Por Mario Yaír T.S.
Con la cicatriz abierta del 2 de octubre, el magno concierto de Jim Morrison en la Plaza Toros se pospuso. El pretexto: ver antes la reacción de la audiencia. La solución: se le ofreció a The Doors presentarse primero en el Forum de la Colonia del Valle. La entrada decorada con dos psicodélicos murales quedó forjada con la voz del rey lagarto, dando inicio a las cuatro noches, del 27 al 30 de junio de 1969, en que The Doors se presentó en México.
Mario Olmos, un decorador de interiores fue quien intentó promocionar el concierto, en el cual la banda presentaría a Soft Parade (1969). Aquella noche llegaron al local 1,000 personas de las 40,000 estimadas en la Plaza Toros y The Doors se enteró del cambio de planes hasta que llegaron a México. El costo por entrar por supuesto se disparó por los cielos, casi 700 viejos pesos, aunque incluía cena.
Cuando llegaron al Aeropuerto, los periodistas no reconocieron a Morrison porque llevaba una enorme barba desaliñada y kilos extra. Al día siguiente en las notas de su llegada, algunos periodistas confundieron a la esposa del tecladista, Ray Manzarek, con Yoko Ono.
Jim Morrison se presentó con una camisa hawaiana, se rumora que el único momento para recordar fue cuando dijo que era Fidel Castro y otra donde salió tan borracho que tenían que sostenerlo, de ahí en fuera fue una presentación bastante normal. Más bien apagada, a la gente rica no le gustaba oir barbudos desaliñados en concierto. Sin embargo, lo mítico de la visita no fue el concierto, fueron los días posteriores.
Aunque Jim Morrison se quejó de que aquel concierto más bien fue para un grupo de juniors que se creían rockeros, ahí conoció a uno joven que lo acompañó a turistear. Su nombre era “Alfredo” y fue quien invitó a los cuatro Doors a pasar la noche fumando y bebiendo en su casa. Lo que The Doors ignoraban, era que aquel junior era “Alfredito”, el hijo rebelde de Díaz Ordaz y que la casa era “Los Pinos”.
Cuentan que la amable invitación para salir del país llegó cuando Ordaz los descubrió en la sala con las manos en la masa; más bien en la mota. Entonces el regente Corona del Rosal improvisó un viaje para que el concierto en la Plaza Toros no se llevara a cabo.
Con 5 días de sobra en México y acompañado por Alfredo como improvisado guía de turistas, encargado de controlar a su chango padre, los Doors viajaron por la ciudad. Así nacieron las fotos de Morrison frente a las pirámides de Teotihuacán, también conoció la pomadosa Zona Rosa, estuvo bebiendo dentro del Tenampa en Garibaldi, chacharearon en la Lagunilla e hicieron su obligada visita al Museo de Antropología, en donde Jim prefirió pasarla con una pelirroja en los jardines que acompañar al grupo. Borracho, se asomaba en la limosina por Avenida Revolución, apuntando a la gente como si su mano fuera pistola – ¡Bang… Bang!
Después de sus últimas presentaciones en el Forum, iban al Terraza Casino a escuchar al viejo amigo de Morrison, Javier Bátiz. Morrison siempre terminaba ebrio hasta la 1 de la mañana, después caminaba solitario por insurgentes de regreso a su hotel. Así salió junto con The Doors del país, tan solitario como sus caminatas en insurgentes. Jim murió dos años después.
Tuvieron que pasar casi 40 años para que los nuevos integrantes de los Doors se pudieran presentar finalmente en la Plaza Toros. Ray Manzarek mencionó entonces para La Jornada, -“¡Al fin ahora! ¡Plaza de Toros, viva!”-. El fuego se prendió con el recuerdo de Jim Morrison en el escenario y entre las sombras el rumor del suicidio de Alfredo Díaz Ordaz.