Uno de los dulces más representativos del Día de Muertos carga con una interesante historia respecto a su origen y evolución. Las calaveritas de azúcar no son solamente sabrosas, también son un patrimonio cultural de nuestro país.
El origen de estas figuras se remonta a las culturas mesoamericanas cuando aquellas residentes del centro del país comenzaron a utilizar el ‘tzompantli’, un altar que pretendía mostrar el término del ciclo de la vida. La muerte era considerada como la conclusión de una etapa de la vida, la cual se extendía a otro nivel.
Los cráneos eran utilizados como adorno del altar, se ensartaban en grandes columnas de palos por medio de hoyos que se hacían a los lados de los cráneos. Aquellas piezas pertenecían a personas que habían sido sacrificadas en honor de los dioses.
Cuando los españoles llegaron y prohibieron los rituales mesoamericanos, los rituales de los pueblos mesoamericanos tuvieron que ser modificados para que no desaparecieran. La calaverita de azúcar fue una de estas adaptaciones.
En su libro Sabores de Antaño, la investigadora Teresa Castelló Yturbide, explica que las precursoras de estos dulces fueron las monjas del convento de San Felipe de Jesús, ubicado en Toluca, inventando una receta que combinaba una técnica española llamada alfeñique, la cual forma una especie de caramelo moldeable formado de azúcar de caña, y la historia de los viejos altares.
La receta se extendió a lo largo de todo el país y se volvió muy popular en estados como Guanajuato, Morelos y CDMX.