Alt-J con el público es lacónica y firme; la música y la manipulación de sensibilidades son su arsenal y su trabajo. Es un gran punto a favor darle ese misticismo a una banda, sobre todo con un repertorio lleno de letras tan ambiguas y provocadoras, sonidos que van desde rock de garage hasta tendencias de Medio Oriente y un Mercury Prize bajo el brazo por su disco debut, An Awesome Wave. El único portavoz de la noche fue Unger-Hamilton, quien dijo algunas frases en español para revelar la emoción que sentía de regresar y hacer de su paso por México la última parada de su tour por Norteamérica.
El juego de paneles, ya un recurso obligatorio en sus presentaciones en vivo, también parecía un cuarto músico al transmitir en colores distintos las tonalidad de cada canción: verde boscoso y abrumador para ‘The Gospel of John Hurt’; morado con amarillo para la psicodelia de ‘Nara’ rojo pasional para el trip-hop incendiario de ‘Hunger of the Pine’, penumbra en negro y blanco para ‘Pleader’ y lluvias suaves en flashes de azul para ‘Dissolve Me’. Si podemos hablar de una banda que aproveche todo un espectro de posibilidades audiovisuales, se han ganado ser mencionados como ejemplo notable.
Durante el cierre se encargaron de dar las complacencias. Unger-Hamilton invitó a todos a cantar al unísono ‘Matilda’, gran favorita del público mexicano y la épica ‘Taro’, en una versión más resumida le cedió el paso a la sucia y desfachatada ‘Left Hand Free’, en donde no quedó ni una sola mano abajo tanto en la sección General como en los palcos de arriba. Después de ese primer cierre, el trío retornó para despedirse con,-“las que tienen que tocar sí o sí“-. Estoy hablando del nuevo himno ‘3WW’ y la legendaria ‘Breezeblocks’, que hizo al respetable dividirse entre quienes cantaban una parte y otros la restante del complicado coro. Fue una instancia reveladora como pocas en un concierto de rock en México.
Ya en un punto crítico, la presentación en vivo sirvió para cargar de mayor vida lo que escuchamos en el disco o en el servicio de streaming, pero hubo espontaneidad o sorpresas; el setlist consistió en los temas que queríamos escuchar un compendio de grandes éxitos, pero no hubo improvisaciones o detalles realmente memorables. Fue un show imponente y cumplidor pero, ¿es eso lo que hace grande un show de Alt-J? ¿Es muy diferente a los recitales que dan en otras partes del mundo?
Aquí el factor diferenciador lo hicimos nosotros, con nuestras porras, nuestras lágrimas, nuestra algarabía de finalmente ver a ese acto deseado en vivo bajo una incidencia única. Si al final de todo salimos vitoreando tanto a los músicos como al “Chucky” Lozano, ese tipo de festejos nos hace únicos. Quizás suene a comercial de cerveza o a campaña turística, pero por algo lo dicen. Para apasionarse, el público mexicano es incomparable y con una banda que crea música con el corazón en la mano como Alt-J, ¿cómo no los vamos a querer?