Por: Fernando Valencia
La Ciudad de México ha vivido días difíciles causados por las inclemencias del clima. Tras una semana de tormentas, la noche del jueves demostró ser especialmente retadora; la movilidad limitada ha provocado incontables disgustos y el estrés latente, acechando a la población.
Existe un motivo para enmarcar la reseña del concierto de Belle & Sebastian en este ambiente desolador. A veces, lo que uno verdaderamente necesita, es que una banda te diga que bailes y dejes todo ahí en la pista, que te pinte un día soleado donde la lluvia no ha parado.
Con hasta nueve integrantes, la banda juguetea en el escenario y rota instrumentos con una alegría infecciosa. Stuart Murdoch demuestra sus dotes de frontman desde el primer segundo, desprendiendo carisma conforme ‘Dog on Wheels’, el tema más antiguo de Belle & Sebastian, retumba en las bocinas.
Los malos intentos por hablar español, los comentarios sobre Donald Trump y las sudaderas de Mexico Is The Shitpueden parecer gastados a estas alturas de la vida, pero cuando son entregadas con entusiasmo, envueltas en bellas armonías vocales y absoluta calidad instrumental, adquieren un aire revitalizante.
Entre clásicos como ‘I’m a Cuckoo’ y ‘The Fox in the Snow’ y temas nuevos como ‘We Were Beautiful’ y ‘Sweet Dew Lee’, el colectivo presume una versatilidad exquisita. Stevie Jacksony Sarah Martintoman agraciado protagonismo en momentos puntuales, mientras el resto de músicos generan con gran experiencia los suaves telones sonoros necesarios para su correcto funcionamiento.
Cuando Stuart invita a una fan de nombre Adriana al escenario para bailar al ritmo de ‘Jonathan David’, el velo inexistente entre banda y público cae definitivamente. Un lugar tan grande como el Frontón México se convierte en un cuarto pequeño, una reunión entre antiguos camaradas donde la norma es pasarla bien.
El momento más especial de la noche es sin lugar a dudas cuando los primeros acordes de ‘Another Sunny Day’ liberan los gritos de la audiencia. Quizás por la implacable ironía implícita o por el inocente optimismo con que Belle & Sebastian presentan tan agridulce canción, ciertas partes de la letra se escuchan con fuerza monumental desde miles de gargantas.
Ya en confianza, Stuart invita a un grupo de doce personas seleccionadas al azar de distintas secciones a cantar y bailar con ellos. Durante ‘The Boy with the Arab Strap’ y ‘The Blues Are Still Blue’, este grupo de extraños forman un vínculo entre ellos y con nosotros.
Una persona grita pidiendo ‘Get Me Away from Here, I’m Dying’ y la banda decide complacerle, para después salir del escenario mientras un letrero formado por estrellas lee “Belle & Sebastian” en la proyección. Nadie está listo para salir y volver a enfrentar el agua. Se respira una genuina emoción por el regreso de la agrupación.
-“Esta es una canción que solicitó un fan en Twitter”-, dice Stuart antes de tocar ‘Funny Little Frog’. Después, mientras finaliza ‘The Party Line’, escala algunos objetos para poder llegar a las gradas y pasearse entre la gente, saludando y tomándose fotos con todos. Este tipo de interacción es la que eleva la presentación a niveles superiores y da coherencia al discurso de los escoceses.
Hablar del poder de la música es cursi, pero existen casos en que uno mismo es partícipe de momentos mágicos. Esto fue lo que pasó con Belle & Sebastian aquella noche en que, hartos de todo, vimos salir el sol dentro de un edificio, al menos por dos horas.