“Nothing can cure the soul but the senses, just as nothing can cure the senses but the soul.”
-Oscar Wilde
“When something is new to us, we treat it as an experience. We feel that our senses are awake and clear. We are alive…”
-Jasper Johns
Baja California, México, entre montañas coronadas de rocas y el mar impetuoso del Oceáno Pacífico se extiende el Valle de Guadalupe, un lugar único donde el clima y la fértil tierra de la región han ayudado a conquistar el arte del cultivo y aprovechamiento de la vid desde 1795, cuando fue descubierto por el español Ildefonso Bernal, quien encontró una hermosa región donde la etnia Kumiai vivió sus últimos años en paz y en convivencia plena con la naturaleza.
Hoy, el valle reune y consolida a los más importantes productores de la península y del país, quienes envasan cientos de miles de botellas de los más diversos vinos cuyos sabores, aromas y colores inundan el aire, conmuven y atrapan.
Sumado a ello, los paisajes de Valle de Guadalupe son básicamente indescriptibles, en ciertas horas del día el sol cae a plomo sobre grandes llanuras salpicadas con piedras de todos los tamaños, dando la sensación de haber sido colocadas ahí por una mano divina para decorar y resaltar aún más la belleza propia del terreno.
Pero al caer el sol y comenzar el cielo a poblarse de estrellas la frescura del viento mueve las miles de vides que danzan con una música silenciosa de rumor y delicia y dan, a quien observa, una hermosa sensación de nostalgia y tranquilidad.
En ese contexto los días 8 y 9 de septiembre pasados algunos elegidos pudimos disfrutar de un evento que enmarca la belleza de este valle extraordinario y las maravillas del vino, con una experiencia diversa e inolvidable.
El Guadalupe Valley Wine, Food & Music Festival es un esfuerzo de muchas marcas y empresas, así como de creadores vinculados a la gastronomía y la música para consolidar, en un solo sitio, lo mejor de varios mundos y en esta su segunda edición logró materializar nuevamente un sueño al mantener vivo y en crecimiento un evento cuyo concepto no se ha visto en otro lugar del país y que no existe tampoco, con estos parámetros, en ninguna parte del mundo hasta la fecha.
La misión: estimular todos los sentidos…
Chefs mexicanos e internacionales de la talla de Enrique Olvera o Miguel Ángel Guerrero, Iñaqui Aizpitarte o Asaf Doktor atacaron con sabores increíbles los paladares de todos los asistentes; al estar la comida incluida en el costo del boleto, además de la música, bastaba formarse en las islas de servicio para poder disfrutar de platos excepcionales, creados exprofeso por cada chef para la ocasión.
En el aire se respiraban los mil aromas de las cocinas que trabajaban sin parar y de donde surgían los más sutiles olores, que inevitablemente despertaban el apetito.
El chef Dante Ferrero nos devolvió a nuestros orígenes; nos hizo pensar en el ser humano primordial, en la tribu, en el ritual alrededor del fuego donde un gran animal se cocina sometido al calor de la leña y las brasas mientras un emocionado grupo de homo sapiens lo rodean frotándose las manos.
Una vaca cortada en canal gotea de manera casi sensual sobre la fogata, mientras decenas de personas se acercan hipnotizadas por el aroma a leña y carne, atrapadas por el baile de las llamas y el humo… elevándose al cielo.
Tocamos la comida, llevamos generosos trozos de carne a nuestra boca, sentimos la suave y sutil textura de la copa de vino en nuestras manos, tocamos el pasto, pero al mismo tiempo nos abrazamos y besamos, sumergidos colectivamente en el deleite bailamos, nos tocamos.
Mientras tanto, en la noche del Valle de Guadalupe resuenan los sonidos de los conceptos musicales más diversos: el divertido DJ Set de Nortec Collective en vivo, la añoranza plena de Cat Power en solo, la fuerza de Calexico o las Deap Valley quienes, con una guitarra y una batería como únicas armas, incendian el festival con una energía imparable.
La noche se apropia del venue, los colores del escenario estallan sobre la gente, tras la montaña y en medio de los hermosos campos de Monte Xanic una luna casi llena nos obsequia con su abrazo de luz de plata, aún permanece el olor de la comida, las copas chocan cientos de veces en un brindis imparable y las sonrisas y los abrazos se multiplican.
De pronto todo toma un giro demoledor, Mi Banda El Mexicano salta al enorme escenario del festival, llenando de ritmo y sonidos el ambiente, atrayendo a toda la gente que se vuelca y corre al campo frente al stage para liberar el cuerpo en baile y fiesta.
Cuando Rubén Albarrán subió al escenario para hacer varias canciones con la banda todo salió de control, la tribu danzaba con frenesí y sacudía el alma colectiva al grito de “mi deporte favorito es el rock”.
Los dos días y noches del Guadalupe Valley fueron no solo un mar de posibilidades y estímulos para mis cinco sentidos, mi corazón se llenó de placer cuando me vi inmerso, con un mágico mezcal en la mano y aún con el gusto de platillos inefables en mi boca, en un baile colectivo plagado de sonrisas.
Mientras eso sucedía mi espíritu vagaba por entre los viñedos haciéndome recordar, igual que a todos los ahí presentes, que la vida es más que lo ordinario y que experiencias como esta nos llenan de energía y nos enriquecen para enfrentar empoderados, por el placer y los regalos recibidos, cualquier adversidad.
Éste es un espacio para sentirnos vivos, plenamente vivos, saboreando al máximo los frutos de la tierra y del mar y la fantasía inmersa en la realidad.
Así como los musulmanes están obligados a ir al menos una vez en su vida a la Mecca, todos deberíamos ir al menos una vez en nuestra vida al Guadalupe Valley Festival, pues tantos placeres juntos sin duda… pueden salvar el alma…