“One good thing about music, when it hits you, you feel no pain…”
Bob Marley
“Music washes away from the soul the dust of everyday life…”
Berthold Auerbach
Todos sabrán a qué me refiero cuando hablo de ese escalofrío que se siente en todo el cuerpo, de esa liberación de emociones cuando escuchamos una gran canción, que además puede estar cargada de recuerdos al habernos acompañado en momentos claves de nuestra vida.
Inevitablemente una sonrisa se nos dibuja en el rostro y nos conmovemos profundamente, incluso cuando esa música no tenga letra o por disparidad de idioma no la entendamos, eso no importa; oleadas de placer nos recorren y nuestros músculos se empiezan a mover al ritmo de lo que escuchamos, empezando por el corazón, que incluso acopla el ritmo cardiaco al ritmo musical.
En el libro Trends in Cognitive Science, los doctores Mona Lisa Chanda y Daniel Levitín identifican cuatro áreas en las que la música interfiere en los procesos neurológicos: estrés, reduciendo ansiedad; inmunidad, fortaleciendo las defensas; afiliación social, estimulando los vínculos y por último, motivación, gratificación y placer.
En pruebas de control donde los cerebros de voluntarios eran observados a través de tomografía computarizada en tiempo real mientras escuchaban música elegida por ellos, los investigadores también hicieron conexiones entre éstas áreas y cuatro neuroquímicos primarios: Cortisol, Serotonina, Oxitocina y Opioides.
Así es, nuestro cerebro nos droga cuando los sonidos, la melodía y el ritmo penetran por los oídos y estimulan centros de placer.
Cuando escuchamos música, la información llega al cerebro y el primer lugar por donde pasa es el tálamo. El tálamo es una parte del sistema límbico, estructura cerebral relacionada con las emociones.
A partir de ahí, la información activa la química de prácticamente todo nuestro cerebro: la corteza frontal izquierda, corteza parietal izquierda, y el cerebelo derecho trabajan el ritmo; la corteza prefrontal, el cerebelo izquierdo y el lóbulo temporal se concentran en el tono, y el área de Wemicke, el área de Broca, la corteza motora, y la corteza visual son más afectadas por la letra cuando escuchamos una canción.
Por tanto, la música no sólo activa la la zona del cerebro dedicada a los sonidos, sino también otras regiones del cerebro como las que controlan los músculos, los centros del placer que se activan durante la alimentación y el sexo, las regiones asociadas con las emociones y las áreas encargadas de interpretar el lenguaje.
Todo nuestro cerebro y por lo tanto todo nuestro cuerpo se ven deliciosamente intoxicados por el poder de las notas musicales atacándonos sin piedad.
Y sin embargo, es la música una droga poderosa pero natural, no tiene costo ni efectos secundarios y la podemos encontrar en cualquier lugar y a cualquier hora del día.
Además la música tiene también ese poder unificador que vincula a casi 7,500 millones de seres humanos alrededor de un lenguaje común.
Dice el hinduismo que si pudiéramos escuchar todos los sonidos de nuestro amado planeta Tierra, (lo cual no es posible al no propagarse el sonido en el vacío) el canto de las aves, el rugir del viento, la explosión de las olas y nuestras propias voces, el conjunto resultante sonaría: “Oohmmmm”, que en la escala musical corresponde a la nota Do, así, hay un planeta en nuestra galaxia que suena Re, otro Mi, Fa, etc., completando una escala cósmica que sirve para orientarse cuando se viaja en el espacio a través de las vibraciones planetarias.
Creámoslo o no, eso plantea que además la música es matemática, universal y que igual en el macro-cosmos del espacio que en el micro-cosmos de nuestras neuronas, tiene el poder de transformarlo todo.
Estados alterados de conciencia provocados por la música que es tal vez lo más increíble que los humanos hemos creado, para salvarnos incluso… de nosotros mismos…